Bourdieu en el corazón

Wacquant se entrevista a sí mismo con motivo del décimo
aniversario del fallecimiento de su amigo, el sociólogo Pierre Bourdieu. (Traducción: Aeiou traductores)

28/02/12 · 23:15
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Carlos Velasco

¿Cómo conoció usted a Pierre
Bourdieu?

Conocí a Bourdieu en una
conferencia pública que daba
sobre “Cuestiones políticas”,
una tarde gris de noviembre
de 1980 en la École
Polytechnique. Tras la conferencia,
que me pareció densa
y abstrusa, el debate se prolongó
en la cafetería con un
grupo de estudiantes hasta el
amanecer. Ahí, Bourdieu diseccionó
con una maestría de
cirujano las relaciones subterráneas
entre política y sociedad
en Francia, en vísperas de
las elecciones de 1981. Fue como
una iluminación para mí y
en seguida me dije: “Si esto es
la sociología, es lo que quiero
hacer”. Así que me matriculé
en un curso de sociología en
Nanterre y comencé a “hacer
novillos” en la École des HEC
[escuela de economía] para
poder asistir a sus clases en el
Collège de France, al final de
las cuales solía apostarme para
esperarle pacientemente y
asaltarle con preguntas.
Tomamos la costumbre de ir
andando y charlando juntos
hasta su casa. Eran como
unas fabulosas clases particulares
para un aprendiz de sociólogo
como yo.

¿Qué representaba entonces
para usted, frente a otros
“grandes” de las ciencias sociales
como Lévi-Strauss,
Foucault y Derrida?

Bourdieu ya era el famoso autor
de Esquisse d’une théorie
de la pratique
(1972) [Esbozo
de una teoría de la práctica]
que, en su afán por captar la
actividad cotidiana de las personas
en situación, desafiaba
el estructuralismo mentalista
de Lévi-Strauss; pero era también
autor de La distinción,
Taurus, 2002, que rechazaba
la visión filosófica del gusto
defendida por Derrida, revelando
que nuestras preferencias más
íntimas están marcadas
por nuestra posición y trayectoria
sociales
.

Pero, por aquel entonces, yo
no comparaba a Bourdieu con
los otros grandes pensadores
de la época, para empezar
porque yo carecía de grandes
ambiciones intelectuales, y
también porque se trataba de
una persona muy accesible,
cálida y cercana. Yo le veía
más bien como el director de
orquesta de la revista Actes de
la recherche en sciences sociales

[Actas de la investigación
en ciencias sociales], a la cual
me suscribí, a pesar de que me
costaba mucho leerla. Actes es
una revista única, pues introduce
a sus lectores en la “cocina”
de las ciencias sociales:
permite conocer el proceso de
producción del objeto sociológico,
subvirtiendo el “sentido
común”. Para toda una generación
de investigadores, la
mejor manera de conocer a
Bourdieu ha consistido en leer
esta revista, que él fundó y
dirigió durante un cuarto de
siglo. Otros, en cambio, han
descubierto su pensamiento a
través de los breves ensayos
de la colección Raison d’agir
[“Razones para actuar”],
que lanzó en 1996.

¿Qué adjetivos escogerías para
caracterizar su sociología?

Bourdieu es un sociólogo
enciclopédico. Ha publicado
treinta libros y cerca de 400 artículos,
abordando los temas
más variados: desde el parentesco
en la sociedad rural hasta
la ciencia, pasando por la
escuela, las clases sociales, la
cultura y los intelectuales, el
derecho y la religión, la dominación
masculina, la economía
y el Estado, y un interminable
etcétera. Pero bajo esta
desconcertante ebullición de
objetos empíricos se oculta un
pequeño número de principios
y conceptos que aportan
a su obra una unidad y una coherencia
pasmosas.

Bourdieu desarrolla una
ciencia de la práctica humana
que aporta una crítica de la dominación
en todas sus formas
:
de clase, étnica, de género, nacional,
burocrática, etc. Se trata
de un ciencia antidualista,
agonística y reflexiva.
Antidualista porque desentraña
las antinomias heredadas
de la filosofía y sociología clásicas,
entre cuerpo y alma, individual
y colectivo, material y
simbólico; y fusiona la interpretación
(que indaga las razones)
con la explicación (que
detecta las causas), así como
los niveles de análisis micro y
macro. Se trata de una sociología
agonística en el sentido
que plantea que todos los universos
sociales, incluso los
aparentemente más conciliadores,
como la familia o el arte,
son en realidad espacios de
infinitas luchas multiformes.
Y, para terminar, la sociología
de Bourdieu se distingue de
las otras corrientes, y notablemente
de aquella de los padres
fundadores -Marx,
Durkheim y Weber-, en que
actúa de manera reflexiva, es
decir: el sociólogo está obligado
a dirigir sus instrumentos
de análisis también hacia
sí mismo
, esforzándose así
por conjurar las determinaciones
sociales que también pesan
sobre él, como ser social y
como productor cultural.

