El Madison Square Garden recuperó las sensaciones de los playoff, pero ver los partidos de los Knicks está reservado para unos pocos.
Pocas ciudades en el mundo
pueden presumir de tener tantas
canchas de baloncesto como
Nueva York. En muchas zonas,
como Brooklyn, Harlem o
Bronx, el baloncesto es una religión
que se expresa a través del
juego en los playgrounds, especialmente
en los muchos torneos
que cada verano se organizan
al aire libre. Por si fuera poco,
en La Gran Manzana nacieron
algunas de las principales
estrellas del deporte de la canasta
como Bob Cousy, Kareem
Abdul-Jabbar, Julius Erving o
Michael Jordan.
El equipo de los New York
Knicks vivió una época dorada a
principios de los ‘70, cuando logró
dos campeonatos (1970 y
1973), que todavía hoy forman
parte del recuerdo colectivo de
la ciudad. En esa época el
Madison Square Garden consiguió
que el gran público dejara
de mirar por un tiempo al equipo
de béisbol de los Yankees, auténtico
icono de los neoyorquinos,
para seguir las andanzas de los
jugadores knickerbockers. Lo
contaba Woody Allen en enero
de 2002, en una entrevista con
The Guardian: “Era maravilloso
verlos jugar porque no eran aburridos.
Fue un placer ver a Walt
Frazier, Dick Barnett y Earl
Monroe”, nombres que junto a
Bill Bradley, Willis Reed o Dave
DeBusschere forman parte de la
leyenda de los Knicks de los ‘70.
Desde entonces hasta la actualidad
no ha habido muchos motivos
para la alegría en la franquicia.
El período de Pat Ewing
(1985-2000), un enorme pivot de
origen jamaicano que dominaba
la zona como pocos, renovó las
esperanzas, pero no vino acompañado
de ningún título, y la última
década pasó sin pena ni gloria,
caracterizada, en general,
por la mediocridad y la lucha de
intereses ajenos al deporte.
The NY Big Three
Este año, los propietarios decidieron
terminar con esa letanía
de malos resultados, decepciones
y escándalos dentro y fuera
de la cancha. En sintonía con los
nuevos tiempos de la NBA, en los
que para que un equipo sea competitivo
no basta con tener una
superestrella sino al menos un
trío de jugadores con garantías y
calidad contrastada, los Knicks
comenzaron distintas operaciones
para renovar su plantilla.
Primero llegó Amar’e Stoudemire,
un ala-pivot con notable
experiencia en Phoenix Suns, y
más tarde, a mitad de temporada
y tras un traspaso múltiple,
Chauncey Billups, en el puesto
de base, y Carmelo Anthony en
el puesto de alero. El primero,
un veterano jugador, y el segundo, una de las grandes referencias
mediáticas y comerciales
de “la mejor liga de baloncesto
del mundo”.
La llegada del big three neoyorquino
permitió la clasificación para
los playoff por primera vez en
los últimos siete años, y logró que
se recuperara la ilusión por el
equipo que dirige Mike D’Antoni,
pero la eliminatoria hacia el anillo
de campeón de la competición
fue un espejismo. En la primera
ronda, frente a otro histórico como
los Boston Celtics, el equipo
sucumbió por 4-0.
Anthony y el marketing
Carmelo Anthony nació en
Brooklyn, pero con ocho años
se trasladó a vivir a Baltimore
junto a su madre y sus dos hermanos.
Allí creció en el conflictivo
barrio de la zona oeste de la
ciudad, conocido como The Pharmacy, el lugar donde los
guionistas de la serie The Wire
se basaron para narrar las historias
de drogas, asesinatos y
corrupción de la ciudad estadounidense.
Aquellos chicos, que llegan
desde las profundidades del
desigual sistema norteamericano
a lo más alto, son parte
del imaginario de la nación,
construido alrededor de la superación
personal y la idea del
“sueño americano”.
Anthony encaja perfectamente
en ese estereotipo, y los
patrocinadores han aprovechado
el revuelo alrededor del
jugador para hacer todo tipo
de anuncios y promociones.
Pero al Madison difícilmente
podrán acceder aquellos que
crecieron junto a Anthony, ni
tan siquiera aquellos que esperaban
pacientes desde los años
‘70 en sus butacas que el equipo
vuelva al lugar que le corresponde.
Si el precio de las entradas
ya era caro, ahora la franquicia
ha decidido subirlo un 49% para
la próxima temporada. El proceso
de “renovación y gentrificación”,
como lo ha descrito el
propio The New York Times,
afecta al público del Madison.
“Estamos convencidos de que
esto es sólo el comienzo. Nos
echan a la gente que hemos estado
peleando con el equipo en
las últimas décadas, y eso es lo
que huele mal del asunto”, señalaba
al periódico neoyorquino
Huibert Soutedijk, seguidor de
los Knicks los últimos 35 años.
Sea como fuere, el baloncesto
de la ciudad late a buen ritmo en
las canchas de los parques y en
los gimnasios de las escuelas,
allí donde muchas chicas y chicos
sueñan con ser como
Carmelo Anthony, y entrar al
Madison Square Garden por la
puerta grande.
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