Si usted tiene un empleo quizá se sienta un poco menos afortunado después de leer este repertorio de invectivas contra el trabajo.
Parte I: La profesión va por dentro
Canciones para una huelga, por Isidro López
Para cuando usted lea esto ya habrá pasado la huelga general. Quizá es usted una de esas personas a las que llaman “afortunadas” por tener un empleo y, una vez ya se ha desfogado el 29M, tiene que volver al puesto de trabajo donde deposita sus huesos de lunes a viernes. Con el fin de que no sufra en soledad ese bajón, recopilamos algunos testimonios de los curros más tristes, grotescos o risibles que le entretendrán hasta la próxima huelga.
- Foto: Olmo Calvo
- Personas trabajando.
Engañar en una caravana
Elena Cabrera
Como si las vacaciones se hubieran frustrado, la empresa dejó plantada una caravana en la glorieta de Iglesia, en Madrid. Yo debía personarme allí a las cuatro de la tarde, por lo que acudía directamente desde la facultad, con un sandwich mal comido en el estómago los primeros días y después ya ni eso, pues era mejor tener las tripas vacías para hacer ese trabajo. El objetivo era vender enciclopedias absurdas, mal hechas, caras, a plazos, de la que solo teníamos un volumen para enseñar. Y lo peor es que las vendíamos. Nos habían adiestrado para ello en un local de Pueblo Nuevo, allí me di cuenta de que éramos casi todas mujeres entre los 16 y los 22 años, quizás un estereotipo de la vendedora confiable, de la muchacha encantadora.
Íbamos a comisión así que no podíamos perder tiempo intentando persuadir a quien no se dejaría engañar, por eso nos enseñaron a identificar a la compradora ideal: mujer, anciana, con nietos, con dinero (tenían que comprar algo que no necesitaban) pero no mucho (se vendían a cómodos plazos). Una vez captada en la calle y aceptada nuestra invitación, acompañábamos amablemente a la potencial compradora dentro de la caravana. Había que hacerlas firmar como fuera y, casi al sentarse, no sin dificultad en un lugar tan estrecho, les poníamos el bolígrafo en la mano, mientras pasábamos las páginas gastadas del volumen de muestra de esa gran obra sobre cultura general. Le servirá para siempre, decíamos, la usarán sus hijos, sus nietos y los hijos de sus nietos, es una inversión, es muy amena. Y muchas otras mentiras que me hicieron sentir un gusano como pocas veces en mi vida.
Club de fans
Mejillón suicida
Después de casi un año diciendo maldades en twitter, fui llamada a una reunión con la gerencia y el equipo jurídico de la empresa. Fui sorprendida con la presentación de un informe de cientos de páginas con mi (elevada) actividad en esta red social. Me indicaron que no les gustaba el tono de algunos tuits, además de reprocharme la campaña de desprestigio que estaba lanzando contra la región de Murcia y que si se debía a que “mi jefe” provenía de allí. En ese momento un escalofrío recorrió mi cuerpo: un murciano cerca de mí ¡y yo sin vacunar! Pero no, mi jefe de departamento era natural de Cartagena (¡independiente!) con lo que estaba fuera de peligro. No supe entender que lo que en realidad buscaban era un autógrafo de su idolatrada estrella tuitera. Ante mi desprecio y frialdad, la empresa respondió a tal despecho despidiendo a mi follamiga lesbiana (meternos mano en medio de la oficina tampoco ayudó). No supe ver las señales de mi primer club de fans, fallo mío.
Trabajos
Margaret Castor
Los trabajos más raros que he hecho han sido durante los estudios. Cuando tenía yo 21 años, se puso en contacto conmigo un ‘personaje’ con una necesidad muy concreta. Se había hecho con una pantalla LED de las antiguas, de esas que muestran una línea de texto en letras rojas, desplazándose continuamente, para mostrar publicidad. Esta persona, llamémosle Eutimio, necesitaba a alguien que le programase el cacharro.
“Dinero fácil por una tarde de trabajo”, pensé yo. Quedé con él para el día siguiente, me pasaría a buscar. Y ahí comenzó mi odisea.
Eutimio era un señor de 50 y muchos, con mirada huidiza y capacidad de hablar sin parar durante todo el día, a 500 palabras por minuto, sin dejarte meter baza en ningún momento.
Decir chanchullero es decir poco. Eutimio no sólo quería que le programase el display. Quería convertir mi ‘habilidad’, junto con su ‘visión de negocio’, en una especie de trabajo continuo de ofrecer la pantallita (de un metro de largo, con capacidad para 20 letras) como soporte de publicidad itinerante para las fiestas de los pueblos. Iríamos los dos de pueblo en pueblo, programando la pantallita para que pusiese “CHURRERÍA AQUÍ” o “NIÑOS: 500 PESETAS” y ofreciendo el servicio a los feriantes y concejales.