¿Cuáles son los conceptos
distintivos que forman el
meollo de su teoría?

Para Bourdieu, la acción histórica
existe bajo dos formas,
encarnada e institucionalizada,
sedimentada en los cuerpos
y en las cosas. Por un lado,
se “subjetiviza” depositándose
en lo más hondo de los
individuos, bajo la forma de
categorías de percepción y de
apreciación, de conjuntos de
disposiciones duraderas que
él denomina habitus. Por otro
lado, se “objetiviza” en distribuciones
eficientes de recursos,
que Bourdieu captura
mediante la noción de capital,
y en microcosmos dotados de
una lógica de funcionamiento
específico que Bourdieu denomina
campos (político, jurídico,
artístico, etc.).

Su sociología se esfuerza
por dilucidar la dialéctica de
la historia hecha cuerpo y de
la historia hecha cosa, del habitus
y del campo, que nos
conduce al meollo del misterio
de la vida social. Pues si las
estructuras mentales (del habitus)
y las estructuras sociales
(del campo) se interpelan,
se responden y se corresponden,
es porque están relacionadas mediante
un vínculo genético
y recursivo: la sociedad
modela las disposiciones, las
maneras de ser, de sentir, de
pensar y de actuar propias de
una categoría de individuos; y
dichas disposiciones guían las
acciones mediante las cuales
estos mismos individuos dan,
a su vez, forma a la sociedad.

A esto hay que añadir la
idea-fuerza de la pluralidad y
versatilidad de los tipos de capital:
en las sociedades contemporáneas,
las desigualdades
no sólo están determinadas
por el capital económico
(patrimonio, ingresos), sino
también por el capital cultural
(títulos académicos), el capital
social (relaciones útiles) y el
capital simbólico (prestigio,
reconocimiento). Sumando
todo esto, obtenemos la receta
de una sociología agonística
,
flexible y dinámica,
adecuada para indagar en las
luchas materiales y simbólicas,
al hilo de las cuales se
produce la historia.

¿Cómo hay que interpretar la
implicación política de
Bourdieu, especialmente en
1995?

En realidad, la “implicación”
política de Bourdieu se remonta
a sus trabajos de juventud
durante la crisis de Argelia.
Como buen retoño de la École
Normale Supérieure, pasó de
la filosofía a la antropología,
es decir, de la reflexión pura a
la investigación empírica, para
asimilar el impacto emocional
de esa horrible guerra y
para aportar una visión clínica
de un proceso de descolonización
que hizo que la República
se tambaleara.

Hacer ciencia social siempre
ha sido para Bourdieu una
forma de contribuir al debate
cívico
. Sus principales libros
abordan y reformulan algunas
de las grandes cuestiones sociopolíticas
de cada momento:
esto es cierto en "La reproducción:
elementos para una teoría
del sistema de enseñanza",
(Popular, 2001) que saca a la
luz crítica elmito de la “escuela
liberadora”; así como en La
Noblesse d’État [La nobleza
de Estado] (1989), que desmonta
los mecanismos de legitimación
de la dominación
tecnocrática; y es igualmente
cierto, evidentemente, en la
encuesta colectiva sobre La
Misère du monde
(1993) [La
miseria del mundo, Akal,
1999], que aparece dos años
antes de su famoso discurso
en la estación de Lyon, cuando
las manifestaciones de diciembre
de 1995.

Lo que cambia a lo largo
del tiempo es la manera de
manifestarse de su implicación
cívica. Al comienzo, ésta
queda totalmente sublimada
en su labor científica. Pero,
con el tiempo, va adoptando
una forma más pública que
desemboca en actuaciones
concretas visibles para el
gran público; y esto por dos
razones: Bourdieu ha cambiado,
ha madurado y ha adquirido
una notable autoridad
científica; comprendía
cada vez mejor el funcionamiento
de los campos político
y mediático, y por lo
tanto, era capaz de manejarlos
mejor. Pero también
el mundo ha cambiado: la
dictadura de mercado amenaza
directamente las conquistas
sociales de las luchas
democráticas, por lo
que resulta cada vez más urgente
intervenir. Lo que no
había cambiado era su devoradora
pasión por la investigación
y su devoción hacia la
ciencia, que defendía con uñas
y dientes contra la intrusión de
la “filosofía de Reader’s
Digest” y contra el irracionalismo
de las corrientes autodenominadas
posmodernas.

