Sobre la imposibilidad del
amor (verdadero) en los tiempos del capital.
“Me and you, and you and me. No matter how they toss the dice, it has to be. The only one for me is you, and you for me. So happy together”. Comienza esta versión de aquella canción de The Turtles lenta, muy lentamente. La letra entra, caliente y grave. De repente, un punto y seguido. Ahora, sí, el bofetón: “I can’t see me lovin’ nobody but you for all my life”. Estribillo a gritos. Proyecta el cantante, Filter, con toda su rabia; se desgañita: “When you’re with me, baby the skies’ll be blue for all my life”. Se lo cree. Grita desde la víscera. Pone voz y fuerza al sentimiento (proyección, obsesión) frustrado de un personaje. Porque esta versión pertenece a una banda sonora de película. El gran Gatsby. Como ya hiciera con el clásico shakesperiano, Romeo y Julieta, el director Baz Luhrmann utiliza una ficción dolorosa –en este caso, la novela homónima firmada por F. Scott Fitzgerald–, la estiliza y la envuelve de presente.
Pero no se equivoquen. No hay nostalgia en El gran Gatsby. Sí delirio y exceso; gestión uterina y gentrificación emocional. Traer el despropósito materialista de entreguerras a estos tiempos de relaciones líquidas (¿liquidadas?) y postcrisis tiene mucho de querer trascender los argumentos victimistas de aquellos que eluden su responsabilidad en el apocalipsis. Como bien recuerda el personaje de V en otra ficción cinematográfica que antes fue novela gráfica –V de Vendetta, de Alan Moore y David Lloyd– si buscamos a los culpables del fin de este mundo, el espejo nos devolverá la incómoda respuesta. ¿Ayuda “lo hípster” a eludir el reflejo? Decía Houellebecq en La posibilidad de una isla que la libertad empieza en el momento en el que se renuncia al amor. Cabe preguntarse: ¿Libertad para qué?
Este simulacro llamado “tiempos hípster” habla de identidades disueltas y amor sin heridas; de servidumbres mercantiles camufladas de libertad sexual. Amor romántico vs. Amor líquido, ironía mediante. Pero el relato cínico, de media sonrisa, ya no funciona. O, tal vez, sí; demasiado bien. No obstante, lo urgente aquí es no caer en la trampa de la inercia posmoderna y preguntarse a quiénes y por qué. Pues, por arriesgado que parezca, insistir en historias que resisten toda gentrificación –utilizado aquí el concepto como metáfora que explica la desactivación del potencial subversivo de la cultura– es incidir en la ficción como despertador de conciencias; en el sexo, no como válvula de escape o divertimento, sino como catalizador.
Amor verdadero
Cuentos superheroicos, como el Watchmen de Alan Moore y Dave Gibbons, hablan de la imposibilidad del amor en los tiempos del capital; porque amar, más allá de la dicotomía capitalista antes enunciada, supone querer destruir todo sistema establecido en pos de una nueva fórmula. Justicia y revolución. “Nunca había relacionado el juicio con estar cachonda”, confiesa uno de los personajes de Alan Moore –esta vez en el cómic Promethea– a lo que le responde su ángel de la guarda: “Sí, bueno. Si lo hubieras hecho quizá te habrías pensado mejor con quien te acostabas”. Conecta el autor dos conceptos catárticos: fuerza y lujuria, apelando a la responsabilidad, al juicio grave; al libre albedrío.
En Promethea, Moore conecta dos conceptos catárticos: fuerza y lujuria, apelando al libre albredrío. Como asegura Lourdes Flamarique en Emociones versus normas. El confinamiento psicológico de la experiencia social, “toda elección, toda decisión responsablemente tomada, es decir, haciéndola propia pase lo que pase, introduce un nuevo curso a los acontecimientos. Ese curso, en el sostenimiento de lo decidido, permanece en gran medida bajo control, es cosa nuestra; depende de las dimensiones emocionales, pasionales de cada persona, precisamente porque decidirse a algo es decidirse a sí mismo”.
Queda preguntarse si al consumidor emocional medio –tú, yo, la vecina de asamblea– le compensa abandonar el aparato simbólico tan confortable al que se ha habituado durante estos últimos años; si es capaz de aspirar, en esta huida hacia delante, a un verdadero cambio o elige conformarse con el maquillaje ideológico que le permita asomarse al espejo tras el supuesto despertar.
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