Dios es un paria que recorre el sur

'El cantante de góspel', de Harry Crews, nos introduce en el sur estadounidense, un terreno abonado para la literatura de los desposeídos.

24/01/13 · 16:44
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“Enigma, en el Estado de Georgia, era una calle sin salida”. Atentos al sutil espoiler, o chafatramas, en la primera frase de El cantante de góspel, una novela de Harry Crews (1935-2012) publicada en castellano por Acuarela. El título y esa primera frase nos ponen en la rampa de salida de la crónica de un par de días en ese pueblo, uno de esos lugares del que todo el mundo quiere huir. Polvo, sudor y hierro –el de las horcas que la white trash carga por si se tercia una turbamulta violenta–, el intenso olor de los animales de granja, hasta (casi) la segregación entre blancos y negros, todo eso desaparece cuando canta el cantante de góspel.

Deduce Kiko Amat en el prólogo del libro que ese serafín, de bucles dorados y una voz capaz de obrar milagros (¿o no?), se trata en realidad de Elvis, ya saben, el Rey. Y no es difícil establecer los paralelismos entre el personaje que retrató Crews en su primera novela y el sensacional cantante elevado a los altares, en primer lugar, por la clase desposeída estadounidense de los ‘50.

A pesar, o precisamente porque se trata de una ficción, si ese cantante conmovedor aparece ante el lector como un personaje familiar, será porque ya hemos leído alguna vez más la historia de la estrella del rock que se siente un fraude. No obstante, Crews logra sin esfuerzo aparente (del otro mejor le hablan sus biógrafos de harrycrews.org) dibujar a un personaje único, frágil en su éxito, dirigido en primer lugar por su concupiscencia y en segundo por un agente siniestro, Didy­mus; demandado, el cantante, en el sentido de exigido, por todos aquellos que se topan con él. El cantante de góspel es la historia del loser con un don, de la mentira que se convierte en trending topic, de la Gran Ver­dad o la Mentira Verdadera (res­­pé­tense las mayúsculas) en palabras de Amat.

‘We love freaks’

“¿Cómo sería una feria de rarezas? Sin duda, una especie de Enigma concentrada, lo mismo de lo que había querido escapar recorriendo medio mundo”. Tampoco es la primera vez que leemos sobre una feria de freaks, de las que el personal guarda gratos recuerdos gracias a la película de Todd Browning o de la serie de televisión Carnivàle. De nuevo, la prosa sin adornos pero jugosa como un bistec de Crews suma símbolos a ese imaginario de los monstruos de feria construido en gran parte a través de las novelas del gótico sureño, pariente de la obra de este exmarine autodidacta. Volvemos a esa idea tan calentita de gran teatro del mundo, en el que el freak ejerce de maestro de ceremonias, casi de referente moral en el desierto. Por su lugar de deformado primigenio, Pie, el líder freak de El cantante de góspel, ejerce de árbitro allí donde, apunta Anne Foata, se nos apa­rece una “visión de una humanidad deformada, esto es, depravada, [que] puede ser la leche agria que el joven Crews mamó en los severos alrededores calvinistas del sur de su Georgia natal”.

El cantante de góspel, seguido por las caravanas de la feria de Pie, llega en un Cadillac negro (casi estamos por escribir en un Mercedes blanco) a una Enigma sacudida por un crimen. La hermosa Mary Bell ha sido asesinada con un picahielos por un negro que espera su linchamiento pacientemente, igual que si se tratase de una vieja costumbre. Polvo, sudor, el aire cálido y denso de un apretón sexual en una cuneta “como una vena negra” junto a la autopista, la mediocridad del medio ambiente y, flotando como una manta zamorana sobre el aire sureño, una violencia primordial que sólo queda temporalmente suspendida cuando la voz divina del cantante humano, demasiado humano, se eleva sobre la miseria. El arranque de la novela, decíamos, es el anuncio de lo inevitable. Aún así, qué les vamos a decir, merece la pena seguir el ritmo cadencioso y preciso de un narrador que sin perseguir la Gran Verdad reparte pequeñas chinas en un camino pedregoso que, seguro, llega a un lugar mejor que el viejo sur del que partimos.

Para ser un escritor de los duritos

Nacido en una granja de arrendatarios de Georgia (EE UU), Harry Crews (1935-2012) pertenece a esa liga de los hombres duros (the hard men path) que puebla la literatura norteamericana del siglo XX. Para entrar en esa liga hay que 1) darse hostias como panes --Crews fue campeón de boxeo en su regimiento durante la Guerra de Corea--; 2) tener aficiones que impliquen trato con los animales --la cetrería y la pesca, en el caso que nos ocupa--; 3) decir tacos --como en “"envejecer es una putada. Lo que tienes que hacer es no tenerle respeto a nada, sea lo que sea. Cágate mucho en ello y dale una patada en el culo al diablo"” (de una entrevista en Vice)--. Y, por último, 4) tener un vicio o, lo que viene siendo lo mismo, una grandiosa forma de matar el dolor.

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