Baltimore, Estados Unidos, el mundo

Dentro del aluvión de series de televisión destacamos The Wire, una producción de género policial con estructuras tomadas de las novelas del siglo XIX, que ha aportado una de las visiones más lúcidas sobre el comienzo de una era de global desastre.

12/01/10 · 0:00
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Hay dos formas de viajar. Se
puede hacer turismo, armado
de guía, cámara de fotos y la voluntad
de ir visitando sitios como
quien va tachando de una
lista los lugares que-hay-que-ver.
Otra exige tomárselo con
calma. Llegar a un lugar y permanecer
un tiempo, conocer a
sus gentes, abrirse a otra percepción
del mundo. “Eso es lo
que buscamos: hacer que la televisión
sea un viaje así, intelectualmente
hablando. Traer esos
pedazos de América oscurecidos
o ignorados o segregados
de lo corriente y argumentar
con eficacia su relevancia y
existencia al americano común.
Decirles: en efecto, esto forma
parte del país que habéis creado.
Esto también es quiénes somos
y lo que hemos construido.
Pensadlo de nuevo, cabrones”.

Esa declaración de intenciones
pertenece a David Simon, el
creador de The Wire, en una entrevista
con el escritor Nick
Hornby. Muchos de ustedes no
habrán oído hablar jamás de este
tipo ni de esta serie, que apenas
se ha estrenado en un canal
de pago en España. Otros, en
cambio, estarán hartos de oír
una y otra vez que es una de las
mejores series de televisión de
la historia. Algunos afortunados
incluso la habrán visto. Pero,
¿qué demonios pasa con esta serie?
¿A qué viene tanto revuelo?
Quizás conviene hacer una
breve introducción para neófitos.

Sobre el papel, The Wire podría
parecer una serie –otra
más– sobre policías, que en este
caso se dedican a perseguir narcotraficantes. Ver unos pocos
capítulos desmiente esta impresión.
Olvídense de intachables y
macizos defensores de la ley y
el orden que resuelven casos
como churros. De lo que aquí
se trata es de hacer el retrato de
una ciudad –la poco glamourosa
Baltimore, con altos índices
de pobreza y violencia–, de sus
habitantes y sus instituciones.
La serie cuenta con una nómina
de unos 30 personajes estables
que pertenecen a distintos
estamentos, y dedica cada una
de sus cinco temporadas a examinar
una faceta de la ciudad:
el tráfico de drogas, el puerto, el
poder político local, la escuela y
los medios de comunicación. O
más bien deberíamos decir: las
desastrosas consecuencias sociales
de la guerra contra las drogas;
la decadencia de la clase trabajadora
industrial; los entresijos
de un poder político marcado
por la corrupción, la especulación
urbanística y la lucha de intereses;
el fracaso del ideal de la
igualdad de oportunidades en la
educación; y la farsa de unos medios
de comunicación más preocupados
por las ventas y los beneficios
que por la información.
Casos policiales que se atascan
y embarullan, conversaciones
anodinas entre camellos
mientras esperan en la esquina
la enésima borrachera en un oscuro
pub... a veces parece que
en The Wire no pasa nada y, sin
embargo, todo un mundo se
despliega ante nuestros ojos.
Como dice Lester Freamon, uno
de los personajes: “La vida,
Jimmy, ¿sabes lo que es? Es la
mierda que pasa mientras esperas
los momentos que nunca llegan”
.

The Wire abraza el formato
serial con todas sus consecuencias,
para ofrecer el retrato
de un mundo y de unos personajes
con múltiples aristas, a los
que vemos equivocarse, cambiar,
volverla a cagar; a los que a
veces odiamos y otras no podemos
evitar cogerles cariño.
Antes de dejarles con nuestro
particular recorrido por las calles
de Baltimore, permítannos
un breve apunte sobre sus creadores.
David Simon fue reportero
del Baltimore Sun, y durante
trece años se dedicó a recorrer
sus calles como cronista local.
Así es como conoció a Edward
Burns, un atípico policía aficionado
a la lectura que dejó el
cuerpo para trabajar en una escuela
pública. Esta extraña pareja
decidió plasmar sus obsesiones
comunes sobre los males
que asolaban a su ciudad junto
con un equipo de guionistas formado
por antiguos periodistas y
escritores como Richard Price o
Dennis Lehane. Todos ellos tipos
ajenos a los despachos de
Hollywood, pero capaces de
darle a la serie la estructura literaria
y con múltiples puntos de
vista que convierten a The Wire
en una apasionante novela audiovisual.
Bienvenidos a Baltimore.

“Si mataran a 300 hombres
blancos cada año en esta
ciudad, enviarían a la 82
División Aerotransportada.”

(Freamon)

Tal día como hoy las estadísticas
policiales de la ciudad de
Baltimore registrarán un asesinato,
dos incendios provocados,
16 agresiones graves, 17 vehículos
robados, 20 allanamientos y
87 delitos contra la propiedad.
Siete veces mayor que la media
nacional, el crimen es uno de los
factores que determina la vida y
acciones de individuos e instituciones
en este escenario. La segregación
económica es otro
elemento clave en el devenir de
esta ciudad, que en los últimos
40 años ha visto emigrar a
350.000 de sus habitantes hacia
zonas más prósperas del estado
de Maryland. Hoy, más de un
20% de su población vive por debajo
del umbral de la pobreza.
De estas 127.000 personas, una
cuarta parte son niños y ocho de
cada diez son de raza negra.
Para David Simon, Baltimore
está en “los últimos círculos de
una economía donde el capitalismo
tiene carta blanca. Es una
ciudad sistemáticamente desindustrializada,
hipersegregada, inhabitable para la clase trabajadora,
donde las minorías
alienadas económicamente encuentran
su única salida en el
negocio de las drogas”.

