¿Qué tienen esos lugares que sirven para verter todo el conocimiento
del mundo en todo tipo de vasos? El escritor Kiko Amat, estudiante a
pie de barra, trata de explicárnoslo entre cacharro y cacharro.
- Foto: Germán Delgado
Bares. Algo gratis debían dar en
ellos, algún tipo de secreto a vida-
o-muerte debió ser prometido
que se revelaría allí; de otro
modo no se explica la desorbitante
cantidad de tiempo que he
pasado en ellos. ¿Y qué has hecho
allí durante todos estos
años?, me podrían preguntar ustedes
de forma perfectamente
lícita. Pues no sabría yo decirles.
Quizás si mañana abandonara
la bebida, como hace el beodo
padre Jack en un capítulo
de la serie Father Ted, mi último
recuerdo sería de 1985, de la primera
vez que franqueé la puerta
de un bar. Todo lo demás ha sido
sepultado bajo un maremoto
de morros oleaginosos, conversaciones
en bucle escheriano (se
pasa del argumento final al inicial
una y otra vez, sin que nadie
cambie jamás de opinión ni se
establezca conclusión alguna),
hedor a letrinas castrenses, debates
a voces (es bien sabido
que a mayor volumen, mayor
razón; el estilo oratorio que predomina
en el bar es el de Millán
Astray), tapas tifoideas, gintonics
de baratillo, kikos remullits,
divorcios y despidos, y también
bailes-de-empujones por las
más nimias razones: ¿Qué dices
de mi hermana? (nadie había dicho
nada de su hermana); No
encuentro mi bufanda / ¿Quién
tiene mi bufanda? / Ése de ahí
me ha robado la bufanda (la bufanda
está en el suelo, el mismo
lugar donde Borrachazo X la dejó
al entrar); y un largo y trágico
etcétera.
En cualquier caso, admito
que he pasado la mayor parte
de mi vida en bares. Aprendiendo,
aunque se rían; siendo
alumno de la Bar-o-Pedia. De
acuerdo, la mayor parte de las
veces sólo aprendí a mantener
una aceituna en equilibrio en el
ombligo, A-Z de licores extraños
(Cynar, Beso Extremeño,
Melody) y chistes groseros que
harían sonrojar a GG Allin.
Pero en otras ocasiones, la compañía
adecuada y lo elevado de
la plática (y lo inflamable de las
copas, sin duda) transformaron
la ocasión en algo excelente; en
Un Momento, de aquellos que
no se olvidan nunca, de aquellos
que tampoco abundan. Y
ese momento debía su existencia
a un entorno concreto: El
Bar, entendido como lugar a
donde uno va a ser arropado,
instruido, celebrado, adonde se
brinda por los que ya no están y
se hip-hip-hurrea a los que acaban
de llegar, donde se anima a
los derrotados, se loa a los que
vencen y se palmea la espalda
del desafortunado en amores.
Tal catarsis conversacional y
comunal no podría acontecer en
una agrupación sardanista, un
club de lectura, un equipo de
rugby 15, los escoltes católicos o
un colectivo de tejemantas y
horneapasteles. La Trascendencia
Temulenta Bodeguera (TTB)
se consigue exclusivamente
cuando se fusionan el efecto libertador
del lúpulo fermentado,
la buena compañía, el templo
adecuado y el espíritu correcto.
Es entonces, abandonando la
sobriedad con gozo, enfrascados
en uno de esos apasionados
debates que sólo acontecen en
bares (erigiendo con quintos y
servilleteros una maqueta del
desfile de Dallas donde dispararon
a JFK; deconstruyendo los
evangelios), abrazados a nuestros
mejores amigos (o a un par
de notas que no habíamos visto
en la vida, o a un conejo gigante
llamado Harvey; eso da igual)...
Es entonces, digo, cuando uno
logra deshacerse de las banales
angustias cotidianas de la sociedad
industrial-espectacular para
concentrarse en Lo Que
Realmente Importa: la condición
humana, los discos hermosos,
los libros esenciales y las
anécdotas tronchantes de la noche
pasada, las batallitas inmortales,
la tragicomedia del propio
pasado, los perfiles caricaturescos
de X y el crepúsculo moral
en el que habita Z. Nuestra historia,
en resumen; la que no
muestran en los Telediarios.
De acuerdo: los bares (y sus
habitantes, todos esos Holdens,
Ahabs, Petrarcas y Billy
Liars que recuestan los talones
en el reposapiés) son un reflejo
del mundo y, por tanto, reúnen
todo lo malo y bueno que hay
en él. Incluso podría llegar a
decirse que el mundo del bar
no es emocional, cualitativamente,
mejor que Mundo
Abstemio, y en ambos es posible
encontrar genios y memos.
Quizás todo eso sea cierto.
Pero es indiscutible, no jodan,
que tanto los primeros como
los segundos son, en el bar,
mucho más divertidos. Si no
me creen, vayan a la puerta de
un DIR a la 1:30, y luego se pasan
por mi bodega favorita.
Veremos quién ríe mejor.
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