Black Mirror es la última sensación de la ficción británica, pero ¿cómo se come?
¿Es un artículo de gastronomía? No, pero sí que habla de alimento... ¿Hablamos de sustancias psicotrópicas? Sí, pero de las que se ingieren por ‘cuartitos’ en tu computadora, en tu vieja telefunken tuneada, o proyectadas sobre una arrugada sábana de tu centro social favorito. ¿Que de qué hablo? Vamos con la info práctica: Black Mirror es una serie de ficción de la cadena británica Channel 4, lleva dos temporadas a razón de tres capítulos por cada una (o sea que hasta la fecha no puedes meterte más que seis concentradas dosis de algo menos de una hora), y sus episodios funcionan como películas o historias independientes. Así, no hay por qué verlos en orden ni seguir la continuidad de una trama. El único hilo que los une es que todos parten de la metáfora del “espejo negro”: el de la pantalla oscura del ordenador, del teléfono, de la tableta, que cada día nos devuelve nuestro propio reflejo en el momento antes de encender el bicho y conectarnos al mundo ‘virtu-real’.
El único hilo que une los capítulos es que todos parten de la metáfora del "espejo negro" de la pantalla oscura del ordenador, teléfono o tableta antes de encender el bicho y conectarnos al mundo 'virtu-real'Resumiendo mucho, en cada película se toma como premisa una destreza, una magia, una posibilidad vital que el siguiente avance de la tecnología podría poner a nuestro alcance de manera inesperada. El pretexto es el mundo tecnológico, y a dónde éste nos puede llevar, pero al final lo que importa es lo que queremos llegar a ser, o lo que estamos dispuestos a asumir que hagan con nosotros para tener ciertas comodidades. Las preguntas son en extremo simples, pero igualmente difíciles de contestar: ¿Realmente es ahí donde nos gustaría llegar? Como dijo una vez aquél: “Ten cuidado con lo que deseas porque a lo mejor te lo encuentras”.
¿Truco o trato?
Black Mirror no hace alarde de efectos especiales, no es una serie futurista, no trata de presentarnos una distopía cuyo advenimiento debemos más o menos temer. Lo que hace –o al menos así me sienta a mí esta droga, que nunca puede asegurarse el mismo efecto para todo el mundo– es preguntarnos sobre el presente, conectar con anhelos y preguntas que de nuevas no tienen nada, porque imagino que nos las llevamos haciendo desde que a aquel tipo se le ocurrió arrojar al aire el hueso. Lo que buscan Charlie Brooker y sus secuaces es que nos preguntemos cómo vamos a enfrentarnos a esta distopía presente. ¿Qué pasaría si por la presión masiva de ‘trinos’ y ‘caralibros’ tuviéramos la capacidad de influir de forma real e inmediata en las decisiones de los ineptos que nos gobiernan?
¿Y si ante la pérdida de alguien querido se nos ofreciera la posibilidad de convertir todo lo que colgó en la red, y que un algoritmo a partir de eso reprodujera su personalidad para calentarnos –al menos emocionalmente– en las noches frías? ¿Cómo gestionar, siendo un explotado en un mundo de explotados, el poder que nos llega repentinamente poniendo en nuestras manos el destino del resto de explotados? ¿Hacia dónde se encamina la justicia? ¿Ha de ser la justicia reconducción o cura del delincuente, protección de la sociedad frente a él, venganza? ¿Si la observamos desde nuestras pantallas, cómo evitar que se convierta en espectáculo?
Como todo buen viaje, Black Mirror va directa al hipotálamo, sube rápido y demora su bajada, aunque ésta no nos deja exentos de apencar con las consecuencias de una resaca que –como todas– dependerá únicamente de nuestro estado previo a la ingesta. Se disfruta, se saborea, alimenta, a ratos se sufre, pero cuando pasa no nos deja igual.
Tomen nota cuéntames y águilas rojas, de que con el dinero de la tele se pueden hacer maravillas. Así, sin alejarnos del Reino Unido –donde últimamente se están generando algunas de las mejores propuestas de ficción– podremos disfrutar con policiales del tamaño de Inside Men (James Kent, BBC, 2012) o The Shadow Line (Hugo Blick, BBC, 2011). Y en un marco temporal algo menos reciente nos encontramos joyas como This is England ‘86 o State of Play. Eso sí, se trata de esencias guardadas en tarros pequeños; para que el enganche no se haga irreversible, ninguna tiene más de siete capítulos-dosis.
Hoy escribo con las venas hinchadas porque sé que hasta el año que viene no voy a poder pincharme de lo bueno. Mientras, puedo intentar pasar el mono revisitando otros clásicos: Los Soprano, Mad Men –que por ahí me han dicho que ha vuelto–, Band of Brothers, etc. Pero vamos, que nada de esto me hace olvidar que hasta dentro de un año no me volveré a meter esa mierda inglesa tan buena.
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