Ciudades-marca,‘museificación’... ¿Qué tienen las metrópolis modernas que las hace tan atractivas? Exploramos los nexos de unión y las respuestas a este proceso de homogeneización de las condiciones de vida en las ciudades del siglo XXI.
inforelacionada
“Pobre pero sexy” es uno de los
eslóganes ideados por la alcaldía
de Berlín de Klaus Wowereit que
más proyección internacional
han tenido para la promoción de
la ciudad. La ciudad es un elemento extremadamente difícil
de definir por su constante dinamismo, pero en ese dinamismo
lleva a cabo una visibilización
exterior: la ciudad imita y es imitada, quiere llegar a ser su propia utopía. Berlín ve, mientras, cómo el mercado inmobiliario,
la inversión en turismo y los procesos gentrificadores hacen que
cada vez sea menos pobre y también menos sexy.
La capacidad
de las ciudades para expresarse
y crear una imaginería propia
está en estos momentos en uno
de sus puntos álgidos con la creación de ciudades-marca, de la
que son ejemplos clásicos
Amsterdam, Londres o San
Francisco. En ellas se crea un
punto de atracción en relación a
un entorno cultural y de estilo
de vida que no se relaciona ya
directamente con el atractivo turístico de postal al más puro estilo parisino. Estas llamadas, sin embargo, se realizan en base a
una actividad que se habría originado en la propia ciudad antes de que se pudiera plantear
ningún tipo de explotación
comercial sobre ella, puesto
que, en San Francisco, la comunidad gay existía de forma anterior a su elevación a ciudad-icono, y en Holanda la
despenalización del consumo
de marihuana y hachís se produjo décadas antes de su auge
turístico en los últimos años.
Gentrificación
También existe la creación de
una imaginería en torno a la
ciudad, auspiciada por iniciativas público-privadas en casos
como el proyecto Puerto
Maravilla en Rio de Janeiro, que
implica el desplazamiento de la
población originaria.
Así, se produce la explotación de unos barrios que, por
su emplazamiento tradicional,
cercano al centro de la ciudad,
pasan a ser puntos de comercio
estratégico, previa reurbanización o restauración por parte
del sector público, con el emplazamiento incorporado de
centros de cultura u ocio de referencia. Esto lleva al desplazamiento de la población originaria y la cultura del barrio en
cuestión, ya sea por el ascenso
del precio de los alquileres o directamente mediante desalojos. De estas actuaciones, encaminadas a la promoción del comercio, la inversión y el turismo
internacional, emanaría el discurso oficial de las ciudades.
Aunque en respuesta a ese
encarecimiento del suelo, mercantilización de los espacios y
desplazamiento de la población
originaria encontramos cúmulos
de resistencia, ligados tanto a los
vecinos tradicionales del barrio
como a los jóvenes e inmigrantes que llegaron allí por sus accesibles precios en origen.
Podemos ilustrar esto a través
del barrio berlinés de Kreuzberg,
punto de mezcla entre los inmigrantes turcos y jóvenes alternativos atraídos por el bajo precio
de los alquileres, convertido hoy
en reclamo de vida nocturna y
ocupado por la clase media-alta
por su carácter indie. Pero la ciudad no establece un discurso cerrado pues la ciudadanía tiene la
capacidad de establecer en torno
a él una dialéctica. En respuesta,
desde 2009 comenzó a prenderse fuego a los automóviles de
lujo
en
barrios
como
Kreuzberg, cuyos dueños eran
las nuevas clases altas que iniciaron el proceso gentrificador. De estos hechos nació una web
(brennende-autos.de) que contabiliza y sitúa los coches incendiados indicando su marca.
Es este carácter no institucional el que define la respuesta en
esta interlocución entre la ciudad capitalizada y sus habitantes. Puesto que no se dispone de
los medios económicos con los
que realizar una respuesta ampliamente difundida, se recurre
a mecanismos basados en la
ilegalidad y la violación de los
espacios privados. En ello entra
en juego de lleno la creatividad
y la actividad artística y performativa en todos los niveles. Si
un simple, y a priori despolitizado, grafiti ha sido definido tradicionalmente como contaminación visual no es de extrañar que
los artistas hayan tomado el modelo de vulneración del espacio
público en manos privadas para
la comunicación con la autoridad, la iniciativa privada y la
propia ciudadanía, pues al intervenir sobre espacios cotidianos
se rompe la continuidad de su
percepción.
De las prácticas “pictóricas”
de grafiteros anónimos a otros
encumbrados como Blu, pasando por simples pintadas de frases denuncia o llamadas a la población, nos encontramos con
otras intervenciones como las de
Richard Reynolds y su jardinería de guerrilla en espacios inutilizados en Londres, u otras performativas tales como las de
Matthias Wermke y Mischa
Leinkauf, que limpiaban gratuitamente los cristales a los conductores del metro berlinés.
Por otra parte, en el uso de la
propia imaginería “oficial” del
consumo y la autoridad encontramos actos como la pegada de
carteles durante la campaña
electoral municipal de 2007 en
Buenos Aires por Vómito
Attack, en los que se leía “Vote
Poder Corrupción Mentiras”, o
la colocación por el chileno
Alfredo Jaar de luces rojas en la
cúpula del Marché Bonsecours
de Montreal, conectadas a los
interruptores de la luz de los albergues para sin techo. Cabe
también destacar al colectivo
Left Hand Rotation en la contribución a estas dialécticas, con
sus actuaciones urbanas absurdas en las que sus miembros
dialogan con el espacio urbano
situando martillos rompecristales junto a parquímetros, cajeros automáticos o cabinas telefónicas, cuestionando si es legal romperlos en caso de necesidad, o su intervención sobre
los Cines Luna (Madrid), colocando en sus carteleras frente
al vecindario carteles de películas simulando los problemas
de la plaza: drogas, prostitución y control social ante la instalación de cámaras de seguridad en las calles.
Otras vías de violación de esa
hegemonía son la creación de
espacios comunitarios en lugares abandonados, tales como la
Kunsthaus Tacheles berlinesa o
la Tabacalera madrileña, o los
huertos urbanos como el ya histórico “the garden of eden”, en
un solar del Lower East Side
neoyorquino, dando lugar a una
revitalización del barrio y estableciendo un canal de comunicación con la ciudadanía y con
las propias autoridades.
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