50º ANIVERSARIO DEL SELLO MOTOWN
Balada triste de Detroit: caída y auge de la fábrica de hacer ‘hits’

El sello de Berry Gordy funcionó durante dos décadas
como una auténtica industria del éxito radiofónico.
Grupos como The Supremes, The Four Tops o solistas
como Marvin Gaye influyeron decisivamente en la
consolidación de la cultura negra en Estados Unidos.

02/04/09 · 8:36
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Se estropeó la máquina de hacer canciones, eso fue. Hoy, Detroit es una ciudad fantasma en la que comprar un piso cuesta menos de 8.000 euros porque nadie quiere vivir allí. Y el estudio no es más que el atrezzo de un museo en una casa en una calle en la que suenan productos MTV. Los puristas sitúan el principio del fin en el traslado desde la ciudad del motor (Mot-Town) hasta la dorada costa oeste. Para otros, la historia de la casa discográfica más importante de los ‘60 y los ‘70 en Estados Unidos se tuerce cuando Diana Ross o Michael Jackson dejan en la estacada a sus comparsas o cuando Berry Gordy (Detroit, 1929), el ideólogo y omega del sello, se pelea con el trío de compositores Holland, Dozier y Holland. Hay quien piensa que no han de buscarse culpables: la sociedad crece y las canciones al mismo tiempo picaronas y naif del sello ya no valen en los tiempos del posfordismo. Pero sí hay un culpable, si me lo preguntas.

Un personaje cuyo solo nombre carda los pelos y pega a la piel algo con una textura como la de la gomina. Una figura cuyas canciones dan tanta vergüenza ajena que nadie en su juicio querrá reivindicarlo cuando el tiempo haya acabado con quienes le detestamos: Lionel Richie.

‘Three Times a Lady’

Empecemos por el final de
una historia que no ha terminado:
oficialmente Motown
todavía existe. El sello sirve
de máscara a otra serie de
subsellos que cubren los nichos
de mercado que hay en
el país de las oportunidades:
country, gospel, rap... El negocio
tira de éxitos de radiofórmula
y de algún número
15. La Motown de toda la vida
está muerta y enterrada.
El nombre que sustituyó a
Tamla Records sigue apareciendo
en discos-chicle, pero
hace tiempo que ya no sugiere
nada bueno.

Los últimos que llevaron
la etiqueta a lo más alto pertenecen
a esta era, certificada
cuando Gordy vendió la
marca por 61 millones de dólares
de los de 1988. Les corresponde
a los poco funk y
nada divertidos Boyz II Men
el honor de haber sido los últimos
en subir cuatro singles
al hábitat que correspondía
en sus tiempos a un sencillo
de la Motown, al número
uno. En descargo de esos
blandorros hay que decir que
la descomposición vino de
dentro. Quédense con este
número uno: Three Times a
Lady, del detestable Richie,
y este año, 1978. Poco después
del final de la Guerra de
Vietnam, a muchos niveles
afectado por el síndrome de
Indochina, cansada la sociedad
de mentiras optimistas,
se produjo la caída del sello,
la claudicación que dio a
aquél las llaves del reino.

Antes, sin embargo, todo era
maravilloso. Las fábricas
echaban humo. Detroit era
probablemente la ciudad más
próspera del mundo. Martha
Reeves and The Vandellas se
paseaban por la cadena de
montaje del Ford Mustang
cantando Nowhere to run. El
pequeño Stevie Wonder se
ganaba al pueblo con su armónica
y esperaba turno para
grabar uno de los mejores
álbumes de la historia: Talking
book. La cadena funcionaba
fetén: la mejor retaguardia
que cualquier frontman
podía desear, la sencillez con
la que los Funk Brothers llenaban
cada canción, las panderetas
dando juego, y por
encima de todo el sobresaliente
estilo de los grupos y
los secundarios del sello: The
Temptations, The Four Tops,
Mary Wells, Smokey Robinson,
Marvin Gaye y Tammi
Terrell, The Isley Brothers, y
un rosario de etcéteras.

Todo encajaba porque había
un solo motivo. Una constante
que alcanzaba a todos:
era el amor de una sociedad
joven y todavía vital, un sentimiento
que no tenía relación
con ese baboseo acartonado
de las baladas para
blancos (Sinatra incluido) ni
tampoco era exactamente lo
mismo que el enamoramiento
formal de las canciones de
los Beatles. También era,
aun con clichés machistas,
la primera vez que el amor
desde el punto de vista de la
mujer (negra) alcanzaba relevancia
internacional.

‘What’s Going On’

Cuando llega el éxito Gordy
quiere dejar la fea Detroit.
Quiere que su chica se separe
de las pelmas que le hacen
sombra, quiere producir
películas; la ambición que le
ha llevado a ser sólo un poco
menos conocido que sus
dos primos lejanos, Jimmy
Carter y Elvis Presley, le lleva
a tomar decisiones demasiado
rodadas; Ben, el primer
single de Michael Jackson,
le da la pista sobre el
nuevo ritmo que busca la
acomodada clase consumidora.
Los viejos valores del
sello o se adaptan al mal
gusto de los nuevos tiempos
y se deshinchan poco a poco,
caso de Stevie Wonder,
o se fugan a otros tugurios
en busca de emociones fuertes,
caso de Marvin Gaye. El
demoledor éxito del pequeño
de los Jackson, las peleas
intestinas con el grupo de
músicos del sello (los Funk
Brothers) y los compositores
(Holland-Dozier-Holland),
la vida lujosa de
California, la droga, los socorridos
cambios en la sociedad
estadounidense, y la
venta de su alma al nefando
cantante del pelo cardado,
acaban con la historia más
grande acaecida nunca en la
hoy, y por muchos años, deprimida
Detroit.

Pero (y eso es lo que quedará
cuando nadie recuerde
a Lionel) con el legado de la
Motown pueden llenarse
ocho discos de canciones
brillantes, algunas demasiado
brillantes. Uno puede
viajar ocho horas escuchando
los viejos temas de la casa
y, aunque termine con el
síndrome del que llega tarde
al baile, si hace un buen
día y sus cuitas no pesan demasiado,
se le clavará en la
cara una sonrisa inocente,
picarona, una mueca parecida
a esas que lucen los
enamorados cuando todo
marcha bien.

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