ARTES ESCÉNICAS I Festival iberoamericano de teatro de cádiz (i)
El cabaret de las madres locas

La investigación y la experiencia escénica se funden en el cabaret ’Vacío’, del Teatro Abya Yala (Costa Rica), que desvela la construcción patriarcal de la maternidad y la feminidad a través de los casos documentados de internamiento psiquiátrico de mujeres a comienzos del XX.

30/11/12 · 11:02
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Fue el montaje más rico del 27º Festival Iberoamericano de Teatro de Cádiz el pasado mes de octubre. Tres cantantes, una trapecista, cinco actrices/bailarinas y tres músicas al piano, guitarra y percusiones, en medio de los espectadores interpretan el cabaret Vacío, de Aylin Morera y Roxana Ávila.

Es un inquietante y cálido panóptico de la fabricación de la madre y la mujer en las sociedades latinoamericana e hispánica, que disfrutamos en una sala que parece elegida a posta, la gaditana Central Lechera.

“El lugar es el espacio de un club; al mismo tiempo el asilo de locas; es el momento de los recuerdos de nuestras abuelas, nuestras madres y de nosotras mismas”, escriben las dramaturgas Morera y Ávila. Las locas que evoca y simboliza la función están encerradas en el Asilo Chapuí, en San José de Costa Rica, donde, entre 1890 y 1950, se recluía a mujeres diagnosticadas por hombres como “trastornadas”.

Dos figuras simbólicas hilvanan y presiden este club/asilo, en el que se sucederán 87 cuadros que combinan simultáneamente canciones y baile, palabras y acciones. En la cúpula del club oscila El Cuerpo, una actriz encerrada en un trapecio fijo que se agita, baila, se rebela, cae, vuelve a subir, figura de todas las locas: “Al cogerla tengo que tener cuidado. Es como tratar de cargar un montoncito de agua sin que se derrame”, dice la trapecista de sí misma.

De forma simultánea, circula La Voz por el recinto. Es un andrógino que emite la palabra patriarcal y opera sobre los cuerpos con diagnósticos, leyes y juicios de los médicos sobre las mujeres. “Ha tenido 12 partos, 5 hijos vivos, 7 mueren de eclampsia infantil. Hace como 10 años estando amamantando un niño se trastornó [por la primera vez]. Hace 3 años se trastornó por la segunda vez [por las mismas circunstancias]”.

En paralelo, surgen las voces silenciadas: en varios pasajes las intérpretes invitan disimuladamente al público a coger las cartas que las mujeres escribieron y que nunca salieron del asilo: “… Que estoy peor que mejor, creo no curarme porque no sé lo que tengo, esta pasión me mata, ya mi vida es muy pesada, estoy triste como nunca”.

Las voces y sus diagnósticos fueron recogidos del libro La construcción cultural de la locura femenina en Costa Rica: 1890-1910, de Mercedes González Flores, una de las fuentes de esta dramaturgia.

Los pliegues de las melodías

Con dos nanas como apertura y cierre, el cabaret despliega en 25 canciones la banda sonoro-afectiva de tres generaciones. Desde Over the Rainbow hasta Toda una vida.

El montaje superpone y contrasta El Cuerpo y La Voz, y alterna las palabras científicas y las cartas de las locas con temas como Bésame mucho, Eres la camarera de mi amor, o Amanecí otra vez entre tus brazos, iluminando de extrañeza e ironía los tópicos de nuestra educación sentimental, prisma que enriquece una retahíla de cuñas publicitarias de radio y televisión, que recitan y cantan las intérpretes en varios pasajes: “Estrías… estrías las debes evitar / el busto levantado tú debes procurar”.

Sobre estas yuxtaposiciones de palabras, músicas y publicidad, siempre contrastadas con movimientos simbólicos de asociación libre, interviene decididamente la dramaturgia. Huye del victimismo, creando pasajes que en el texto de la obra se describen como “Voz Nuestra”. Palabras críticas y rebeldes que las actrices dicen en alto o susurran al oído de algunos espectadores: “Has sido reducida al silencio. Te cerraron la boca con un pene o un hijo. Después te han hecho hablar un lenguaje que no es el tuyo para convencerte de enviar a tus hijos a la escuela, a la iglesia, al ejército, al asilo, a la cárcel, a la muerte”.