¿Qué diferencias nota usted
en la acogida de su trabajo en
Francia y en EE UU?

En el extranjero se suele leer a
Bourdieu sin interferencias políticas
ni mediáticas, como un
autor clásico que ha elaborado
poderosos e innovadores instrumentos
para pensar las
sociedades contemporáneas,
así como una gran figura de
acción intelectual, en la estela
de Zola, Sartre y Foucault. En
la jaula de grillos parisina, en
cambio, los prejuicios son tenaces
y siempre hay quienes,
incluso a título póstumo, prosiguen
sus pequeñas guerras
sectarias de clanes académicos
y que, con Bourdieu aún en
vida, ya acogían sus obras con
jarros de agua fría. Es una pena
por Francia...

En sus investigaciones, ¿qué
retoma usted más directamente
de Bourdieu?

Doy continuidad a sus enseñanzas
en tres terrenos: el
cuerpo, el gueto y el Estado
penal. En "Entre las cuerdas:
cuadernos etnográficos de un
aprendiz de boxeador"
(Alianza, 2004) pongo a prueba,
por partida doble, el concepto
de habitus
. Primero, como
objeto empírico, desmenuzando
el proceso de ensamblaje
de los esquemas
mentales, las habilidades cinéticas
y los deseos que, una
vez sumados, hacen de alguien
un boxeador competente
y apetente. En segundo
lugar, como método de
investigación: he adquirido
el habitus pugilístico mediante
un aprendizaje de
tres años en un gimnasio de
un gueto negro de Chicago,
con el objetivo de señalar la
vía de una sociología encarnada
que considera el cuerpo
no como un obstáculo para
el conocimiento, sino al
contrario, como un vector de
su producción.

En el frente de las desigualdades
étnicas y urbanas, mi libro
"Los condenados de la ciudad:
gueto, periferias, Estado"
(SigloXXI, 2007) aplica los esquemas
bourdieusianos para
mostrar cómo el Estado, mediante
su estructura y políticas,
modela las formas
adoptadas por la marginalidad
urbana al filo del nuevo
siglo: el hipergueto en
Estados Unidos y el antigueto
en Francia y
en Europa occidental.

Finalmente, mis investigaciones
sobre la difusión planetaria
de la temática securitaria
de la “tolerancia cero”,
resumidas en "Las cárceles de
la miseria" (Alianza, 2001) demuestran
que el retorno de la
prisión señala el advenimiento
de un nuevo modo de regulación
de la pobreza que alía la
“mano invisible” del mercado
laboral desregulado con el
“puño de hierro” de un aparato
penal intrusivo e hiperactivo.
El neoliberalismo supone
menos Estado social, pero más
Estado penal
.

Y, por el contrario, ¿cuáles
de las aportaciones de
Bourdieu resultan menos
útiles y actuales?

El postulado sobre que existe
una estrecha correspondencia
entre las oportunidades objetivas
y las aspiraciones subjetivas
ya no es tan válido hoy en
día, con la universalización de
la escolarización secundaria y
el desbaratamiento generalizado
de las estrategias de reproducción
de las clases populares.
El marco nacional en el
cual Bourdieu elaboró sus investigaciones
debe ser ampliado
y enriquecido mediante un
análisis de los fenómenos
transnacionales, para los cuales
aporta, no obstante, los
instrumentos conceptuales
esenciales. Como con cualquier
teoría, también hay que
someter a prueba los postulados
de la sociología bourdieusiana
hasta alcanzar su punto
de ruptura. Bourdieu hubiera
sido el primero en animarnos
a hacer tal cosa.

El curso de Bourdieu sobre el
Estado en el Collège de
France acaba de ser publicado
bajo el título Sur l’État
[Sobre el Estado]. ¿Qué nuevas
aportaciones supone para
el conjunto de su obra y para
el debate democrático?

En cuanto a la forma, esta primera
gran edición póstuma
nos permite descubrir a
Bourdieu como un pedagogo
en acción, abriendo huella a
tientas hacia el “monstruo
frío” denunciado por
Nietzsche, con el que estamos
tan familiarizados que ya ni
nos damos cuenta de su cada
vez más invisible existencia.
Al aclarar por qué plantea los
problemas como los plantea
(partiendo de acciones aparentemente
banales, como rellenar
un formulario administrativo
o firmar un certificado
de enfermedad), al señalar las
trampas que esquiva, al no disimular
sus tanteos, sus dudas,
sus angustias incluso, nos invita
a entrar en su laboratorio
y nos ofrece una propedéutica
sociológica en acción.

