Un big-bang de expresiones, un acontecimiento detonado y
segmentado, en la teoría y en la práctica, que se desarrolló en la Casa
Encendida en Madrid: performances sonoras, cine, música, radio...
- Foto: Olmo González.
Pensar juntos. Oír juntos. Escuchar
juntos. Es la propuesta de
este boom académico, expresado
en Madrid como un nuevo
marco de connivencias que tanto
nos atrae y distrae hacia diversos
lugares, enfoques, métodos
o disciplinas, de este, en el fondo,
ya consagrado género expresivo
contemporáneo. Hace años
que proliferaron festivales y encuentros
de arte sonoro en
Occidente, donde el plano tecnológico
ha robado protagonismo
a lo tradicional o étnico, aunque
respeta e integra. “Una panorámica
sobre esta disciplina que no
se cierra en sí misma y busca
abrir puertas”. La variabilidad
como un desaliento que intenta
hacernos ver cómo nuestra forma
habitual de percepción está
fuera de lo casual.
Esa lucha la cultiva ahora el
paradigma tecnocientífico, que
quiere expresarse artísticamente,
del modo inverso en que las
bellas artes quieren dedicarse a
la ciencia y a la tecnología. Confluencia
que trae planteamientos
de base irresolubles sobre identidad,
permanencia, credibilidad,
belleza... En Arte Sonoro, las
conclusiones no han dudado en
ofrecerse ‘a vuelapluma’. Porque
siguen siendo las mismas. Y el
siempre análisis in media res de
estas experiencias híbridas genera
planteamientos de si, realmente,
no es mejor un disfrute
inocente y primitivo (al menos
para la tradicional audiencia) de
la naturaleza del sonido.
Pero a ratos, estos debates se
tornaban técnicos, buscando un
receptor más relacionado con la
curiosidad científica que el enfoque
más puramente antropológico.
Así, la ‘atención estética’ existe
como archivo adjunto dentro
del verdadero mensaje técnicosonoro.
Por ejemplo, con la música:
el rapto de su tradicional
concepción hathorista, para someterla
a la probeta. En definitiva,
una exploración en tres mundos:
el del magnetoscopio, el del
altavoz y el de los ordenadores.
“La música es ahora un flujo
de datos, de secuencias binarias
que se encuentran con otras artes
en el corazón del ordenador”.
En conceptos de morfología, la
expresión artística permanece
en estado gaseoso. Los géneros,
por el contrario, son sólidos, concretamente
esféricos, ya que su
renovación es limitada. El Arte
Sonoro tal vez no busque del todo
su hueco como género sino
que invade, como una niebla, los
aspectos de técnica, tecnología,
música, urbanismo, accediendo
a la industria cultural de un modo
clandestino. Así, tienen cabida
sesuda los Soundscapes, el
sampling, los sintetizadores como
macro-instrumentos (“megalo-
melano-logia”), la escultura
sonora o, en resumen, esa “plurisensualidad”
que plantea. Aunque,
¿existe un verdadero espectador
o un consumidor de arte?
¿Debe interesar el experimento
sónico al común de los mortales?
¿O es semejante a colarse en un
laboratorio de diagnóstico clínico
y pretender “consumir artísticamente”
los diagnósticos de la
salud? Al margen de la broma, lo
inhóspito es cómo, miles de años
después, la técnica sigue siendo
el mensaje, y el ‘comportamiento’
de objetos y sujetos es ahora
el centro de análisis de la creatividad
investigadora.
Hay una lucha constante por
ampliar el concepto musical queriendo
entender los complejos
procesos de lo intangible, la narratividad
de lo espontáneo, o la
interrelación: lo plástico como
sonoro, el intrusismo, la verdadera
naturaleza de lo improvisativo,
o el ruido como elemento
de subversión (un desecho de la
actividad humana del cual nadie
parece desear apropiarse), la arquitectura
aural (la percepción
fenomenológica del espacio mediante el oído). En estos debates
(que son uno), cuajan rápido las
diferencias entre el ‘músico’ y
‘artista sonoro’. Pero la diferencia
en los últimos 30 años es que
Cage, el movimiento Fluxus o
Zaj, ofrecían respuestas (subjetivas)
en esta relación obra-consumidor.
Y ahora, un enfoque más
lyotardiano sin excesivos intereses
por la verdad, ofrece preguntas,
yuxtaposición, unión de
subjetividades; incluso los organizadores
avisan de que también
existe colisión entre ellos. Integridad
cero, atractivo cien. Pero
por ello intenta salir de lo claustrofóbico
y ofrecer todo un eje de
actividades, a modo de cajón de
sastre. Es acertado, ya que, mal
que pese a los musicólogos, la
música sigue estudiándose con
su propia concepción y expresión.
De cualquier otro modo, la
teoría se convierte en un lodazal.
José Manuel Costa ofrece este
espacio como “un lugar de
encuentro abierto a todo creador
que utiliza el sonido como
principal medio de expresión»,
apuntando que el Arte Sonoro
sigue siendo “un campo amorfo,
indefinido y propicio para
acoger la creatividad que se genera
en los campos alternativos
a las bellas artes”.
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