La creatividad encendida del doctor Atl

Maestro de los grandes muralistas de la revolución mexicana, Gerardo Murillo pintó con fascinación los volcanes de su país natal. Autor: Arturo Ceballos.

11/09/12 · 0:00
Mural de Gerardo Murillo

¿Quién puede decir que ha visto
nacer un volcán? La misma impresión
es difícil de describir.
Quizá nuestra mente no sea tan
creativa como para imaginar la
hierba rampante sobre una tierra
que se empieza a quebrar. La
superficie tiembla, cruje. Poco a
poco, se desgarran las entrañas
de los árboles, sus raíces; se desgarran
las plantas, las piedras,
las aves que se niegan a volar y
hasta nuestro corazón. Se desgarra
la vida. Es un guiño del
planeta que irrumpe con desprecio
y belleza la banal mortalidad
del ser humano. Nada queda en
la mirada, si acaso un paisaje ardiente
con chispas milenarias y
sonidos crepitantes. Aquél que
ha visto nacer un volcán queda
encendido para siempre.

Un hombre, mexicano, lo vio
nacer. Es cierto, era un vulcanólogo,
pero también fue ensayista,
cuentista, pintor y periodista.
Gerardo Murillo (Guadalajara,
1875; Ciudad deMéxico, 1964),
mejor conocido como el Dr. Atl,
observó en 1942 el nacimiento
del volcán Paricutín en el
Estado de Michoacán.
Era un
hombre que desde 1909 gustaba
de explorar y estudiar a los
volcanes, principalmente el
Popocatépetl y el Iztaccihuatl.
Seguramente fueron ese tipo de
paisajes, extensos y colosales,
los que determinaron su pensamiento
y su imbatible creatividad,
la que supo explotar muy
bien cuando, a principios del siglo XX,
Porfirio Díaz lo becó como
estudiante de pintura en
Europa. Una etapa en la que no
sólo pulió su potencial como
creativo plástico, sino también
incursionó en la política y en el
periodismo: colaboró en el
Partido Socialista de Italia y en
su periódico Avanti. En esa misma
época conoció a Leopoldo
Lugones (ensayista y político
argentino), quien lo bautizó como
“doctor Atl” (agua en náhuatl),
pseudónimo que el mexicano
utilizaría por el resto de
su vida.

El agua es inasible y fluye; y la
lava, enciende, prende. Sólo con
esa fórmula particular es como
se entiende que Gerardo Murillo
haya concebido a la revolución
mexicana como el momento social
y cósmico propicio para
transformar el arte, la literatura
y la ciencia mexicana.
Qué otra
dimensión pueden tener el arte,
la literatura y la ciencia, cuando
son impulsadas por quien tiene
en la mirada el panorama infinito
del horizonte. Fue él el
precursor del muralismo en
México;
fue el Dr. Atl quien
alentó a David Alfaro Siqueiros,
José Clemente Orozco y Diego
Rivera, a romper con las tendencias
decimonónicas y buscar la
actualización de la identidad
mexicana a partir de una nueva
forma de hacer pintura.

Las pinturas del Dr. Atl son,
en su mayoría, paisajistas;
con
volcanes como figura principal,
o paisajes tomados a partir de la
cima de muchos de ellos.
También figuran dentro de su
catálogo algunos autorretratos,
nada exóticos, más bien realistas.

Es probable que considerara
su propia perspectiva de la luz
incompatible con los pequeños
detalles; o mejor dicho con las
cosas diminutas o las distancias
cortas. Para él los paisajes son
una pasión inabarcable, de cuya
inmensidad apenas puede tomarse
una pizca
para disecarla
en un lienzo que nos recuerde
que la realidad es inasible, y lo
único conservable son remedos
de ella, a veces bien logrados;
otras, no tanto.

A tal grado llegó su pasión por
los paisajes y por la mirada de
larga distancia que, después de
accidentarse en el Paricutín y
perder la pierna derecha –situación
que lo llevó a no escalar
más–, empezó a recorrer los aires.
Así crearía un nuevo estilo
de capturar imágenes, aplicado
a la pintura: el “aeropaisaje”.
Una técnica que, junto con los
“atl-colors” –también invención
suya y que consistían en una
mezcla de resina, petróleo y cera,
con los que se podía pintar
sobre papel, madera, tela o roca–
constituyeron una prueba fehaciente
de que el talento del Dr.
Atl iba más allá de un pintor limitado
a hacer trazos. Con la
misma intensidad abordó la literatura,

un oficio en el que llegó a
producir tres libros de cuentos
llamados Cuentos de todos colores,
entre otros textos.

Atl era un hombre de pasiones
desbordantes. Quizá en
ello y en una interpretación licenciosa
y profunda de su biografía,
se hallen las razones
que lo llevaron a declararse
partidario de Hitler, antes y durante
la II Guerra Mundial. La
figura de Gerardo Murillo ha
sufrido el paso de los años. Su
seudónimo creó alrededor de
él un halo de misticismo que
jugó en contra de la credibilidad
en su talento.
Tras haber
sido sepultado en la Rotonda
de los Hombres Ilustres en la
ciudad de México, de él sólo
nos queda su obra. //

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