En cuanto al fondo,
Bourdieu renueva de cabo a
rabo la teoría del Estado, caracterizándolo
como el “Banco
Central” del capital simbólico:
la instancia que monopoliza
no sólo el uso legítimo de la
violencia física, mediante la
policía y el ejército (como ya
propuso antaño MaxWeber),
sino también el uso de la “violencia
simbólica”, es decir, la
capacidad para inculcar las categorías
y asignar las identidades,
sobre todo a través de
la educación y del derecho,
monopolizando así el poder de
verificación del mundo. Este
libro propone una relectura de
la invención histórica –que no
deja, a fin de cuentas, de resultar
sorprendente–, al hilo de la
cual la “casa del Rey”, que se
basa en la apropiación privada
del poder y que se reproduce
por la vía dinástica, se ha ido
mudando paulatinamente en
“razón de Estado”, que se basa
en títulos académicos y que se
reproduce por la vía burocrática.

El Estado emerge así como
una institución bifronte: por
un lado, constituye el vector de
desvío de lo universal en provecho
de sus constructores y
conductores y, por otro lado,
el medio posible para lograr el
progreso de lo universal y, por
lo tanto, de la justicia.

¿Qué pensaría Bourdieu de
la crisis económica que sufre
actualmente Europa y
que precisamente amenaza
a su modelo de Estado regulador
y protector?

Con su perspectiva a largo plazo,
Sur l’État ofrece precisamente
unas herramientas
preciosas para comprender
mejor los argumentos y resultados
de las luchas políticas
provocadas por la crisis financiera
y monetaria que sacude
ahora todo el planeta. Nos recuerda
que son los Estados
quienes construyen los mercados

y que, por lo tanto, pueden
ponerles coto, a poco que los
responsables políticos tengan
la voluntad colectiva de hacerlo.
Sugiere que los enunciados
aparentemente expertos con
los que se arropa el orden económico
establecido (como las
evaluaciones de las agencias
de rating)
no son sino pulsos
simbólicos que no reposan
más que en la fe colectiva que
les quiera conceder quienes a
ellos se pliegan (empezando
por los medios de comunicación
dominantes). Conviene
releer, a este respecto, el capítulo
de su breve libro Contrefeux
(1998; Anagrama, 1999)
subtitulado "Propósitos al servicio
de la resistencia contra la
invasión neoliberal", en el cual
Bourdieu vapulea lo que denomina
“el pensamiento
Tietmeyer” (nombre del por
aquel entonces director del
Bundesbank), convertido desde
entonces en el “pensamiento
Trichet” y ahora en el
“pensamiento Draghi”, que
presenta al imperio de las finanzas
como un estado de cosas
ineluctable cuando, en el
fondo, es totalmente arbitrario
y sólo perdura debido a la servidumbre
voluntaria de los dirigentes
políticos.

¿Con qué hay que quedarse
finalmente de Bourdieu y
qué echa usted más de menos
desde su desaparición?

A título personal, sus telefonazos
a las dos de la madrugada
en Berkeley, que solían arrancar
a menudo con un punto de
ansiedad y que finalizaban invariablemente
en carcajadas,
lo que me ponía las pilas de
verdad. Los desayunos en su
minúscula cocina en los que todo
se entremezclaba: trabajo,
debate político, consejos vitales;
todo siempre bajo el prisma
sociológico. Ya que, aunque
él mismo lo niegue en La
Sociologie est un sport de combat
,
(2001), la película que Pierre
Carles le ha consagrado,
Bourdieu nunca se quitaba las
lentes científicas.
Pero el autor de Sens pratique
(1980) [El sentido práctico,
Siglo XXI, 2007] sigue
presente y vivo a través de todas
las investigaciones impulsadas
por su pensamiento
en todo el mundo. Bourdieu
es ya el nombre de una empresa
colectiva de investigación
que atraviesa las fronteras
de las disciplinas y países
para alimentar a unas ciencias
sociales rigurosas, críticas
con el orden establecido
y preocupadas por ampliar el
espectro de las posibilidades
históricas.

Lo_Øc Wacquant es profesor en la Universidad de California, en Berkeley, e
investigador en el Centre Européen de Sociologie et de Science Politique,
en París. Sus investigaciones versan sobre marginalidad urbana, la
dominación étnico-racial, el Estado penal, la política de la razón y la teoría
sociológica, y han sido traducidas a una quincena de lenguas. Entre sus
obras se incluyen Castigar a los pobres. El Gobierno neoliberal de la
inseguridad social
(Gedisa, 2009), Los condenados de la ciudad: gueto,
periferias, Estado
(Siglo XXI, 2007) o Entre las cuerdas: cuadernos etnográficos de un aprendiz de boxeador (Alianza, 2004).

Este texto ha sido cedido a DIAGONAL para su publicación en el Estado español.

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