"Las fronteras nos dicen cosas de nosotros que no queremos oír"

Trabajos como Ellas tienen la palabra abren el camino para que
la creación del 51% de la poesía sea reconocida como merece. Este
año Noni Benegas ha publicado su quinto poemario: De ese roce vivo.

12/10/09 · 12:44
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Has traducido Estética de la
desaparición
de Paul Virilio.
¿Qué piensas sobre sus toques
de atención sobre el declive de
la existencia?

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Noni_Benegas

Paul Virilio reflexiona sobre ese
elemento constitutivo del siglo
XX: la velocidad. Pone de relieve
el hecho de que cada nuevo
descubrimiento trae consigo su
accidente. Los accidentes causados
por el progreso han desbordado
en magnitud e impacto a
las catástrofes naturales. La aceleración
de las transacciones comerciales
encubre operaciones
de altísimo riesgo que conducen
a la caída de la bolsa y de los
mercados internacionales e instalan
una crisis generalizada. La
explotación intensiva de los recursos
del planeta –agua, petróleo,
bosques, alimentos, etc.– a
favor de unos pocos, pone fecha
a su extinción y genera guerras
locales, con el consiguiente desplazamiento
de poblaciones enteras.
Si antaño se decía que el
tiempo es oro, hoy podemos afirmar
que la velocidad es poder.
Y, del mismo modo que existe
una economía política de la riqueza,
es necesaria una economía
política de la velocidad, generada
por las tecnologías. Una
economía que analice, por ejemplo,
la mundialización de las
emociones y temores, que se
propagan al minuto a toda la población,
en desmedro de la reflexión.
Esa manipulación de los
afectos es producto de la instantaneidad
de la información, que
impide contrastar opiniones.

“El decir del cuerpo” es uno de
los apartados de tu estudio en
Ellas tienen la palabra, y en los
poemas de tu libro De ese roce
vivo
las referencias corporales
están muy presentes (“Y ahora
me peso/ pondero”).

Digamos que entendí la temporalidad
del cuerpo. Primero, en
el cuerpo ajeno, el suyo, esa materia
que ya no daba para más y
cuya lucha acompañé con admiración
y dolor, hasta comprender
su necesidad de alivio. Y una
vez entendida esta caducidad de
la materia, tras asistir a esa batalla
personal, aceptas que algo se
desprenda y se libere. Cuando
se produce es como la emanación
de una energía que estaba
cautiva en el cuerpo, es el tránsito
hacia otra cosa mucho más
vasta y fuerte. Pero luego vuelves
en ti misma, y ves que tú estas
aquí con tu cuerpo, y es ahí
donde aprecias la gravedad, el
peso, te sientes carne, pasas a
primer plano, como esos muñequitos
de las ferias a los que
apuntas con un rifle. Caen, y automáticamente
sube otra tanda.
Lo que sabes es que tú estás en
esa tanda, la próxima vez te toca
a ti, una vez que los de la generación
anterior han caído.

Otra dimensión de tu trabajo se
ha dirigido hacia la introducción
de la cultura gay-lesbiana.
¿No te parece que el discurso
teórico sobre el género debe
traspasar las fronteras sobre la
especificidad gay-lésbica para
potenciar el discurso social?

Es parte del discurso social. Lo
hace más complejo, más rico, no
tan fácil de reducir de modo maniqueo.
No son “ellos” y “nosotros”
enfrentados, en aceras
opuestas. Es un discurso, el del
género o la opción sexual diferente
a la norma, que nos libera
a todos. Nos permite ganar cotas
de aceptación de nuestras propias
pulsiones. Nos alivia de esos
deseos y fantasías que todos, absolutamente
todos, tenemos, y
contra las cuales hemos luchado
durante siglos por no conformarse
a la norma. Una norma torpe
y arbitraria que nos ha tenido entretenidos,
nos ha hecho infelices y nos ha impedido, justamente,
ocuparnos de cosas mucho
más graves como son paliar el
hambre, y asegurar la salud y la
educación universales.

En Fragmentos de un diario desconocido,
insistes en la búsqueda
del lugar propio, el temor a
caer en un lenguaje impropio.
¿Ese lugar es pensable sin relación
con los demás?

Ese miedo, justamente, ironiza
con el hecho de que no suele haber
un lugar para los extranjeros
–los metecos, que decían los
griegos–, que por ser mujeres o
foráneos no tenían lugar en la polis, no eran ciudadanos de derecho.
Me refiero a ese estar
siempre oscilando en los márgenes,
sin pertenecer al discurso
oficial. Incluso en la forma, el hecho
de que escribo muchas veces
poemas en prosa cuando la
“norma” es el verso rimado o libre.
Evidentemente, esto enlaza
con tu pregunta anterior. Y podría
hablar del poco interés que
hay en la poesía española actual
por las experiencias que podamos
aportar en nuestra escritura
personas de otra procedencia,
que no se han criado aquí.
No hay interés por los escritores
de frontera, por ese diálogo que
podría enriquecer las vivencias
de los que se sitúan en el centro
y desconocen la periferia. La
frontera, sea geográfica, de género,
clase o creencias, siempre
nos dice algo de nosotros mismos
que no queríamos oír. Hay
excepciones, claro está, pero no
conforman el canon, pienso en
tu libro Basura Mundi, y en otros
anteriores, donde indagas esos
bordes urbanos donde se acumulan
los deshechos humanos y
materiales.

Has señalado algunos temas recurrentes
que se dan en las
creadoras: la desigualdad social,
el maltrato o la realidad de
ser madre. ¿Qué puedes decirnos
sobre la expresión poética
del compromiso social por parte
de las mujeres?

Te diría que el discurso de género
ha sensibilizado a las poetas
mujeres y les ha hecho ver no sólo
las limitaciones a que son sometidas,
sino las de otros tanto o
más desfavorecidos por razones
de color de piel, de costumbres,
ritos religiosos o balbuceo de lenguas
extrañas, en fin, toda un
magma de personas anónimas
que bulle en los márgenes, que
es donde se acumula el sentido,
como dice un verso de Esther
Zarraluki. Pero también han extendido
esos márgenes en el plano
formal de la escritura. Al tomar
la palabra han debido realizar
un barrido, para rectificar lo
que siglos de poesía habían dicho
de ellas. No se han reconocido
en el retrato alzado por la poesía
oficial de “la mujer”, o dicho
de otra manera, el mayor trabajo
de las poetas ha sido deconstruir
la imagen de mujer trasmitida
por esa lírica, con palabras heredadas
de ésta, para inscribirse
en una tradición en la cual la mujer
aparece representada según
el punto de vista del otro, del varón
que escribe. Además, no hay
que olvidar que si el hombre sufre
de la llamada “angustia de la
influencia”, es decir, el temor a
imitar a sus predecesores, la mujer
padece de algo previo, la “angustia
de la autoría”, o sea: no encontrar
detrás mujeres que la legitimen
y tener que empezar a
conquistar el terreno desde cero.

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