TOUR DE FRANCIA
Bicicletas con sabor a sandía

Podríamos pensar que el Tour de Francia es una carrera ciclista más. Una competición profesional con el único objetivo de ganar. Pero también es una apasionante aventura. Un recorrido sentimental por lugares comunes tanto dentro como fuera del pelotón.

09/07/10 · 8:34
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El Tour de Francia siempre sabe
a sandía. Siempre huele a aftersun.
Niños sin camiseta, señoras
en bañador, cafés con hielo y helados
de nata. Esa televisión que
a veces está nublada, llena de interferencias
de tormenta y problemas
con el helicóptero de la
señal. Comentarios sobre los
tramposos italianos, sobre los
escaladores colombianos, los rodadores
centroeuropeos, los fracasos
franceses, las sorpresas
españolas. Alguien se queda un
poquito dormido.

El Tour no se puede ver en un
pueblo de Texas a las 9 de la mañana.
El Tour se ve después de
comer en una piscina pública.
Desde allí en 1989 y entre olores
a crema solar y a expectación
mucha gente se agolpa ante la
televisión. Un segoviano llamado
Perico es favorito y eso para
la gente de la piscina ya es ser
mucho. Es el prólogo y Perico
no aparece. La gente come algún
helado y empieza a rumorear
que este chico está loco. Que
no quiere volver a ganar el Tour
y que no se presenta. Llega casi
tres minutos tarde a la salida y
gusta. Los piscineros disfrutan a
lo grande durante las siguientes
etapas de montaña atacando a
Lemond y Fignon. A la gente de
repente le gusta el Tour, todos
prefieren llegar tarde a los sitios
y si hay que atacar a un yanqui y
un francés la cosa es divertida.
Después un chapuzón.

Luego llegó Indurain y se sintió
la victoria como condena, la
falta de alegría, la conversión de
esta aventura ciclista en un monólogo
propio de otros deportes.
Muchos vivieron aquellos años
en una gran playa de Salou,
viendo ganar constantemente a
Indurain en un chiringuito.
Aburridos, desconcertados, empachados
de alegría. Tristes por
Chiappucci, que era más de los
suyos. Así que todo el chiringuito
celebra a su manera aquel 6
de julio de 1996 en el que Indurain
se hunde en Les Arcs (Alpes)
y Hautacam (Pirineos). Un
Tour organizado para él y quizás
para nosotros, con paso incluido
por la puerta de su casa
en Villava, por donde han pasado
casi ocho minutos antes el
resto de los corredores. La siesta
interrumpida minutos antes de
la línea de meta.

Y es que los 12 años en los que
Indurain y Armstrong impusieron
su aburrimiento el Tour de
Francia se convirtió en una carrera
vulgar. Pero existió 1998.
Un año mágico entre esas dos
etapas oscuras. Los niños del
camping de La Garrucha disfrutaron
con un frigopié en la mano
de un espectáculo en el puerto
de Galibier. Chava Jiménez y
Marco Pantani devolvían las
sonrisas. Emocionante verles levantarse
del sillín sin mirar para
atrás. Emocionante recuperar
la aventura del ciclismo. Emocionante
ver que todavía la
gente se podía divertir después
de comer. Fue un verano feliz y
libre, con ataques al presente
con desenfreno. Corriendo demasiado
como hacían ellos. No
es raro seguir viendo pintadas
sobre el asfalto, de esas con
brocha y pintura blanca, de
esas que simplemente dicen
“tu sei sempre nel nostro cuore”.
Fue un año sin siesta.

Ruedas marcadas

El aburrimiento regresó con las
siete victorias consecutivas de
Armstrong, que acabó por destrozar
los lugares comunes del
ciclismo. Nadie se acerca a ver
las televisiones. Simplemente se
pregunta si ha vuelto a ganar. Si
hay algún positivo. Si de nuevo
el ciclismo se ha convertido en
un asunto burocrático. Se reparten
las etapas. Se juega con las
ruedas marcadas. Todo el mundo
se echa la siesta.

Nos despertamos sobresaltados.
Contador, los hermanos
Schleck, Evans... Llega la alegría
en la bicicleta, las sonrisas en la
gente y con ello todos los demás
sabores y olores del verano. En
un camping de Pirineos a los
pies del Monte Perdido la gente
se reúne en torno a una televisión
que ahora es plana. Contador
lanza un ataque a su compañero
de equipo Armstrong en
Verbier, en los Alpes suizos. El
americano esta vez no puede.
Por fin se rompe el verano. Por
fin se vuelve a ver el Tour en las
piscinas públicas, en los chiringuitos,
en los campings. Las siestas
pueden esperar. Un niño junto
a su padre observa el alegre
pedaleo de Contador. En sus
manos sostiene una raja de sandía
a medio comer.

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