Hasta el 25 de marzo, el parisino Cirque Tzigane Romanès
mostró en el Circo Price de Madrid su sencilla y graciosa
fusión de las músicas y tradiciones gitanas y las destrezas de
la pista.
- Romanès Cirque Tzigane. Foto (c) Paco Manzano
Sorprende la graciosa sencillez y radicalidad del Cirque Tzigane
Romanès. En su segunda visita al Circo Price, todo su espectáculo Los zíngaros caen del cielo está hilvanado y coloreado por la música y las canciones de su orquesta.
Boleros, rumbas, múltiples danzas y melodías centroeuropeas se suceden sin pausa, sin los trillados y previsibles “efectos” que suelen subrayar o estorbar los números circenses.
Es una orquesta cálida: violón, acordeón,
contrabajo, clarinete, trompeta, a los que se suman el saxofón de
Alexandre Romanès, director del circo, la grave y emotiva voz
de la cantante Delia Romanès, su mujer, y percusiones de tambor
y algún otro instrumento que tocan los adolescentes de esta gran
familia franco/italiana/rumana, que tienen su circo en el mismo
centro de París. Suenan con las mismas inflexiones y la misma
fuerza que la Banda de Bodas y Funerales de Goran Bregovic,
contagiando a las palmas y el movimiento de los espectadores.
Desde la bella embocadura de tela y las bombillas de colores,
la orquesta sale tocando y caminando, acompaña a los y las
artistas; se dirige hacia el público y luego retrocede y se sienta
en semicírculo, al fondo de la pista, junto a los artistas, a las
mujeres y hombres de las familias; en la noche de estreno, un
niño pequeño duerme en brazos de una mujer; en una matinal
para Teatralia juega con un perrillo. Todos como en su casa y el
público invitado a compartir esa sensación. No hay palabras, no
hay presentador, sólo música, baile, circo.
Fusión continua
Y con la misma naturalidad, a todo ritmo se van sucediendo
cuadros y destrezas, que suman otra gran gracia. Los y las
artistas de las familias zíngaras, adolescentes y mayores, se van
alternando con los y las artistas “payos”; entre número y número,
unos y otros hacen mutuamente las transiciones y las ayudas
de pista. En este continuo de fusión, sin respiro, sobresale la
elegancia de la española Ariadna en sus giros y acrobacias en
la “rueda Cyr” y sus saltos y piruetas en el balanceo de la cuerda
lisa a modo de trapecio.
También resulta gracioso el malabarista
francés Jonas, que da un toque clownesco a sus juegos con
pelotas, especialmente cuando emplea como “partenaire” de
sus cascadas y rebotes una mesilla de cajones. Sobrecogen la
delicadeza, la contención y la finura de movimientos de Olivier y
Laura en el cuadrante (trapecio fijo).
Hijo de gitanos franceses e italianos, equilibrista y domador en
su adolescencia, músico y poeta, Alexandre Romanès cuenta que
entre sus aventuras llegó a ensayar con Jean Genet un espectáculo
circense que no se estrenó.
En 1994, en un campamento gitano de Nanterre conoció a Delia y su familia: "Volví a descubrir el circo… compré una pequeña carpa, un viejo camión, algunas caravanas y nos lanzamos a la carretera. Algunos gitanos en la pista, Delia Cantando rodeada de un violón, un contrabajo y un
acordeón. Ni siquiera en mis sueños más locos, nunca hubiera
imaginado tener tanto éxito con un espectáculo tan desnudo.»
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