La utopía como un ideal regulador, como una hipótesis de trabajo, como una ilusión
natural. Un mundo futuro en el que la persona sea el centro de todas las cosas, sin clases,
sin poder, sin propiedad, sin explotación. El último libro de Francisco Fernández Buey
–filósofo, luchador comunista y profesor–, ‘Utopías e ilusiones naturales’, es un profundo
estudio histórico y reflexivo sobre el devenir de las utopías, tan presentes, tan necesarias.
DIAGONAL: La utopía como aspiración y búsqueda, aunque siempre ha estado presente, ha irrumpido con fuerza renovada. ¿Cuáles son los motivos principales de este resurgimiento?
FRANCISCO FERNÁNDEZ BUEY: El renacer de la utopía se puede fechar. Se viene produciendo desde el inicio de la década actual. Y los motivos de este renacimiento son básicamente tres: la agudización del malestar que ha producido en todo el mundo el capitalismo salvaje, eso que se suele llamar globalización neoliberal; la comprobación de que el mundo que ha salido de ahí (el mundo de la guerra y del expolio permanente, de la crisis ecológica global y del aumento de las desigualdades) es un escándalo moral; y la sensación de que otro mundo es posible, de que pensando y luchando con los oprimidos y humillados puede haber alternativas.
D.: Se ha pretendido vender una cierta ‘utopía’ capitalista con aspiraciones como el Estado del bienestar. La crisis que vive el sistema ¿ha podido contribuir también a este renacimiento utópico?
F.F.B.: Sin duda. El Estado del bienestar es una utopía capitalista que resultó negativa en cuanto se empezó a pensar ese Estado globalmente. Para la mayoría de la población mundial lo que los ideólogos llaman Estado del bienestar es, en realidad, un estado generalizado de malestar. El Estado del bienestar generalizado es una imposibilidad material bajo el capitalismo, por razones económicas, sociales, ecológicas y culturales. Sólo con un cambio radical del modo de vida, producción y consumo actualmente dominante se podría hablar con propiedad de un Estado del bienestar.
D.: La utopía está en marcha, pero ¿dónde con más fuerza: en los movimientos altermundialistas?, ¿en los actos de desobediencia civil?
F.F.B.: Hay quienes piensan
que el espíritu de la utopía ha
quedado reducido a la dimensión
estética, a la literatura y
a las manifestaciones artísticas.
Yo no lo creo así. Las
nuevas utopías surgidas en
estos últimos años siguen teniendo
una dimensión económico-
social muy patente.
Eso se ve en la utopía ecológico-
social del decrecimiento,
en las utopías feministas
que combinan igualdad y diferencia
y en las utopías que
se basan en un uso radicalmente
alternativo de los medios.
Y, sí, los movimientos
altermundialistas, desde
Chiapas y Porto Alegre, han
dado un impulso decisivo a la
utopía actual. La desobediencia
civil viene a ser la estrategia
principal de la utopía en
marcha. La desobediencia,
consciente y libre, es lo que
hace ‘civil’ a una sociedad
acogotada por el poder desnudo.
D.: La utopía deja de ser idea
para convertirse, no sólo en
posible, sino en inevitable
con el marxismo. ¿Es ésta su
gran aportación?
F.F.B.: Lo que los clásicos del
marxismo creyeron ver es
que había llegado la hora de
hacer realizables las ilusiones
emancipadoras de los de
abajo. Por eso dijeron que la
tarea del socialismo era pasar
de la utopía a la ciencia.
Tenían una confianza ilimitada
en la ciencia. Y eso acabó
en cientificismo. Pero el cientificismo
es la negación de la
tensión moral que siempre
acompaña al espíritu utópico.
La ciencia ayuda a construir
un mundo mejor, pero
no lo es todo. En el mundo de
los humanos hay muy pocas
cosas inevitables (entre ellas,
la muerte). Así que el marxismo,
que ha hecho mucho por
pasar de lo posible a lo realizable,
también necesita
autocontención en esas cosas.
Parafraseando a Marx
se podría decir que, para hacer
posible ese otro mundo,
se necesita tanta ciencia como
compasión (por los oprimidos
y excluidos, naturalmente).
D.: La sociedad sin Estado
parece ser el fin primordial
de las utopías, por el contrario,
el total sometimiento del
individuo a él, el fondo de toda
distopía…
F.F.B.: No todos los utopistas
modernos han pensando
en una sociedad sin Estado,
aunque sí la mayoría. La paradoja
de la historia del último
siglo es que aspirando a
una sociedad sin Estado se
han construido Estados que
han acabado destruyendo lo
que de civilidad había en la
sociedad. Eso lo han visto
muy bien los distópicos del
siglo XX. Habría que aprender
esa lección. También la
utopía ha perdido la inocencia
con la que nació en
Europa en la época moderna.
