Cine
Historia como mercancía

'Las aventuras del barón Münchhausen', un taquillazo nazi de los años ‘40, sirve para explicar que el cine nunca ha sido inocente.

08/07/13 · 8:15
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Fotograma de la película 'Las aventuras del barón Münchhausen'

Los tópicos espaciales y comunicativos del cine funcionan como una referencia ideal de los valores sociales. El público proyecta en lo que ve en la pantalla su código moral, que en la mayoría de las ocasiones le ha sido inculcado en la infancia porque en la edad adulta la maquinaria de propaganda del statu quo económico y político-cultural se encarga de desmantelar los imperativos éticos. Y esos códigos en determinadas películas parecen realizarse durante unas decenas de minutos, o sea, ser reales, incluso más reales que los que proceden de la experiencia  y de la vida diaria del espectador, puesto que los del cine tienen un grado extra de coherencia, de excepcionalidad, que se celebra íntimamente en el seno de la comunidad y que, por tanto, proporciona una alusión plural en la que todos pueden sentirse testigos y actores de un caso ejemplar.

Los códigos morales del cine tienen un grado extra de coherencia, de excepcionalidad, que se celebra íntimamente en el seno de la comunidad

Hay mecanismos imaginarios, como la nación, la raza y la religión, que los conservadores reactivaron como respuesta primero a la Ilustración y después como ataque a las hijas mayores de ésta, las ideologías emancipatorias como el anarquismo, el socialismo y el comunismo, que nacieron precisamente para forjar un prototipo de conducta social que no se sostuviera en proyecciones ideales y excepcionales, sino en la práctica natural de los ciudadanos. 

En el modelo emancipatorio el espectador no es inocente. Tampoco culpable, tales categorías están en el orden de creencias esotéricas del régimen del que el sujeto se ha liberado. El espectador no existe, es público, alguien responsable que no deja entrar ningún pensamiento en su conciencia sin antes debatirlo en sociedad. En cambio, en el modelo autoritario los poderes fácticos económicos y religiosos del capitalismo intentan asociar inocencia e ignorancia y vincular a ésta la bondad.
 
Un arquetipo de este modelo social lo encontramos en el film nazi Las aventuras del barón Münchhausen (Münchhausen, Josef von Báky, 1942). Esta película, de una narrativa modélica para la industria del entretenimiento, introduce dos ideas fuerza clave en las sociedades basadas en el espectáculo. La primera, que la Historia es una mercancía y que como tal se convierte en un mito al servicio de determinados personajes que promueven el sometimiento del pueblo. Así, el aristócrata alemán Munchhausen, por su doble condición nacional y sanguínea, detenta los valores de supremacía de la raza aria en una mezcla de Don Juan, Alonso Quijano con una bolsa de oro y terrateniente de la NSDAP. Y la segunda idea es que va a ser recibida por unos espectadores, como pasa hoy día, que son a priori inocentes, pero también intelectualmente vagos y sabedores de la debilidad de su posición, y que consienten un entretenimiento mezquino porque en él se sienten más cómodos o más seguros, donde el Barón, que puede ser hoy su héroe gringo favorito y conocido popularmente como “el bueno”, vela por el sostenimiento del mundo que tiene a sus pies, y el pueblo se lo agradece digiriendo conscientemente un argumentario que hace desaparecer a sus vecinos o a sus compañeros de trabajo.Los espectadores son intelectualmente vagos y consienten un entretenimiento mezquino porque en él se sienten más cómodos o más segurosMucho se ha hablado de la inocencia del pueblo alemán en los crímenes antes y durante la II Guerra Mundial. Y fueron los intelectuales alemanes de posguerra, tanto en la República Democrática como en la Federal, los que pusieron en su sitio a un país que votó masivamente al NSDAP, compró y leyó los periódicos y los libros del régimen, calló y vitoreó, se alistó en el ejercitó y dio su vida por la ideología nazi en cualquiera de sus formas. Los inocentes en ese modelo político asimilan ideas, las reproducen, compiten con otros que no las han adquirido, las ríen en el cine, actúan conforme a ellas, son la base del fascismo. Pero más allá de la pulsión autodestructiva de una sociedad que aclama a la muerte está un espíritu corrompido para quien lo que ven sus ojos al salir de la sala de proyección tiene que olvidarse puesto que no corresponde a lo que quiere ver. Y si en el celuloide ninguna imagen es inocente, que no lo es, en la Gran Alemania tampoco ninguna idea, ningún pensamiento, ninguna mentira.
Tags relacionados: Nazis Número 201
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