Con los brazos abiertos

El continuo sensorial/intelectual que construye Vacío a partir de la invención de la locura y la histeria femeninas escarba en las raíces y la transmisión de la feminidad patriarcal en los cuerpos, a través de los diversos espacios sociales.
Al mismo tiempo, el cabaret asume un lúcido hermanamiento con las mujeres, madres y locas. Sus actrices las abrazan, las consuelan; asumen, cantan y bailan la locura y la feminidad heredada de sus abuelas y madres.

Hacia el final, superponen en las acciones una letanía cariñosamente hereje: “Reina de la paz. Amemos a la madre. Reina de las que no viven su fe. A las madres prostitutas. Reina concebida con pecado original. A las que se fugaron. Reina que concibe con pecado original. A las infanticidas, a las locas”.

La “Voz Nuestra” sale también a su encuentro: “Aquí estoy madre para abrazarte. Hiciste lo que pudiste […] , tres veces huérfana. Que no llegué a tiempo a darte lo que ahora por fin sé vos me pusiste en el camino”. El aliento del cariño y la reconciliación surge además en las canciones Un pedazo de mi corazón, de Janis Joplin (“Óyeme cuando lloro de noche / y lloro siempre / pero cada vez me digo / que no puedo detener el dolor”), en Bailando en los brazos de mi madre, de la performer Helen Chadwick, que interpretan las cantantes, y en la feroz nana final de Tom Waits, curiosamente, la única voz masculina y grabada de la función: “Cierra los ojos, duerme; si muero antes de que despiertes, no llores…”.

Una fiesta sensorial

El cabaret incita a los espectadores a la atención y reflexión constantes, porque todo ocurre a un palmo de los semicírculos de sillas dispuestos en el club. Y al mismo tiempo, el público disfruta a esta mínima distancia de las diferentes bellezas de los cuerpos de las intérpretes y de sus movimientos, de la sencillez y alegría de sus ropas.

Las actrices y bailarinas les atienden, mecen las “mesas / cunas” donde el público posa sus bebidas, les entregan papeles doblados, bailan, pasean; miman acciones: costuras, intentos de suicidio, un parto, una violación. Como anfitrionas sirven bebidas, una infusión, galletas con forma de feto. Cada espectador ha podido apreciar fragmentos que le invitan a mover un calidoscopio.

La tensión crece con la letanía. El Cuerpo cae y se vuelve a erguir. La Voz andrógina hace striptease, tira el peto que oculta sus tetas y el velo de su pubis; retuerce la canción Silence is sexy hasta Silence is dead; clausura la ceremonia en la atmósfera y vaivén de Lullaby (cuando “el sol es rojo y la luna se rompe”) y deja al descubierto los archivos del aparato clínico de encierro y silencio de las madres locas.

Una compañía hacia el cuarto de siglo

En diferentes coloquios del FIT de Cádiz, las responsables del Teatro Abya Yala informaron de la trayectoria y poética de esta compañía fundada en 1991. Roxana Ávila, coautora del texto y directora de Vacío, sostiene que su colectivo hace un teatro a la vez “de vanguardia, popular y profesional”, y dedica mucho tiempo a la investigación y la búsqueda de lenguajes escénicos.

“Encontramos las formas para los contenidos que queremos. En cada montaje buscamos el lado opuesto de la última producción”, dice Ávila, quien señala que en la actualidad la compañía tiene cuatro montajes diferentes en repertorio: el cabaret Vacío, un espectáculo de calle, una ópera tecnológica y una performance intimista. Abya Yala participó en el FIT de Cádiz en 2007 con Cenizas, un espectáculo de piezas cortas de Samuel Beckett.

Además de la citada investigación de Mercedes González Flores, en Vacío se utilizan textos de Eunice Odio, Lydia Davies, Gioconda Belli, Victoria Sau, Michael Foucault, Juana Castro, Helen Chadwick y Elia Arce. La obra se estrenó en 2010 el Teatro Universitario de la Universidad de Costa Rica.

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\’Vacío\’, de Teatro Abya Yala, en el FIT de Cádiz. / Gerardo Sanz
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