'Las aventuras del barón Münchhausen', un taquillazo nazi de los años ‘40, sirve para explicar que el cine nunca ha sido inocente.
Los tópicos espaciales y comunicativos del cine funcionan como una referencia ideal de los valores sociales. El público proyecta en lo que ve en la pantalla su código moral, que en la mayoría de las ocasiones le ha sido inculcado en la infancia porque en la edad adulta la maquinaria de propaganda del statu quo económico y político-cultural se encarga de desmantelar los imperativos éticos. Y esos códigos en determinadas películas parecen realizarse durante unas decenas de minutos, o sea, ser reales, incluso más reales que los que proceden de la experiencia y de la vida diaria del espectador, puesto que los del cine tienen un grado extra de coherencia, de excepcionalidad, que se celebra íntimamente en el seno de la comunidad y que, por tanto, proporciona una alusión plural en la que todos pueden sentirse testigos y actores de un caso ejemplar.
Los códigos morales del cine tienen un grado extra de coherencia, de excepcionalidad, que se celebra íntimamente en el seno de la comunidad
Hay mecanismos imaginarios, como la nación, la raza y la religión, que los conservadores reactivaron como respuesta primero a la Ilustración y después como ataque a las hijas mayores de ésta, las ideologías emancipatorias como el anarquismo, el socialismo y el comunismo, que nacieron precisamente para forjar un prototipo de conducta social que no se sostuviera en proyecciones ideales y excepcionales, sino en la práctica natural de los ciudadanos.
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