Y todo esto mientras me explicaba con sumo detalle su maquiavélico plan para registrar la marca Miss España y denunciar a Tele 5 por utilizarla y hacerse millonario negociando directamente con Valerio Lazarov la retirada de la demanda. Si habéis visto la película Training Day entenderéis la sensación de desasosiego y de que el día no termina nunca. Empecé el día a las 8 de la mañana. Volví a casa a las 2 de la mañana, después de unos 500 kilómetros en un Talbot Solara destartalado. Me ‘adelantó’ 2.000 pesetas sobre los beneficios futuros. No le volví a ver.
La alegría de ser padres
Santiago Lorenzo
Como tantos madrileños de mi quinta, yo también acudí a principios de los ‘90 a la calle Elfo (en Pueblo Nuevo), a ver de qué iba la oferta laboral que se anunciaba en los diarios.
Una mara de aspirantes reunidos en una sala con sillas. Dos mujeres guapísimas para dar las explicaciones. La una comenzó a disertar. La otra permanecía callada, sentada tras la primera. La charla versaba sobre la alegría de ser padres, sobre la ilusión de la maternidad, sobre los gozosos cuidados del bebé. En definitiva, todos íbamos viendo que se trataba de vender libros (pediatría, neonatos, biberones, etc.) por las casas. A pelo, sin que nadie nos hubiera invitado, invadiendo los domicilios de quien fuera con unos tochos que nunca nos enseñaron.
Las charlas duraban tres días. El número de asistentes decrecía y los rumores de engañifa aumentaban. Al fin, uno preguntó: “Esto es para vender libros, ¿no?”. La de la charla lo negó con muchas sonrisas, diciendo que no era eso, que era otra cosa, que esto era fenomenal. Pero se había abierto la veda de resquemores y el asedio continuó.Unos a otros: “Vender libros, eso es lo que es esto”.
Entonces saltó la callada. Como si llevara ya demasiados grupos recelosos. Perdió los nervios y soltó una vibrante perorata diciendo que sí, que eso era, ni más ni menos, y que si es qué pasa, gandul. Que nos fuéramos a la mierda si no entendíamos que cada peseta hay que sudarla, que el esfuerzo es un valor en sí mismo, que el soldado raso lleva el bastón de mariscal en su mochila, toda esa retahíla. Empezó a gritar todo lo que le habían prohibido que gritara porque con malas palabras nadie iba a picar.
Supongo que la echaron esa misma tarde. Así que este no es el relato de mis desgracias laborales. Es el de las suyas.
Robot de spam
Carolina León
Tengo más de 20 años de experiencia laboral y... bueno, hace solo dos años me contactaron a través de Infolancer (el Mordor de los freelance). Buscaban a un “dinamizador de comunidades”. Eso sonaba parecido a ‘community manager’. El salario, de risa, aunque en ese momento me bendijo: algo así como cinco euros la hora. Firmé un acuerdo de confidencialidad y no sabía bien por qué. Entonces, las instrucciones: mi trabajo consistió en esparcir basura en internet; llenar foros y blogs y redes de mensajes desde perfiles falsos con información sobre “planes de renovación de móvil” o “recetas con margarina”. Todo muy opaco: la empresa que me subcontrataba era subcontratada de agencias de publicidad y a su vez éstas...
Como me sentía bastante basura por esparcir basura, me esforzaba mucho en escribir comentarios que se ajustaran al contenido y que parecieran de una persona real. Eso, claro, suponía que mi rendimiento era mucho menor que el de otros robots. El ‘despido’ fue un SMS.
Me pagan por contar personas
@Parada4millones
Había vislumbrado alguna vez un misterioso aparatito en la mano del portero del concierto o bien –la seguridad ante todo– de la fiesta de la espuma en la discoteca del pueblo que era oprimido compulsivamente cuando accedías al templo de la diversión. Por esa reminiscencia infantil que impulsa a tocar todos los botones, me parecía una actividad muy atractiva.
Hasta que tuve mi propio aparato para el conteo manual de personas, un chaleco reflectante naranja y un contrato de tres horas. Un lunes a las siete de la mañana en las tripas de una de las líneas con más pasajeros del metro de Madrid.
Tiempo después, trabajando en investigación social, me tocó pasar varios amaneceres subida a un paso elevado en una de las grandes vías de acceso a la ciudad con el mismo y codiciado aparatejo, en esta ocasión para contar autobuses.
Ha sido lo más parecido a un ascenso laboral que he vivido.
