Escritores como Céline o Miller han hablado de ese lugar terrible donde
a cambio de un dinero mísero, o abundante, es igual, se sacrifica en
asuntos absurdos lo más valioso que posee: su propio tiempo.
- “Lo único que veía era que la gente se partía los cojones trabajando porque no sabía hacer nada mejor” ‘TRÓPICO DE CAPRICORNIO’. HENRY MILLER.
Para muchas personas, el trabajo
remunerado no supone una
fuente de realización personal,
donde sentirse útil ocupando su
puesto en el engranaje circular
del mundo al estilo Hegel. Es,
precisamente, todo lo contrario:
un obstáculo, quizás el mayor,
para realizar aquello que realmente
les interesa en la vida.
En la literatura han quedado
varios ejemplos de esta clase de
individuos que rechazan el éxito
profesional para dedicarse a
cosas más interesantes.
Podríamos remontarnos a ese
punki avant la lettre llamado
Diógenes de Sínope, de una
época casi mítica, pero también
encontramos sin problemas
grandes individuos más directamente
unidos a nuestros
tiempos postfordistas.
Uno de estos arquetipos sería
el francés Louis-Ferdinand
Céline, quien en 1932 publicaría
su muy influyente Viaje al
fin de la noche. En él, su personaje
principal, de rasgos autobiográficos,
alterna entre un
trabajo enloquecido a otro, de
tal forma que participa en el
despropósito de las trincheras
de la Primera Guerra Mundial,
conoce el colonialismo francés
lleno de moscas en África, el
pánico en la cadena de producción
de una fábrica en Detroit,
y el hastío como médico en
Paris. Ningún trabajo le llena,
y en su búsqueda constante, en
su huída, solo encuentra dolor,
frustración, mentiras y fracaso.
Acusado de colaboracionismo
con los nazis, hoy Céline
es el escritor favorito de cualquiera
que sienta un asco real
por el sistema de contratación,
o, por ejemplo, de Nicolas Sarkozy,
como declaró en una entrevista...
Cosas de la recuperación
cultural.
En 1939 se publica en Francia
la monumental Trópico de Capricornio,
de Henry Miller. Continuación
de Trópico de Cáncer,
es censurada en EE UU y no será
distribuida libremente en el
mercado hasta 20 años después.
Quizás esta segunda novela no
ha pasado a la historia pop por
sus referencias sexuales, como
sucedió con Trópico de Cáncer,
pero en su núcleo central muestra
la historia de un nómada autoproscrito
que encuentra en
sus trabajos ocasionales, temporales,
impersonales, el dinero
suficiente que le sirve de gasolina
para continuar su verdadera
hoja de ruta al éxito personal: el
oficio sincero de escritor.
A través de sus hojas, encontramos
a un personaje vitalista
al borde del colapso, que roba
de la hucha de su hija, engaña a
su esposa, y que aparece ocasionalmente
en el periódico
donde trabaja como corrector
de estilo para cumplir su función
como un fantasma en las
alturas, esperando sólo la hora
en la que regresar a la Vida, al
ocio, a los bares con mujeres de
reputación dudosa y amigos ricos
a los que sablear.
Muchos de los párrafos de
Miller se enfocan en su antiguo
empleo en una agencia de
telégrafos, donde reclutaba a
parias, locos y delincuentes,
casi todos inmigrantes, para
realizar entregas de mensajes.
Un trabajo monótono que intentaba
endulzar con un boicot
a largo plazo, alcohol, y escapadas
oportunas. El único
beneficio que Miller consigue
al final de todo ello es la experiencia
en sí, como cualquier
otra, que sirve para iluminar la
crítica global de sus escritos, y
la agudización de una desesperación
cósmica, creciente,
que alcanza con la alienación
su punto máximo, y se convierte
en el detonante que lo obliga
a exiliarse en el viejo continente,
París, donde Miller sospecha,
equivocadamente, que
la vida es más auténtica.
No obstante, quizás donde esta
actitud de desinterés frente al
evangelio de la inercia empresarial
se hace más evidente, es en el
mediático autor Charles Bukowski.
En 1971 publicó Cartero, una
oda al escapismo profesional, en
la que sus propias experiencias en
una desoladora compañía de correos
son el hilo conductor en una
narración que describe el absurdo
mecanicista, y el poco lustre de un
sueño americano que parece consistir
en la hiperespecialización en
tareas despersonalizadas. Se confirmaría
su tragedia en Factotum,
de 1975, que consiste en la mera
sucesión de carreras profesionales
truncadas, rebotando de trabajo
en trabajo como una gallina sin
cabeza, buscando siempre en las
escasas y vigiladas horas de ocio
la sospechada vida real.
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