MURNAU (1927)
- CRISIS AMOROSAS. ‘Amanecer’ narra la historia de una pareja madura que entra en crisis pero consigue superarla.
Amanecer es una
historia de amor.
Posiblemente la
historia de amor
más hermosa que una ha visto
nunca en una pantalla. En
ella, en clave de cine mudo y
con un lirismo sobrecogedor
que convierte a su director
en un poeta del cine, se cuenta
algo tan universal como lo
que sucede a una pareja de
años y rutinas, con la pasión
en otro tiempo incontenible
y hoy ya casi olvidada, cuando
irrumpe en medio de sus
vidas, con la fuerza ciega de
las obsesiones y, sobre todo,
de las novedades, una tercera
persona: en este caso “una
mujer de la ciudad” que, con
su presencia y sus artes seductoras,
rompe la apacible
tranquilidad de un matrimonio
que habita en un idealizado
medio rural.
A partir de entonces, al
igual que sucede en las convulsiones
sociales, para que
la nueva relación triunfe, hay
que hacer desaparecer, física
o metafóricamente, a la
persona que no encaja en la
nueva situación, que sobra,
que, de repente, está de más.
Así, se nos muestra la irracionalidad
de la pasión, las
grietas que se abren en
medio de una relación, en
apariencia estable, cuando
sus componentes, de ser
amantes dispuestos a hacer
cualquier cosa por su pareja,
se convierten entre sí en dos
extraños, el dolor y el sufrimiento
que toda ruptura produce...
Pero, sobre todo –y de
ahí la grandeza y la singularidad
de esta película– nos
habla de cómo superar una
crisis sin que las heridas y
los reproches contaminen la
reconciliación, la nueva etapa
que se abre a partir de entonces,
de cómo aceptar que
cualquiera de nosotros puede
tener un momento de debilidad
o de confusión que
hace tambalear una relación
que creíamos sólida sin que
ello suponga que ya nada es
irreversible. De una manera
poética, nos viene a decir
que la única forma de que este
pequeño milagro ocurra
es siendo capaz de enamorarte
de nuevo de la persona
que un día te deslumbró, olvidando
por completo lo que,
durante unos cuantos días o
semanas, os perturbó y, al
mismo tiempo, siendo capaz
de dejarte seducir por alguien
que, en cierto modo,
no es un desconocido pero a
quien debes ver como tal.
Este proceso de reconstrucción
sentimental, lleno
de momentos tan difíciles
como el de orientarse en la
más completa oscuridad, en
la película del director de títulos
inolvidables como
Nosferatu o El último, se representa
con escenas tan
simbólicas como esa en la
que los dos protagonistas,
después de presenciar una
boda, salen de una iglesia como
si se hubieran casado de
nuevo ellos mismos; o en esa
otra en la que, como dos novios
muy enamorados, se hacen
unas fotografías de estudio
en las que no pueden evitar
aparecer besándose apasionadamente
o en esos
otros momentos felices que
comparten los días siguientes,
en lo que bien podría denominarse
como una ‘segunda
luna de miel’.
Ver Amanecer, aparte de
ver a dos actores en estado
de gracia –entre ellos ‘una de
las novias más dulces’ de toda
la historia del cine– es
asistir a la magia del séptimo
arte, a ese encantamiento capaz
de emocionarnos al permitir
hacer nuestra la vida y
los sentimientos de otras
personas. También, ser partícipes
de la renovada felicidad
de dos amantes que tras
superar una crisis –verdadero
eje de simetría del film–
son de nuevo una pareja de
enamorados y, como tal, volver
a creer con ellos, igual
que todas las parejas de enamorados
que en el mundo ha
habido, que, en algunos momentos,
al compartir ciertas
experiencias, es imposible
imaginar que puedan existir
otras personas tan felices; y
también, volver a creer que,
a veces, el amor, a pesar de
sus desajustes, es eterno.
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