“Los dioses no te salvarán”

(Burrell)

“Lo que me inspiró es la tragedia
griega, en la que protagonistas
predestinados y condenados
se enfrentan a un sistema que es
indiferente a su heroísmo, a su
individualidad, a su moralidad.
Pero en vez de dioses del Olimpo
que lanzan rayos ardientes y joden
a la gente por diversión, tenemos
instituciones posmodernas.
El departamento de policía
es un dios, el tráfico de drogas
es un dios, el sistema escolar es
un dios, el ayuntamiento es un
dios, las elecciones son un dios.
El capitalismo es el dios supremo
en The Wire. El capitalismo
es Zeus”.

El triunfo de unas instituciones
que han fracasado en su labor
de servir a la gente y ahora
buscan sólo perpetuar el statu
quo es uno de los grandes temas
de la serie, como revelaba David
Simon en The Fader. No hay un
individuo responsable de todos
los males; en The Wire el villano
es la maquinaria institucional,
que trasciende a los individuos
que la integran y que, como la
banca, siempre gana.
Todo cambia para que todo siga
igual. ¿No deja este retrato de
un sistema irreductible al espectador
con sensación de impotencia?
¿O es que quizá insinúa que
no basta con tímidas reformas y
buena voluntad?

“Yo no soy un empresario de
traje como tú. Soy sólo un
gángster, supongo. Y quiero
mis esquinas”

(Barksdale)

“La cuestión es que cualquier
cosa a la que llamemos heroína,
se va a vender sola. Si es
buen material, se va a vender.
Si es mal material, vamos a
vender el doble”. Con esta reflexión
de Stringer Bell al comienzo
de la serie, se expone
la naturaleza peculiar de las calles
de Baltimore. La demanda indiscriminada de estupefacientes
en la “ciudad interior”
genera un mercado casi ilimitado,
donde quien quiera conseguir
beneficios apenas necesitará
inversión, conocimientos
o infraestructura comercial
en el sentido tradicional.

Aunque en este sistema desregulado
y abierto es fundamental
adquirir una posición
privilegiada desde la que controlar
la oferta en el territorio
propio y expandirse desplazando
a la competencia. Para conseguir
este objetivo es casi inevitable
militarizar las operaciones
comerciales, lo que produce
cadáveres y en último lugar
lleva a las calles la guerra
entre las bandas y las fuerzas de seguridad del Estado. It’s all
part of the game.

“No necesitamos soñar más”

(‘Stringer’ Bell)

“El ser humano cada vez importa
menos”. David Simon registra
con esta frase uno de los aspectos
más sabrosos de la serie.
El individuo, en The Wire,
está condenado a una soledad
sistémica. En esas calles algunos
se aferran a la vida, aquello
que ocurre cuando se está dentro
del juego, y otros son arrollados
sin compasión por un
progreso disfuncional.
La eliminación es el final del
juego y, hasta ese punto, “eso es
América, tío”. Para algunos, la
libertad es una droga adulterada.
Si alguien confía en Adam
Smith es sacado pronto de un
tablero en el que las ideas están
neutralizadas por los intereses.
Los sueños son caprichos; pocos
se obligan a perseguir uno,
para no salirse de la senda.

Algunos aspectos en el tratamiento
de los personajes remiten
a la novela del siglo XIX: el
espectador es tentado por los
guionistas de la serie, es el único
autorizado para conocer a los
personajes, mientras que éstos,
en muchas ocasiones, no se reconocen
entre sí, pululan por la
ciudad en busca de autor. Los
encontramos y se esfuman una
y otra vez, hasta que el espectador
puede sentir la atmósfera
por la que ha recorrido cada personaje
mientras la trama le
mantenía oculto.

El espectador adquiere una
responsabilidad cuando se
planta en esas calles: en The
Wire
no funcionan las fórmulas.
Hay que comprobar una y
otra vez que sólo hay una que
no pierde vigencia: sólo los
más fuertes sobreviven. Pero,
a diferencia de otras series
más convencionales, en ésta
la debilidad forma parte del
juego, “todas las piezas importan”,
dice Freamon, para
llevar la contraria.

David Simon se marcha a Nueva Orleans

David Simon pasó más de una década en la redacción del Baltimore Sun. Durante ese tiempo escribió dos libros de crónicas que serían llevados a la pequeña pantalla: con Homicide se pasó un año recorriendo las calles junto con una unidad de policía; con The Corner se bajó del coche patrulla para acompañar a una familia de adictos. El libro, escrito con el que sería su futuro compañero de fatigas televisivas, Edward Burns, se convirtió, de la mano de ambos, en la miniserie The Corner, una suerte de preámbulo de The Wire.

Tras The Wire, Simon y Burns acometieron la miniserie Generation Kill, que retrata la invasión  de Iraq de la mano de una unidad de élite de marines con altas dosis de realismo y miserias  bélicas. Pero el proyecto con el que Simon nos ha puesto los dientes largos es Tremé, la historia de un  músico en el Nueva Orleans post Katrina que promete ser otra apasionante radiografía marca de la casa.

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