Banderas de nuestros padres' y 'Cartas desde Iwo Jima'
La ficción siempre gana a la realidad



CLINT EASTWOOD (2006)

18/01/07 · 0:00
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CLINT EASTWOOD (2006)

El cine de Clint Eastwood
es, como su mirada sobre
la realidad, un asunto
complejo. De una parte, exhibe
una mirada limpia, un pulso
firme, gusto por el encuadre
y una medición casi perfecta del
tempo. En otro sentido, sus películas
repiten un mensaje determinista,
como si la historia
del hombre se escribiera mediante
el vano intento de escapar
de un destino inmutable.
Ambas cosas, el pulso clásico y
el tratamiento fatalista, nos los
encontraremos, con algunos
matices, en sus dos obras sobre
Iwo Jima. Banderas... y Cartas...
bien podrían analizarse
comparativamente, como ha
hecho gran parte de la crítica
estadounidense, que ha preferido
el tono poético de la segunda
antes que la crítica presente
en la versión estadounidense de
la batalla. Sin embargo, ambas
partes se complementan y será
su ensamblaje el que nos ofrezca
el paisaje completo.

En Banderas... nos encontraremos
con los rostros angustiados
de quienes sólo desean regresar
a sus casas; suena la música
la noche antes de la batalla,
los soldados cierran los ojos y
sólo pueden pensar en los brazos
de sus mujeres. Y es que, según
Eastwood, la primera verdad
de la guerra es que la lucha
del día siguiente no será tanto
por su país como por salir vivos
del infierno; no tanto por un sistema
como por ayudar a sobrevivir
al compañero. La segunda
es que se trata de una experiencia
especialmente cruel, que el
director resalta mediante la
acumulación de detalles gore.
Lo que tiene su función, porque
cuanto más dura, sangrienta y
traumática resulta la experiencia,
menos se puede entender
lo que ocurre cuando regresan
a su casa, donde son sometidos
a un absurdo cambio de identidad
en una farsa publicitaria;
donde son utilizados como si
fueran concursantes exitosos
de Operación Triunfo, de moda
durante una temporada y sumidos
en el olvido el resto de
sus días. O, dicho de otro modo,
aprenderán que la vida cotidiana
en el capitalismo contemporáneo
no es más que la
representación espectacular de
toda experiencia, también para
los guerreros.

Al otro lado de las alambradas
nos espera una mirada más
poética, articulada mediante las
diferentes relaciones que viven
entre el deber y los sentimientos
un conjunto de atractivos
personajes, desde ese panadero
cuyo único deseo es volver a su
hogar para conocer a su hijo,
hasta el americanizado general
Kuribayashi quien, sabiendo de
la falsedad ontológica del sistema
en que vive, se deja llevar
por esa ficción y acepta de buen
grado, como fiel militar, el sacrificio
que se le exige. Y esa actitud
es la que fascina a
Eastwood, que le observa con
la mirada de John Ford.

Si juntamos ambas perspectivas
podremos ver cómo los
dos largometrajes nos cuentan
asuntos muy similares. De una
parte, nos describen la lucha
subjetiva entre la razón y las
emociones; en segundo lugar,
el enfrentamiento entre dos civilizaciones,
una ganadora que
convierte toda experiencia en
espectáculo y otra condenada a
perder por su profundo anclaje
en las tradiciones. El problema
está en que esa tensión no deja
de situarse en el mismo terreno
que parecería criticar: ésa es la
mirada que gran parte de la sociología
(liberal) contemporánea
utiliza para explicar nuestras
sociedades.

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