"""El mundo sigue"""
La lucha por la vida

FERNANDO FERNÁN GÓMEZ (1963)

13/11/08 · 0:00
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EL CONCEPTO DE BELLEZA condiciona gran parte de las vidas de las
protagonistas de la película.

En 1963, un año antes
de realizar esa obra
maestra que es El extraño
viaje, el gran Fernando
Fernán Gómez dirigió
esta película maldita que
nunca llegó a estrenarse en
las salas comerciales por
problemas irreconciliables
con la censura, que nunca
se editó en VHS ni en DVD
y que hoy, afortunadamente,
más allá de la programación
de las filmotecas que
rara vez la incluyen en sus
sesiones, está al alcance de
los amantes del cine gracias
a la generosidad anónima
de algún internauta y a la
democratización en el acceso
a ciertos bienes culturales
que las nuevas tecnologías
permiten.

El mundo sigue, en esencia,
cuenta la historia de dos
hermanas, muy guapas las
dos, que no se soportan
entre sí, y de sus distintas
trayectorias vitales condicionadas
en gran parte por el
concepto de la belleza y, sobre
todo, por el uso que cada
una de ellas hace de la
misma. Una, carente de escrúpulos
y con un sentido
práctico de la existencia, se
aprovecha de los privilegios
de su físico para procurarse
una vida cómoda al lado de
hombres de posibles. La
otra, más virtuosa, de ser
Reina de la belleza (y Miss
Maravillas) y estar enamorada
de un tarambana interpretado
a la perfección por
el propio Fernán Gómez,
termina fregando suelos y
sirviendo en una casa de
bien para poder dar algo de
comer a sus cuatro hijos.

Apoyándose en esta historia
familiar de principios
de los años ‘60, tan actual
como atemporal, su autor
aprovecha para hablarnos
de la discutible libertad
mental de las personas que,
desde una posición de inferioridad,
coquetean con el
alto standing; de las ofensas
a las que obliga la pobreza y
la caridad; de la constatación
de que, a diferencia de
lo que sucede en los anuncios
de televisión, la belleza
y el amor no siempre llevan
pareja la felicidad; del sabor
amargo de la frustración; de
las grietas que se abren en
el carácter cuando las apreturas
económicas se prolongan
en el tiempo; de la convicción
de que no toda la
gente se puede permitir el
lujo de ser buena persona;
de la certeza de que la vejez
es una cuestión de tiempo
que, en el mejor de los casos,
nos acaba afectando a
todos; de las asperezas de la
vida cuando la suerte te ignora
una y otra vez; del
enorme valor que tiene la
dignidad cuando apenas se
posee otra cosa; del dolor
que, a veces, producen los
sueños de juventud no cumplidos;
de la hipocresía de
los que viven de rentas sin
plantearse el origen indigno
de su dinero; de la certidumbre
de que no todo vale si
queremos mantener lo que
tenemos de seres racionales
y humanos; de los abusos
imperdonables que pueden
llegar a ejercer los mediocres
con dinero o con poder;
de las humillaciones que tienen
que soportar los que no
pueden contestar o decir en
voz alta lo que realmente
piensan; del derecho a la felicidad
que toda persona debería
tener... Y de muchas
otras cosas, en fin, que para
suavizarlas un poco y darnos
un respiro es necesario
disfrazar de drama o de tragedia
individual para así,
por un momento, permitirnos
creer que esas cosas sólo
pasan en las películas o
que sólo les suceden a los
demás, a los otros.

El mundo sigue, a la vez
que un retrato más o menos
velado de la España de la
época (y de buena parte de
su miseria moral), tiene también
mucho de tratado de
psicología femenina, como
a su modo lo era La linterna
roja, de Zhang Yimou. Y el
resultado es una película dura,
descarnada y corrosiva,
barojiana hasta la médula,
tan grande en algunos momentos
como incómoda de
ver en otros –y siempre desbordada
de inteligencia y de
lucidez–, que en muchos de
sus diálogos nos recuerda al
tono de Happiness, de Todd
Solondz, en una versión ibérica
hecha más de 30 años
antes.

Vista con la perspectiva
que otorga el paso del tiempo,
quizá sea una de las cuatro
o cinco mejores películas
del cine español.

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