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Los enigmas del deseo

En Breve encuentro (1946), de David Lean, película
romántica por excelencia, la pareja de amantes,
cada vez que se separa después de una nueva
cita, se da un beso en la mejilla y con un brillo
especial en la mirada se dicen con un tono muy
dulce: “El próximo jueves a la misma hora”. Más
de 50 años después, en Intimidad, de Patrice
Chereau (Francia, 2000), –una película que, quizá
de forma no premeditada, conserva ecos de aquel
clásico, como si de una versión posmoderna se

24/09/10 · 11:35
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En Breve encuentro (1946), de David Lean, película
romántica por excelencia, la pareja de amantes,
cada vez que se separa después de una nueva
cita, se da un beso en la mejilla y con un brillo
especial en la mirada se dicen con un tono muy
dulce: “El próximo jueves a la misma hora”. Más
de 50 años después, en Intimidad, de Patrice
Chereau (Francia, 2000), –una película que, quizá
de forma no premeditada, conserva ecos de aquel
clásico, como si de una versión posmoderna se
tratáse–, los amantes, en cambio, aunque saben
que es muy posible que vuelvan a encontrarse el
próximo miércoles a las cuatro de la tarde, en el momento de la despedida
en muchas ocasiones no se dicen nada, tan sólo adiós, y en
algunas ni tan siquiera eso.
En el primero de los títulos, esos encuentros vienen motivados
por una forma de atracción que favorece el surgimiento de una
hermosa historia de amor. En el segundo, descartada de antemano
esa posibilidad, el deseo que los une aparece impregnado de la
poesía –a veces fría, a veces incandescente– del sexo y de las citas
concertadas; y sus protagonistas, al margen de su situación personal,
lo saben, igual que saben que mientras les apetezca abrazar
sus cuerpos desnudos volverán a encontrarse una semana después;
y también que, si en un momento dado a uno de los dos deja
de seducirle la propuesta o tiene motivos para hacerlo, no acudirá
al lugar acordado y la otra parte no tendrá derecho alguno a reprocharle
nada ni a exigirle explicaciones.

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La película, que consiguió el Oso de Oro en el Festival de Berlín,
comienza con uno de los primeros encuentros eróticos de la pareja.
En ningún momento sabemos cómo se conocieron. En cierto modo
esa información nos es irrelevante. Lo que sí sabemos muy pronto es
que los dos son de mediana edad; que él, separado con dos hijos, trabaja
al otro lado de la barra en un local nocturno a la espera de algo
mejor, y que ella, actriz ocasional y profesora de teatro para aficionados,
tiene una vida mucho más convencional de lo que le gustaría
aceptar. También que los dos han aprendido a ser condescendientes
consigo mismos.
De telón de fondo, como en un escenario en el que pudieran mirarse
muchos miembros de toda una generación, late muy fuerte el corazón
del deseo, de la soledad y de las carencias afectivas, el dolor de
los sueños incumplidos de tantos artistas anónimos con talento, las
cicatrices que deja el pasado en nuestra piel y en nuestra alma, los
estragos que la falta de autoestima puede llegar a provocar si no se
valoran en su justa medida los caprichos del azar, la capacidad de
autodestrucción que el ser humano puede albergar en su interior y,
sobre todo, la incapacidad de mantenerse al margen de los sentimientos.
Por encima de todo ello, amortiguando el sordo zumbido de
una extraña insatisfacción y mezclándose con el sonido de las calles
del Londres menos turístico que uno pueda imaginar, suenan las
canciones de grupos como los Tindersticks, David Bowie, Nick Cave,
The Stooges o The Clash.
Al final, y al contrario de lo que ocurría en aquellas películas de
amor de nuestra adolescencia, la historia comienza a naufragar
cuando uno de los amantes –al igual que sucede en las primeras fases
del enamoramiento romántico– quiere saber más de la otra persona;
cuando uno de ellos, al comprobar que hablan el mismo lenguaje entre
las sábanas, quiere ir un paso más allá; cuando, en cierto modo,
uno de los dos empieza a ilusionarse con el otro, a saltarse ciertas reglas
establecidas en un pacto no escrito, pues lo que ellos acordaron
fue encontrarse regularmente sin hacer planes de futuro, compartir
no sus emociones, sino tan sólo la desnudez física de sus cuerpos imperfectos
y, antes que otra cosa, su capacidad de generar placer.

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