Experto cronista de la crisis
industrial en Inglaterra, Ken
Loach dirige ahora su cámara
hacia la independencia de
Irlanda y el nacimiento del IRA.
Todos los imperios se
comportan igual.
España fue un imperio,
Inglaterra también
fue otro y ahora lo son
los Estados Unidos. Pero la
pauta es la misma: llevarse el
dinero, las riquezas, seguir los
intereses económicos. Ocurre
siempre, el imperio conquista
y la gente se opone. Hay una
lucha, sangre y mucho sufrimiento.
Hasta que al final el
imperio se acaba retirando. Y
a nosotros lo que nos toca es
apoyar esa resistencia”. Con
esa rotundidad se expresaba
el pasado viernes 1 de septiembre
en Madrid el realizador
británico Ken Loach. Lo
hacía durante la presentación
de El viento que agita la cebada,
su última película, que se
estrena el 15 de septiembre en
los cines y que, además de la
Palma de Oro en Cannes, ya
ha conseguido en Irlanda convertirse
en la película independiente
más vista de la historia,
situarse en el podio de
la taquilla francesa
e incluso mantenerse
entre las
cintas más taquilleras
del año en
Inglaterra a pesar de
sufrir la acusación de
ser “rabiosamente
antibritánica”
En cuanto a su realización,
no es difícil
entender los
motivos
del éxito. Un guión descarnadamente
realista, unos personajes
a los que no cuesta tomarles
afecto desde la primera
toma y un ritmo de enorme
intensidad narrativa son las
claves de una película que sabe
transmitir toda la violencia
de un período histórico extremadamente
convulso sin necesidad
de recrearse en los
episodios más crueles.
Reacción histérica
Sin embargo, como suele ocurrir
con los trabajos de Ken
Loach, la repercusión de El
viento que agita la cebada ha
ido más allá de las salas de cine.
El tema elegido, la lucha
de los campesinos irlandeses
unidos para hacer frente a las
tropas inglesas encargadas de
cortar de raíz cualquier tentativa
independentista, ha provocado
una virulenta reacción
de la prensa inglesa. “Hubo
críticas muy histéricas. Se ha
llegado a comparar la película
con el Mein Kampf de Hitler”,
asegura el director.
Para Loach, estos ataques
han supuesto incluso una
ayuda. “Da una idea del estado
actual de la prensa”, señala,
“pero lo cierto es que nos
alegramos. Si no hubiera pasado
nada quizás hubiéramos
debido provocar, pero no ha
hecho falta, han saltado a la
primera”, admite con una
sonrisa, consciente de que las
protestas de los sectores conservadores
es la mejor prueba
de que el filme ha conseguido
sus objetivos.
Según asegura, “se han tocado
dos ideas que para la derecha
británica resultan inaceptables.
Hemos mostrado
la brutalidad de la represión.
Los conservadores se figuran
el Imperio británico como si
fuera una institución de caridad,
y a cierta prensa le enfurece
que mostremos al mundo
que no fue así”. Y agrega:
“lo segundo es que se ve cómo
el problema irlandés se
deriva de la colonización británica”.
Por ese motivo a
Loach no le preocupan las
acusaciones de reabrir viejas
heridas. “Al contrario”, asegura,
“lo que hacemos es poner
el dedo en heridas que no
han cicatrizado bien”.
Debido al tema y por la forma
de abordarlo, en ningún
país donde se presenta la película
faltan las preguntas referentes
al momento político
por el que atraviesa Irlanda
del Norte. Y Ken Loach tiene
su opinión al respecto. “No vamos
a apoyar todo lo que ha
hecho el IRA, pero en la película
se puede ver en origen la
justicia de sus reclamaciones.
Ahora, con el proceso de paz,
los británicos tienen la oportunidad de conceder la independencia”,
considera.
Antes, eso sí, advierte
de que la película no se realizó
teniendo en cuenta
las negociaciones. De hecho,
los miembros del
propio equipo fueron los
primeros en sorprenderse.
Según su guionista,
Paul Laverty, “se llevaban
unos 10 años trabajando
en esto. No nos guiamos
por lo que pasaba”.
Al igual que con el proceso
de paz entre el IRA y
el Gobierno británico,
tampoco han faltado comentarios
que relacionan
la situación que se describe
en la película con la resistencia
a las tropas de
EE UU e Inglaterra en
Iraq. Laverty insiste, “empezamos
con la película
antes de la guerra”, pero
reconoce los paralelismos
con la actualidad son
comprensibles. “Escribí
el guión mientras se planeaba
la guerra desde los
servicios secretos”, relata,
“y me di cuenta que la retórica
que empleaba
Churchill en los años ‘20
no se diferencia de la que
usa la gente que escribe
los discursos de Bush. La
tecnología ha avanzado
mucho, pero las personas
apenas han cambiado”.
Se repiten situaciones
Los paralelismos, en todo
caso, no se dan sólo con la
situación actual. Según reconoce
el propio Ken
Loach, durante el rodaje
hubo momentos que le recordaron
a La canción de
Carla, donde abordaba la
lucha de los sandinistas en
Nicaragua; o Tierra y Libertad,
centrada en las luchas
dentro de la izquierda
durante la Guerra Civil
española. “Se repiten situaciones”,
dijo. Como ha
señalado, “movimientos
con intereses divergentes
se unen contra el opresor
común, pero al final esas
diferencias acaban provocando
un enfrentamiento”.
Para Loach, “el gran
problema en el lado republicano
fue la escisión. Y
eso también pasó en Irlanda.
Por eso las dos historias
acaban en tragedia”.
“Pero igualmente”,
añade, “en ambos casos
podemos aprender, nos
queda el optimismo de ver
la determinación con la
que se llevó la lucha”.
LA DIGNIDAD DE LA DERROTA
Considerado el heredero del realismo
social británico, Ken Loach se
ha distinguido desde sus primeras
películas por mantener una señas
de identidad muy definidas en cada
uno de sus trabajos. El inconformismo
con el discurso cinematográfico
dominante le ha llevado
siempre a huir de los protagonistas
y poner la cámara sobre personas
anónimas, de la calle, la clase de
personajes en los que el cine pocas
veces decide fijarse. Con una
mirada ácida, Loach parte de sus
historias para hacer visible el lado
más sórdido de la realidad y
reflejar la dignidad de los derrotados
por la historia. “El cine comercial
nos ha robado las historias.
Lo que cuenta no se corresponde
con la realidad”, asegura,
recordando que su filmografía
ha intentado ser fiel a los
sucesos que ha vivido. “En
1970, cuando llegó la crisis, pagó
la clase obrera. Después llegó
Thatcher, destrozó los sindicatos
y pagó la clase obrera. Ahora se
ha desarticulado el estado del
bienestar, y otra vez sigue pagando
la clase obrera. Es lógico que
mi cine no se haya vuelto más optimista
en este tiempo”.
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