La Carta de los Comunes

Una ficción recreada sobre fueros medievales en Madrid es el vehículo para reflexionar
sobre la crisis y las personas que doblan la cerviz.

29/12/11 · 7:45
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David Asencio

Madrid, 2033. Todavía se recuerda
con una media sonrisa la
crisis de los años diez
. Todo el
mundo pensaba que sería pasajera
y que, como un nubarrón
veraniego, sería absorbida por
la atmósfera. Simplemente había
que esperar a cubierto a que
escampara. Como sabemos, esto
nunca sucedió. Los aguaceros
inundaron todo. Al temporal le
siguió el miedo, que caló hasta
los huesos.

Fue raro, pero las formas anatómicas
cambiaron. Muchos se
encorvaron mientras esperaban
a que se dispersaran los cielos
grises. Doblados y contraídos,
los habitantes urbanos experimentaron
la violenta inercia de
una nueva corporalidad: la mirada
cambió, obligada a dirigirse
al suelo, al igual que el paso,
más corto y lento. Tal fue así,
que por la cinética de sus movimientos
y la extraña proyección
de sus cuerpos, comenzaron a
ser conocidos con sobrenombres
del reino animal: erizos,
cucarachas, pero sobre todo tortugas.
En el nuevo teatro de sombras
en el que se convirtieron las
calles de Madrid
, podían verse
decenas de miles de formas proyectadas
sobre las aceras.

Así fueron pasando los meses
y los años. Todavía hoy produce
cierto cosquilleo en el estómago,
puesto que hasta los sectores
más activos de aquella sociedad
acabaron adoptando la posición
encorvada, mientras se preguntaban
por qué razón no comenzaba
una revuelta, un estallido
social o al menos un debate sincero
sobre lo que ocurría.

Argumentos no les faltaban,
pues fue entonces cuando se privatizaron
la sanidad, la educación,
el agua, el aire; y el capitalismo
financiero, en continua y
acelerada caída, no dejó de meter
mano en todo aquello que
oliese a dinero. Mientras, los políticos,
aún erguidos, lanzaban
discursos solemnes sobre el
compromiso público con la ciudadanía,
o bien reclamaban que
todos arrimasen el hombro,
“eran tiempos difíciles” decían.

Pero la crisis siguió. Y a fuerza
de esperar a que escampara,
los barrios se deterioraron, el paro
creció hasta dejar a cerca de
la mitad de la población sin fuentes
de renta seguras, y lo que fue
peor, el mal de la curvatura lumbar
se hizo más agudo. Sólo
unos pocos se atrevieron a reclamar
algo de dinero para aliviar
los dolores de espalda.
Inmediatamente fueron acallados.
La solución a la crisis pasaba
porque todos tuviesen los
ojos y los pies bien clavados en
tierra.
El dolor era necesario.

No fue hasta 2015 cuando algunas,
en un ejercicio de valentía,
señalaron la causa última del
encorvamiento generalizado: el
miedo. Semejante atrevimiento
tuvo sus costes. Al recuperar la
antigua posición corporal, los
ojos, acostumbrados a la sombra
que imprimía el propio cuerpo,
podían resultar abrasados.
Levantar la vista podía quemar
las retinas, se decía.

Es cierto que quienes se propusieron
este desafío tardaron
un tiempo en recolocar sus cervicales
y el resto de sus vértebras
hasta volver a la posición original.
Pero normalmente en unos
cuantos días se podía recuperar
la visión completa de una ciudad
desolada por el saqueo. En las
zonas más afectadas se organizaron
pequeños comités que daban
apoyo básico frente a problemas
y situaciones de urgencia.
También se tomaron plazas,
se ocuparon edificios vacíos y se
recuperaron antiguos hospitales
y escuelas
. Se pretendía al menos
organizar algunos servicios
elementales. Ponerse erguido comenzaba
a tener sentido más
allá de la valentía de los primeros
osados.

Pero la realidad no era la misma
para toda la ciudad. En ocasiones,
las caóticas avenidas
eran atravesadas por coches espectaculares,
que iban y venían
a gran velocidad; en algunas calles
se veía un lujo increíble,
plagadas de tiendas como museos
y palacios como catedrales.
Siguiendo los pasos de los habitantes
que las frecuentaban, erguidos
y despreocupados, se
acababa en un puñado de zonas
residenciales fortificadas. Allí vivían
los superricos, los que habían
aprovechado la crisis para
aumentar sus fortunas.

La pregunta era obvia. Si el
miedo a la crisis parecía haberse
instalado en toda la sociedad
¿cómo era posible que un sector
saliera indemne, o incluso beneficiado?

La respuesta también lo
era. Los recién incorporados vieron
todo lo que les habían robado
mientras andaban con la mirada
perdida en el suelo. Era sencillo,
la riqueza que entre todos y
todas se había producido seguía
ahí, sólo que ahora estaba mucho
peor repartida.

Era el momento de pensar. Y
los comités de apoyo se propusieron
hacer inventario del saqueo.
No podían dedicarse simplemente
a gestionar la miseria.
Las protestas y las luchas incipientes,
siempre reprimidas,
acabaron por concluir en la redacción
de una especie de constitución
para la defensa de los
bienes de todos
. Trataban con
ella de revertir la situación y establecer
los derechos que correspondían
a todos los habitantes
de la ciudad. Esta ley fue conocida
popularmente como Carta de
los Comunes
. Para su redacción
encontraron inspiración en la
época del Medievo pues, entre
legajos y fueros antiguos, encontraron
una palabra, ‘común’, que
no podía ser definida ni por referencia
a la propiedad privada ni
al Estado. La Carta encarnaba el
espíritu del momento, propugnaba
un estatuto ciudadano por
el que las instituciones públicas
quedaran igualmente exorcizadas
de la burocracia y de los intereses
económicos, reinventadas
lejos de la clase política y los
flujos financieros.

Como en los cuentos
de los pueblos antiguos,
la Carta ha seguido
siendo recitada por
miles de espontáneos

Como en toda coyuntura histórica
que encuentra una lectura
adecuada, la Carta concitó el interés
de la mayoría. Fue apoyada
por cientos de miles de ciudadanos
y prohibida por las instituciones municipales
y regionales,
quedando proscritas aquellas
juntas comunales que empezaron
a crearse. La tensión no cejó
desde entonces. Los comités crecieron
y su capacidad para gestionar
servicios cada vez más
amplios llegó a generar el primer
procomún urbano. La Carta acabó
así por convertirse en una
suerte de mantra de resistencia.
Como en los cuentos de los pueblos
antiguos, desde entonces,
ha seguido siendo recitada por
miles de espontáneos.

Hoy, tocando a su fin el año
2033, con más de diez años de
insurrección a nuestras espaldas,
reproducimos por primera
vez sobre papel una de sus primeras
versiones, la más poética:
modesto homenaje a aquellos
primeros comuneros que se
atrevieron a vivir erguidos
.

Sobre la Carta
de los Comunes

Puedes
descargarte la
Carta de los
Comunes de la
Gran Ciudad de
Madrid en la web
de
[Madrilonia->http://madrilonia.org/2011/12/participa-en-la-carta-de-los-comunes/] y en
[traficantes.net->http://www.traficantes.net/index.php/editorial/catalogo/otras/La-Carta-d....
También puedes
obtenerla
[suscribiéndote a DIAGONAL->http://diagonalperiodico.net/-Suscripciones-.html] antes
del 31 de enero.

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