Camba, los lectores y las esquelas

Se cumplen 50 años de la muerte del escritor Julio Camba, Pepitas de Calabaza ha recopilado parte de sus columnas en ‘Mis páginas mejores’.

08/01/13 · 18:02
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Los lectores de prensa nos estamos volviendo cada vez más fúnebres a la hora de elegir un periódico. El desencanto ideológico ha dado paso a un criterio mortuorio. Ya no nos importa tanto la deriva austrohúngara de un diario, un matiz sólo al alcance de mentes berlanguianas, como su inclinación a plasmar el mundo de los muertos en sus más variopintas formas de guerras, asesinatos, accidentes y, ¡cómo no! las siempre demandadas, por entrañables, por cotidianas, esquelas. Ahora mismo, sobre todo en provincias, un periódico sin esquelas parece abocado a la muerte. Claro que, bien mirado, un periódico con esquelas resulta algo todavía más siniestro: es la muerte misma.

“¿Cómo recuperar lectores sin recurrir a las esquelas?”, podría ser un título acertado de un máster de ABC. Hubo una época en que los directores tuvieron claro que el remedio pasaba por publicar a Julio Camba. Sus artículos se seguían con fruición aristofánica. No había mejor manera para contrarrestar la persistente fatalidad que asuela un periódico que adentrándose en sus textos, tan entretenidos, tan originales, tan cercanos. Su lectura producía, y produce, una satisfacción similar a un corte de pelo en una de esas modestas peluquerías de barrio, de ambiente relajado, donde se puede charlar de todo, desde vulgares cotilleos rosas a elevada filosofía kantiana, con la única condición de que se entienda al orador. Porque a Camba, al igual que le sucedía a Mairena, le causaban tirria las palabras pedantes como consuetudinario, que rima con diccionario y, aún peor, con sumario.

Su prosa, entresacada de la llaneza de los cafés y no del boato de las academias, se decantó siempre por la expresión más legible. No crean que renunció por ello a la hondura y complejidad de pensamiento. Para protegerse de la tentación costumbrista se lanzó desde tierno infante a conquistar el vasto mundo. Camba fue uno de esos viajeros de raza convencidos de la necesidad de conocer otros países, incluida la abúlica Suiza, para llegar a amar el propio. Cuando ejerció de corresponsal, lo hizo con el espíritu burlón de la tía solterona que pasa de las pirámides y se entretiene en los mercadillos. El carácter de un pueblo lo buscó ahí donde nadie se fija: en las nimiedades. Obse­sivo del presente, desgarró el futuro. Su serie de apuntes acerca de Estados Unidos anticiparon la porquería de tango en que devino el siglo XX, maniatado por la crueldad y, ay, las prisas. Él se dio cuenta antes que nadie de que, viajando en AVE, el pensamiento se relativiza. Para que sus reflexiones mantuviesen la densidad del paseo a pie, Camba huyó de la velocidad y se refugió en la parsimonia de un hotel madrileño. Es cierto que su biografía viró bruscamente a la derecha, pero su escritura nunca perdió la insolencia anarquista de su juventud. Como buen hedonista, su ideología se resumió en la máxima de vivir y dejar vivir.

Esto provocó que su periodismo nunca fuese de trinchera. Sus artículos, tan escondidamente irreverentes, lo mismo podríamos publicarlos en un periódico conservador que en uno progresista. Lo cual algunos tacharán de defecto y otros pensamos que es una virtud. Nos referimos a la virtud de la sencillez, una virtud que, en la escritura, es el equivalente a la lucha de clases en el marxismo. Al revés que tanto tertuliano palaciego de hoy en día, Camba escribía para que le leyeran sin distinción, desde el humilde limpiabotas hasta el emperifollado ministro. A él le importaba menos la agenda secreta de Rajoy que la marca del tinte que utiliza para disimular sus canas. Siempre se sirvió del humor como el camino más corto para tocar, aunque fuese con la punta de los dedos, esa meta utópica que han dado en llamar humanismo.

Uno lee sus mejores páginas en la reciente edición de Pepitas de Calabaza y percibe la naturaleza escéptica y comprensiva del emigrante gallego que ha viajado de costa a costa y ya nada de lo humano (¡ni que Rato obtenga el Nobel de Economía!) le sorprende. A Camba se lo llevó a la otra orilla una Santa Compaña de columnistas descreídos para que retrate a las nuevas gorgonas, con rostros de banquero, que pululan por el averno. Allá la estarán gozando con su irónica pluma de mayordomo, pero nosotros, los lectores de periódicos del reino de los vivos, andamos desconsolados, pendientes, ya ven, de las aburridas esquelas.

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