FILMOTECA
Cuando nos enseñaban a amar la guerra

Recuperada en formato DVD, 'The fighting 69th' es un ejemplo primerizo y extraño de ficción bélica partidaria de la intervención estadounidense en la II Guerra Mundial.

16/04/13 · 15:05
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En los Estados Unidos de finales de los ‘30, la industria cinematográfica y cierta opinión pública querían mantener la neutralidad ante un conflicto europeo que tomaba dimensiones mundiales. Pero poco a poco se resquebrajaba el dique de contención que minorizó las primeras respuestas fílmicas al fascismo. Los estudios Warner tomaron la delantera con Legión negra, que alertaba sobre la xenofobia, e inspiraron Confesiones de un espía nazi en una trama real de infiltración germana. Ante el malestar causado, Warner optó por la sutileza, se alejó de lo contemporáneo y dotó de subtexto político a ficciones de época como El halcón de mar: en ellas, la historia adquiría rango de advertencia. Y no tardaron en llegar las explotaciones confrontativas de la I Guerra Mundial, opuestas al antibelicismo comprensivo con el enemigo de Sin novedad en el frente.

La recientemente recuperada The fighting 69th ilustra este cambio de tendencia, los orígenes de un Hollywood desaforadamente propagandístico que se institucionalizaría tras el bombardeo de Pearl Harbor... y que sobreviviría a Hitler mutando del antifascismo al anticomunismo. En este modesto filme, el enemigo queda de nuevo desposeído de humanidad, y la atención se centra en una división de infantería estadounidense desplazada hasta la Francia de principios de siglo XX. No se alude a una amenaza totalitaria para agitar el espíritu ciudadano: el realizador William Keighley y su equipo se limitan a lanzar sal en las heridas de la Gran Guerra con una propuesta ahistórica, descontextualizada, posiblemente a causa de unas tensiones entre aislacionismo e intervencionismo que recomendaban ser prudente. Los responsables de la producción parecen querer decir al espectador que tiene que estar preparado para el combate, y la elección del enemigo no parece casual. Pero tampoco se deciden a optar por el entusiasmo, al presentar la guerra como un deber que aceptar con resignación.

Parte de la rareza de la propuesta se debe a lo peculiar de sus personajes principales: un recluta indisciplinado y un capellán que se empeña en integrar a esa oveja descarriada. Lo que en el primer tercio de la película alimenta distensiones humorísticas con algo de picaresca, se convierte en drama a medida que el soldado provoca la muerte de varios compañeros. Con un confuso ánimo ejemplarizante, los responsables parecen querer remarcar que también el americano reticente es necesario en tiempos excepcionales. Incluso remarcan este mensaje de unidad con un alegato destinado a superar las heridas de la Guerra de Secesión.

Pero el tono de redentorismo desaforado, con constantes alusiones a la religión, tiene algo de contraproducente: si The fighting 69th perseguía movilizar a la ciudadanía, su morbosa fijación en un personaje con pánico a la trinchera resulta desarmante. Porque, de una manera apelmazada y extraña, acaba reflejando el horror de la guerra, la soledad del que querría refugiarse en lugar de combatir. Ante el miedo a la muerte de Plunkett, los parlamentos del padre Duffy (una figura real muchas veces condecorada) parecerán aún más alucinados y primarios a un espectador dubitativo que ni siquiera hallará causas por las que luchar. Sólo “fe y rezo”, cantos a la patria y a dios aptos para cualquier contexto.

A medida que la obra se acerca al desenlace, ya nada puede sorprender: ni siquiera un cuádruple final con giro heroico, muerte dramática, contrapunto cómico y un largo monólogo final de orientación religiosa. Esta desacomplejada mezcla de tonos podría considerarse un esbozo tosco de la futura El sargento York, que llamaría a la movilización de una manera mucho más efectiva y espectacular. Lo haría, de nuevo, usando la religión como coartada y la I Guerra Mundial como escenario legitimador.

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