Juan Ibarrondo, autor que aúna
ciencia ficción, aventuras e
historia, es una de las sorpresas
literarias más estimulantes en el
panorama de la narrativa vasca.
- JUAN IBARRONDO (Vitoria, 1962) toma una historia judicial como punto de partida de su novela ‘Las ruinas de la Catedral Nueva’.
Con unas excelentes
ventas en las feria del
libro de Donosti, ha
agotado en dos meses la primera
edición de su tercera
novela, Las ruinas de la Catedral
nueva, un ágil y vivo cruce
entre novela histórica y
thriller político. Histórico activista
de los espacios alternativos,
este escritor vitoriano,
uno de los fundadores de
la librería de referencia
Zuloa, es todo menos tranquilo.
Ha publicado las novelas
Vivos muertos y viajeros
(2003) y Retazos de la red
(2005), además de haber participado
en las luchas por la
insumisión al servicio militar,
en la radio libre Hala Bedi
(que cumple 25 años), en la
antigua revista Resiste, y,
hoy, en el portal de información
Eutsi.org.
DIAGONAL: En tu última novela,
Las ruinas de la Catedral
Nueva, haces dialogar en
constante vaivén la situación
del País Vasco y del México
de 1997 con la España del ‘36.
¿Por qué confrontar distintos
espacios y épocas?
JUAN IBARRONDO: Creo
que lo que pasó entonces
continúa vivo y no se quiere
reconocer. Últimamente, hay
toda una marea espontánea
de iniciativas populares que
buscan que se reconozca lo
que pasó, y todo lo que se ha
conseguido es una ley descafeinada
que, por ejemplo, no
revoca las decisiones judiciales
tomadas con base a leyes
franquistas. La ley no escrita
de punto final que se dio en
la transición española exculpó
a los asesinos y negó la
memoria de lo sucedido. Yo,
modestamente, quería tratar
de recuperarla en forma literaria,
pero, además, quería
introducir ese matiz de que
lo que pasó sigue siendo parte
de lo que pasa ahora.
Eso se ve muy bien en el
País Vasco, donde seguimos
atascados en un conflicto que
tiene claras raíces en un pasado
irresuelto. Por eso elegí
1997 [año que coincide con
la detención de la mesa nacional
de HB y el asesinato de
Miguel Ángel Blanco por
ETA], que es un momento
crucial en lo que se viene a
llamar el conflicto vasco. En
México, sin embargo, en el
‘97 el movimiento zapatista
está en uno de sus momentos
más álgidos, y con ello quería
establecer un vínculo (que
sin duda existe) entre el anarquismo
ibérico y los zapatistas.
Yo creo que a veces hacemos
demasiado hincapié
en la represión franquista y
no nos quedamos con la parte
positiva: la increíble energía
de cambio que supuso lo
que los anarquistas llaman la
revolución española. Una
energía que yo creo no cae en
saco roto, sino que se me antoja
como un río que a veces
recorre las profundidades y
otras sale a la superficie
D.: ¿Te parece todavía insuficiente
el trabajo de recuperación
de la memoria histórica
en España? ¿Cómo explicas
la dificultad para enfrentarse
a ese pasado?
J. I.: Ahí distinguiría el trabajo
que se viene llevando a
cabo en los pueblos, en las
ciudades, desde abajo, con
pocos medios, que me parece
maravilloso... y el de las
instituciones que sí valoro
como insuficiente. En la novela,
en un momento dado
se dice que si muchas de las
tropelías del franquismo están
todavía sin destapar, es
porque los victimarios siguen
vivos, o sus hijos, pero
más que una línea genealógica
(que también) es política
y de intereses económicos.
Si vemos los apellidos
de los grandes de la banca o
de la empresa española encontraremos
muchos que se
enriquecieron en el franquismo
y gracias al franquismo,
ése es uno de los tabúes
de la Transición. Todavía el
PP no ha condenado la dictadura.
Para muchos, tirar
de la manta supondría desempolvar
los trapos sucios
de la familia. La Transición
pudo tener cosas positivas
pero se basó en la manipulación
del pasado, en la ocultación
de la represión fascista.
En ese sentido fue ejemplo
para las leyes de punto
final de América Latina.
También, desde otra perspectiva,
fue el final de las esperanzas
de un cambio radical,
que fue abortado en el ‘36
con las armas y en el ‘76 también
con las armas (en Vitoria
lo sabemos bien), pero sobre
todo con el pacto y la manipulación
de la historia.
D.: ¿Crees que la literatura
puede paliar esas insuficiencias
de la memoria histórica
como de la historia oficial?
J. I.: Yo creo que puede provocar
en el lector el deseo de
conocer la historia y también
de actuar para cambiar
las cosas. Vivimos en un
mundo irreflexivo y creo que
la literatura, la lectura y la
escritura pueden ser un momento
para tomarnos una
pausa y pensar. También
pueden ser un intento de luchar
contra la imbecilidad
como forma de control social.
Para volver a pensar las
cosas desde la raíz.
Desde luego la literatura
puede servir para muchas
más cosas igual de legítimas,
como simplemente divertir o
descansar la mente de los trajines
de la vida, pero yo trato
de darle a lo que escribo un
matiz más político, sin caer
en la demagogia ni el aburrimiento,
claro. Puestos a escribir
novela histórica, podemos
escribir sobre Ramses II
y sus hazañas guerreras, o
sobre cosas más cercanas, no
tanto en el tiempo sino en el
sentido de que nos sirvan para
el presente. Rescatar esos
momentos de la historia con
los que nos identificamos
emocional y políticamente.
Yo creo que los grandes de la
novela histórica como Graves
o Vidal hacen eso.
D.: Tu anterior novela, Retazos
de la red, jugaba con los
géneros de política-ficción y
de anticipación futurista. Las
ruinas de la Catedral Nueva
parece revelar otra vertiente
de tu escritura, ¿cómo podrías
definirla
J. I.: A veces digo, en broma,
que Retazos de la red es una
novela sobre el futuro escrita
con un estilo del pasado y Las
ruinas... por el contrario habla
del pasado pero está escrita
con lenguaje del presente. Me
refiero a que está escrita con
un estilo más cinematográfico,
ágil, sin perderse en descripciones...
Bebe de dos géneros
muy en boga como son
la novela histórica y también
la novela de intriga. Retazos...
es un híbrido de novela
y ensayo, Las ruinas... es una
novela pura y dura. Pero yo
considero que en las dos existen
las mismas obsesiones,
las historias cruzadas, los
personajes colectivos...
Más allá de eso, yo cada
vez veo menos el pasado,
presente y futuro como una
línea recta. Eso lo he aprendido
de los indios del Ande y
de México, que ven el tiempo
como una espiral de círculos
concéntricos que van y
vienen. Como corrientes
submarinas que cambian de
dirección continuamente.
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