Himno a las abejas
Canodrama
Hace un par de meses nos llamaron de una cooperativa de apicultores para que les hiciésemos un vídeo corporativo. Querían una especie de himno a las abejas, ensalzando la colmena como modelo de solidaridad, etc., todo en clave de poesía rural y a vuelo de abeja, con acrobacias de cámara y mucho vibrato. En una escena, por ejemplo, un abuelo le daba cucharaditas de miel a un niño. El niño, un conocido actor infantil de anuncios, se asustó con una máscara de fumigar que había colgada de un árbol y le mordió un brazo al cámara. En otro momento, unos enamorados brindaban con cava al anochecer, echa- dos encima de un inmenso mantel de cuadros: “¡A tu salud!”. El velo de la novia era de tul y ardió con una vela; no pasó nada, pero hubo que acabar la escena cambiando el velo por una careta de apicultor. Nos alojaron en una cabaña que olía a neumático, y una mañana me desperté con unas gallinas encima del pecho. La poesía que nos prometieron nunca llegó, y además nos pagaron en miel.
¡Cómo viven los funcionarios!
Rafa Rodríguez
Se me ocurre que el tope de la hilaridad debe consistir en ser interino. Que la gente te llegue a envidiar porque trabajes en lo público y que tu triste realidad sea trabajar cuando alguien está de baja, se va de vacaciones o hace puente. La situación más surrealista que me pasó y que creo que ilustra el desconocimiento que el español medio tiene de la función pública me pasó hace años, recién estrenada mi condición de bibliotecario interino. Era un sábado 26 de diciembre (sábado 26 de diciembre, insisto), serían las 10 de la mañana, llevaba en mi puesto desde las 9h y me quedaba un largo trecho hasta las ocho de la tarde. Se me aproxima un caballero con sus dos hijos que había decidido echar la mañana del sábado en la biblioteca y me plantea una serie de cuestiones. Solventadas éstas, cuál no será mi sorpresa cuando mientras me despedía de él, clava sus ojos en los míos y me suelta: ¡Cómo vivís los funcionarios!
Teleoperadora de fin de semana
Elisa G. McCausland
Cuando te dicen que tienes buena voz piensas en la radio –un programa vespertino en una emisora local, un sueldo digno y la felicidad para el resto de la vida–. Cuando te dicen que tienes voz de radio, justo antes de proponerte trabajar los fines de semana, piensas en muchas cosas antes que en una campaña de telemarketing enfocada a vender seguros de carretera. Desde la perspectiva que da el hecho de que hayan pasado unos cuantos años desde aquel trabajo, no encuentro más ofensivo el entrenamiento no remunerado o la insistencia en la “excelencia telefónica” por ese sueldo miserable, que el timo en el que te empujaban a participar. Porque, que tuviéramos que comerle la oreja al potencial cliente para encasquetarle la tarjeta VISA, más allá del seguro de marras, nos tocaba la moral a algunos; por no hablar de la política de “incentivos” de la empresa. El resto, supongo, sabían a lo que venían.
PERLAS DEL CINE SOBRE CONFLICTOS LABORALES
'Con uñas y dientes' (1979)
A pesar de que Paulino Viota es conocido por sus películas experimentales, en Con uñas y dientes (1979) recurrió a una forma convencional para una película que además de hablar sobre la clase obrera en un momento de democratización y crisis económica, pretendía ser una película visible por el gran público, objetivo en el que los resultados, por cierto, fueron discretos.
'Numax presenta' (1980)
Antes de dar por concluida su experiencia autogestionaria, la plantilla de la fábrica de electrodomésticos Numax decidió gastarse la caja de resistencia en financiar un documental, rodado por Joaquím Jordá, que repasa la trayectoria de esta combativa empresa. Un relato de la transición más desconocida que cuenta con una imprescindible continuación. Veinte años no es nada.
'Resistencia' (2006)
Sabotajes, huelgas y un largo encierro en la catedral de Oviedo, fueron algunas de las herramientas de lucha empleadas por los trabajadores de Duro Felguera contra los despidos en esta centenaria empresa asturiana. Lucinda Torre, hija de uno de estos obreros, relató en un documental esta historia de resistencia, que no obstante disgustó profundamente a una parte de sus protagonistas.
'El corazón de la tierra' (2007)
A falta de un Germinal español, El corazón de la tierra podría ser algo así como el relato épico de nuestro movimiento obrero en los albores de la industrialización. De lo que va esta fallida superproducción es de la masacre perpetrada contra los obreros y campesinos alzados en 1888 en Río Tinto, contra la empresa británica propietaria de las milenarias minas de esta localidad de Huelva.
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