La crisis es un fenómeno meteorológico más. Es algo que todos sufrimos, que no tiene culpables ni causas, y por lo tanto la única salida es que todos sacrifiquemos nuestros derechos al dios mercado para escapar cuanto antes de esta maldición divina. De igual forma, las Sociedades Anónimas Deportivas sufren crisis periódicas también, entran en quiebra sin previo aviso, y los seguidores debemos rescatarlas de las garras de ese maldito azar que, ya es casualidad, siempre se ceba con los mismos.
La crisis es un fenómeno meteorológico más. Es algo que todos sufrimos, que no tiene culpables ni causas, y por lo tanto la única salida es que todos sacrifiquemos nuestros derechos al dios mercado para escapar cuanto antes de esta maldición divina. De igual forma, las Sociedades Anónimas Deportivas sufren crisis periódicas también, entran en quiebra sin previo aviso, y los seguidores debemos rescatarlas de las garras de ese maldito azar que, ya es casualidad, siempre se ceba con los mismos.
El político que tras hundir el país se trasviste de lo que sea necesario y promete la luna ante unas elecciones; la Sociedad Anónima Deportiva que se pone el disfraz de club y de ente de interés público cuando sus dirigentes la llevan a la quiebra; el ex o la ex que después de un final trágico reaparece en forma de aquellos primeros días de preciosa incertidumbre y víspera de desengaño. Los trajes de cordero son tan viejos como los lobos, las banderas patrióticas tan antiguas como las injusticias que tapan, y la traición tan vetusta como la lealtad de quien la sufre.
El crowdfunding, esa forma de financiación colectiva tan de moda hoy en el fútbol (Oviedo, Palencia, Albacete…), no puede ocultar que hay unos culpables, que hay un grupo de empresarios que ha jugado a la ruleta rusa con unos colores, sin importarles que representen muchos sentimientos. Hasta que ha tocado la bala, claro, porque ahora sí se acuerdan de esos sentimientos, apelando a ellos para que extirpemos el proyectil con el esfuerzo de todos. Y, por supuesto, que luego les devolvamos el revólver, que para algo es suyo. Al menos hasta que el percutor, por cuestiones de azar, vuelva a dar con la bala, volviendo a travestir el negocio de sentimiento el tiempo justo para pedirnos más sacrificios. El día de la marmota.
comentarios
0