"""Zelig"""
El extraño caso del hombre camaleón

WOODY ALLEN (1983)

02/04/09 · 8:24
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MÍMESIS. Los cambios de Zelig evidencian la necesidad de cariño y de
ternura que todos los seres humanos tenemos.

De Zelig podría decirse
que es la particular
versión de
Ciudadano Kane
realizada por Woody Allen. Y
a continuación añadir que,
aunque las dos presentan un
esquema narrativo similar
(ambas tratan de desentrañar
los secretos biográficos de un
personaje poco común), una
gran diferencia las separa:
frente a la grandilocuencia barroca
y shakesperiana de la
ópera prima de Orson Welles –y de buena parte de su producción–
el título que nos ocupa
posee más bien un divertido
tono doméstico de disparate
con tintes surrealistas.

Zelig, con formato de falso
documental, cuenta la peculiar
historia de un hombre nacido
a principios del siglo XX
(interpretado por Allen) que
desde muy joven posee la rara
cualidad de mimetizarse en la
persona que tiene a su lado:
en noble cuando habla con
aristócratas, en músico negro
cuando está junto a una banda
de jazz, en judío cuando se
ve rodeado de rabinos, en psiquiatra
cuando lo intentan
psicoanalizar, o en indio cuando
trata con pieles rojas, por
ejemplo, como si se tratase de
un camaleón humano. Para
trasmitir ese aire de verdad
que todo documental necesita
recurre a los más variados elementos
que dejan huella de alguien
que realmente ha vivido:
partidas de nacimiento, fotografías
familiares, documentos
académicos, notas de
prensa, imágenes de la época
(en este caso los felices años
‘20), grabaciones privadas,
atestados policiales, informes
médicos, sentencias judiciales
y, sobre todo, recuerdos de
personas (celebridades de la
talla de Scott Fitzgerald,
Susan Sontag o Saul Bellow)
que, supuestamente, le conocieron
y trataron.

Tan extraño comportamiento
reclamó la atención de
la comunidad científica del
momento, sobre todo de la
psicología; y la doctora Fletcher
(interpretada por Mia
Farrow) se ocupó durante varios
años del caso hasta descubrir
que, en contra de la opinión
de muchos de sus colegas
que sostenían que se trataba
de un farsante y de un
impostor, en el fondo Zelig no
era más que una persona insegura
y de baja autoestima
que se convierte en quien tiene
a su lado para creerse otro,
para sentirse menos desdichado,
para sobrellevar mejor la
angustia y el vértigo de la existencia;
para, en fin, evidenciar
la necesidad de cariño y de
ternura que todos tenemos.
Avanzado el metraje su autor
aprovecha esta circunstancia
personal para, homenajeando
a Ser o no ser de Lubitsch,
recordarnos esa teoría
según la cual una motivación
psicológica similar –en este
caso colectiva– explicaría el
apoyo social que enajenó a toda
una nación y permitió el ascenso
del nazismo al poder. Y
también para hacer una parodia
del sistema capitalista y su
uso comercial de cualquier
excentricidad (y de cualquier
moda pasajera) para producir
de forma masiva el merchandising
más prosaico y explotarla
económicamente.

En Zelig está todo el universo
de su autor: el psicoanálisis,
la pasión por el jazz,
los conflictos de pareja, las
frases memorables, las mujeres
guapas, los programas de
radio, los diálogos ingeniosos,
su amor por Bergman,
su humor inteligente, sus rabinos,
sus gafas de pasta, su
mirada miope, su imaginación
desbordante y, por supuesto,
su genialidad.

En cierta ocasión Woody
Allen declaró que, al hacer
repaso a su filmografía, tenía
la impresión de no haber
logrado realizar una obra
maestra indiscutible. Quisiera
pensar que, aunque sólo
haya sido en algún momento
de su vida, el director de
Broadway Danny Rose habrá
tenido la convicción de
que Zelig estaba a la altura
de muchas obras que poseen
la categoría de clásicos, pues
es más que posible que sólo
por una película como ésta
habría pasado ya, al igual
que Charles Laughton o
Todd Browning, a la historia
del cine.

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