Cincuenta Ulises varados frente al Peñón

Los Ulises se presentó en la II edición del festival Márgenes. Aprovechamos para hablar de la modesta epopeya de 50 inmigrantes que acamparon a las puertas de la Fortaleza Europa.

11/04/13 · 8:46
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Paredes de color pastel, fotos descoloridas en habitaciones vacías. Los primeros planos de la película Los Ulises, dirigida por Agatha Maciaszek y Alberto García Ortiz, conllevan una amargura nostálgica. Son las fotos de los hijos de familias indias del Punyab que se fueron de su país para conseguir una vida mejor. La cámara nos hace descubrir un campamento clandestino en Ceuta, brazo de tierra española en la costa marroquí. La noche nos trae la oscuridad de una tienda, donde algunos hombres empiezan a contar la historia del grupo. Enten­demos que, después de haberse marchado de India, vivieron condiciones extremas en África, donde algunos de ellos sufrieron torturas, otros fueron arrestados y hubo algunos que perdieron la vida. Confiaron su viaje a mafias indias que les habían prometido que les llevarían directamente a Europa, pero que les guiaron como animales por varios países africanos.

En 2007, tras dos años de calvario y manipulación por parte de los traficantes de personas, casi llegaron a su objetivo... que resultó ser aún más doloroso que su existencia anterior. Fue en Ceuta donde lo que quedaba de sus esperanzas chocó con las esclerosis de las leyes de inmigración en España. Pasaron un año y medio más en el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) antes de decidir marcharse para construir un campamento en un bosque del monte vecino. Lo hicieron por miedo a una deportación pero también como acto de reivindicación. Lo que les empujó a hacerlo fue el éxito de un grupo de bangladesís que también se habían escapado del CETI y que consiguieron papeles cuando el caso llegó a los medios.

En Madrid, García Ortiz y Maciaszek filmaron las movilizaciones de los bangladesís y viajaron a Ceuta cuando oyeron que los hindúes habían salido del CETI. “Queríamos hacer un epílogo con su historia en relación con lo que pasó en Madrid con los bangladesís y cuando les conocimos nos dimos cuenta de que la verdadera película empezaba allí, y el epílogo se convirtió en prólogo” cuenta Maciaszek. Por eso, ella y Alberto decidieron enfocarse sobre la vida de este grupo de 50 hombres en el campamento, construido con materiales que encontraron en el entorno.

Los directores filmaron durante dos años la organización de las tareas de cocina o de transporte de agua y los gestos cotidianos que suelen hacer juntos, como lavarse en el río o afeitarse. Algunos ganan un poco de dinero con trabajos de aparcacoches y así pagan la comida que comparten después de que otros cocinen sobre pequeñas hogueras. “Teníamos como materia prima ver cómo un grupo empieza de cero. Nos interesaba su lucha desde el punto de vista político pero también antropológico”, cuentan los directores. Defienden que Los Ulises no es un cine-manifiesto que quiera provocar pena sino que su reto es extraer la esencia de “la realidad de seres humanos”.

La película se centra en cinco protagonistas que se hacen llamar Babu, Mili, Rocky, Happy y Guri. La manera de filmar es a la vez muy íntima y respetuosa. No se trata de una intrusión sino de una grabación de lo real. La empatía que sentimos por los protagonistas no viene de un montaje sentimentalista, sino de la honestidad. También destaca la sobriedad de la imagen, muy pura en los colores y los planos acercados de los rostros, como para crear una conexión con los protagonistas sin condescendencia. Los directores suelen decir que buscaron el “componente universal” del tema filmando todo lo que podían, yendo a la contra de la producción instantánea de noticias sin matices. Algunos planos que muestran un hombre mirando al otro lado del Estrecho de Gibraltar nos dejan imaginar su conflicto interior. Otras secuencias plantean los conflictos en términos más concretos, filmando las discusiones entre los que se fueron a buscar un refugio en un albergue después de una tormenta y los que se quedaron en el monte.

García Ortiz y Maciaszek quisieron hacer visible cada aspecto de la microsociedad: “Teníamos cien horas de material, y nunca podíamos decir cuándo se iba a acabar la película porque siempre había nuevos acontecimientos”. El montaje se estrecha y refleja la lentitud del procedimiento para la obtención de papeles con todas las demandas frustradas, y la repetición de cada gesto de la organización como si fuera la última manera de relacionarse con una vida “decente”. Pero captura también momentos de esperanza como un partido de críquet, todos vestidos con una camiseta con nombre y tiempo de estancia en Ceuta, que el grupo organizó allí para hacer visible su condición. Los directores consiguieron penetrar un mundo en sus diferentes fases al mismo tiempo que la cámara parece desaparecer, captando lo esencial para la distancia documental.

La película incluye las huellas de los directores sobre esa realidad. Se hicieron amigos de los protagonistas, realizaron vídeos de sensibilización ante lo que estaban viviendo y, con la ayuda de una beca del Matadero de Madrid, viajaron a los pueblos de los cinco protagonistas más destacados para buscar a sus familias y enseñarles vídeos de sus hijos hablándoles a través de la cámara. Así, integraron en su película las imágenes de la reacción de las familias, además de sus propias respuestas que filmaron para llevarlas a Ceuta. Resulta muy conmovedor ver el cruce de las miradas de un lado del planeta al otro. También es muy impactante ver cómo los directores “esculpen” su propia película al mismo tiempo que influyen sobre el ánimo de los inmigrantes con los vídeos. Alberto lo resume así: “La parte cinematográfica es la que cuenta. Los Ulises no es una película “ONG”, es cine antropológico, pero que tiene también algo de ficción con esta elección de protagonistas”. Se puede decir que aparecen como héroes de carne y hueso, verdaderos “Ulises” contemporáneos. Con el trabajo de traducción, el inmovilismo del Gobierno, las llamadas incesantes para tener noticias, etc. La experiencia de los directores se reveló también una “odisea personal”. “No estoy segura de que lo volviera a hacer”, admite Agatha. A pesar de las dificultades que cuenta Los Ulises, la respiración que atraviesa la película es de optimismo, de una fuerza que emana de la solidaridad del grupo.

Final

En 2010, el Gobierno permitió a treinta de estos hombres trasladarse a la Península. Pasaron por centros de internamiento sin obtener los papeles. En la película, nos enteramos de los nuevos obstáculos, tras las comunicaciones telefónicas entre los que están en Madrid y los que se quedaron en Ceuta.

Los Ulises se estrenó en el Festival de Cine de Málaga en 2011 y, con una sorprendente coincidencia, ese mismo día el Gobierno aceptó que el último grupo de personas que quedaba se trasladase también a la Península. Hoy, esos 50 Ulises viven en ciudades como Madrid, Barcelona y Málaga. Muchos siguen sin tener papeles y viven de trabajos en negro. Algunos volvieron a India y todos aspiran a volver para ver a sus familias. Según Alberto, se marcharon de allí “porque lo que les gusta es la libertad”. En Europa, conocieron una sociedad con normas sociales menos restrictivas, pero la política de inmigración del continente impidió que alcanzaran totalmente esta aspiración. //

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