Vuelvo a lo de la autocontención:
más que propugnar
una sociedad sin
Estado, la utopía concreta
del siglo XXI debería pensar
en fabricar los bozales necesarios
para contener a la
bestia, sea ésta Leviatán o
Behemoth.
D.: Intentar predecir lo que
será el mundo utópico ha sido
una traba para conseguir
su logro. Como indicas en tu
libro, “el detalle acerca de
qué ha de ser la sociedad del
futuro es precisamente el
rasgo característico de la
mala utopía”. ¿Bastaría con
saber lo que no tendría cabida?
F.F.B.: Antonio Gramsci
vio eso muy bien. Los humanos
no podemos predecir
los detalles del ideal
utópico y cuanto más lo hacemos
mayor será la desilusión
en el futuro. En esto
el espíritu utópico contemporáneo
debería incorporar
las palabras de
Maquiavelo: “Conocer los
caminos que conducen al
infierno para evitarlo...”.
Mala utopía es aquella que
propugna imposibilidades
materiales para la condición
humana, y encima las
detalla. Pero no basta con
intentar saber lo que, por
razones materiales, no tendrá
cabida en el mundo del
futuro. Podemos, sí, esbozar
o pergeñar los principios
político-jurídicos más
generales de la sociedad
alternativa a la que aspiramos.
Y eso, creo, es lo que
se intenta hacer ahora en
el seno de los movimientos
altermundialistas.
D.: ¿Qué dimensión tiene
para ti el llamado ‘movimiento
de movimientos’, palanca
actual del sentido sociopolítico
de la utopía?
F.F.B.: El ‘movimiento de
movimientos’ es socialmente
lo más importante que
han producido el pensamiento
y la acción alternativos
de los últimos tiempos.
Escribí sobre esto hace unos
años en un libro, Guía para
una globalización alternativa,
y, a pesar de que últimamente
el ‘movimiento de
movimientos’ ha decaído, lo
mantengo. En la teoría y en
la práctica de este movimiento,
que enlaza con la
red de redes, veo el bosquejo
de lo que podría llegar a
ser la nueva Internacional
que necesitamos.
D.: El poder ha intentado
siempre deshonrar la palabra
‘utopía’, usando términos
como ‘imposibilidad’,
‘demagogia’, ‘locura’; pero
¿debemos convencernos
también de su posibilidad?
¿Estamos preparados?
F.F.B.: Por lo general, estamos
poco preparados. El poder
suele seguir dos estrategias
que acaban resultando
complementarias: por una
parte, deshonra la palabra
‘utopía’, como dices; y, por
otra, te da cínicamente palmaditas
en el hombro si te
declaras utópico y dejas para
las calendas griegas la
aproximación al otro mundo
que propugnas. Lo primero
da miedo y lo segundo
apoca. Pero, a pesar de eso,
y a diferencia de lo que ocurría
hace un par de décadas,
cada día oigo a más jóvenes
utilizar el término ‘utopía’
en un sentido positivo. Y eso
me parece un buen síntoma,
pues una de las cosas más
serias que podemos hacer
ahora es precisamente impedir
que el poder se quede
con las grandes palabras de
las tradiciones de liberación,
y las deshonre. La lucha por
el sentido de las palabras es
parte de la lucha social. Y
recuperar el buen sentido
de la palabra ’utopía’ merece
esa lucha..
CIENCIA FICCIÓN Y UTOPÍA
Es muy interesante
el estudio que
haces de la literatura
de ciencia ficción
como importante difusora
del mundo utópico,
además de filósofos
e ideólogos…
F.F.B.: Pues lo agradezco
mucho, porque
lo he pasado muy
bien leyendo libros de
ciencia ficción y escribiendo
sobre eso.
Corre por ahí la idea
de que la literatura
de ciencia ficción es
literatura de segundo
orden. Es, además,
muy corriente el tópico
de que los autores
de ciencia ficción
han sido mayormente
distópicos y antisocialistas,
lo cual
es inexacto. Para
abordar ese capítulo
hay que adoptar un
punto de vista transversal,
pues hay más
filosofías en el
mundo de las que
caben en la cabeza
del filósofo licenciado,
y algunas de
ellas, y buenas, porque
no eran sólo literatos
sino también
pensadores, se las
debemos a autores
como Aldous Huxley,
Arno Schmidt, Stanisnlaw
Lem o Ursula
K. Le Guin.
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