Literatura
La Costa del Sol (según Ballard)

La novela ‘Noches de cocaína’, de J.G. Ballard, es una ficción en la que no deja de sonar un contexto cercano: la relación entre crimen y especulación inmobiliaria.

10/12/16 · 7:11
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Al inicio de Noches de Cocaína, el protagonista, Charles Prentice, describe gráficamente el funcionamiento de la frontera que separa Gibraltar de La Línea de la Concepción: "Cientos de coches y autobuses esperaban en medio de una densa neblina de tubos de escape, mientras unas adolescentes lloriqueaban y las abuelas les gritaban a los policías españoles. La Guardia Civil, sin prestar atención a los impacientes bocinazos, revisaba cada tornillo y remache, registraba oficiosamente las maletas y cajas de supermercado y espiaba bajo los capós y ruedas de recambio".

Prentice se salva de un control exhaustivo gracias a la llegada de "un autobús cargado de emigrantes que habían tomado el ferry en Tánger". Este acontecimiento racista, junto con una conversación sobre las posibilidades de contrabando que ofrece el paso fronterizo –"en la Línea todo el mundo está muy contento… y espera que Gibraltar siga siendo británica para siempre"–, dejan una imagen de síntesis sobre la cotidianidad del lugar.

Más allá, la frontera introduce una historia del espacio urbano segregado que se reproduce en las residencias para ricos ubicadas en la Costa del Sol: "Ese curioso mundo de príncipes árabes, gánsteres retirados y eurobasura" que acabará seduciendo hasta el crimen al recién llegado. Se trata de una novela de ficción en la que no deja de sonar un contexto cercano: la relación entre crimen y especulación inmobiliaria.

Las comunidades cerradas

J.G. Ballard es un surrealista. Como el Buñuel de El ángel exterminador (1962), adora los mundos subterráneos que se esconden bajo los modales y la moral de la burguesía.

Crea situaciones en las que se quiebra la escarcha de las apariencias y salen hacia fuera los animales pasionales del inconsciente. Tanto en Millenium People –donde se produce el alzamiento revolucionario de una clase media que lucha por la supervivencia–, como en la misma Noches de cocaína –en la que comunidades de ricos desatan sus atracciones hacia el reino de lo prohibido, ya sean sexuales, politoxicómanas o asesinas–, el escenario elegido tiene algo de Hitchcock. El crimen sucede en lugares insospechados. En este caso, en una cómoda urbanización de lujo altamente vigilada a través de cámaras y patrullas ciudadanas.

Ballard adora los mundos subterráneos escondidos bajo los modales de la burguesía

Tales gated communities son descritas en El tsunami urbanizador español y mundial, publicado en 2006 por Ramón Fernández Durán, como "nuevos desarrollos cada día más segregados de la trama urbana territorial previa (son éstos los ejemplos más genuinos de la 'urbanización del campo'), y homogéneos según nacionalidades de los países más ricos de la Unión", lo cual "crea un espacio social crecientemente desigual para una inmigración de lujo, pero que gravita también sobre unos servicios públicos externos limitados, al tiempo que los inmigrantes no comunitarios que construyen o que trabajan en estos nuevos desarrollos se almacenan en los barrios degradados y abandonados de los núcleos urbanos colindantes".

Se trata de entornos socioeconómicos que desprenden miedo hacia el afuera de la clase –mixofobia, si seguimos la conceptualización de Bauman–, al tiempo que albergan, en la realidad y en la novela, un interior corrupto.

Líneas de frontera aplicadas al territorio y habitadas por gente respetable y con conciencia cívica europea. Un enclave idóneo para ubicar la acción de una descabellada comunidad de personas que en apariencia buscan solamente sol, comodidad y playa. Pero la procesión va por dentro.

Geografía del resort

Charles llega al sur de España para esclarecer algo a lo que no da crédito: su hermano Frank está en la cárcel después de haberse autoinculpado del asesinato premeditado de cinco personas, pertenecientes o vinculadas a la familia Hollinger. Frank Prentice ha confesado haber incendiado la casa donde vivían estos especuladores a gran escala durante una fiesta en honor a la reina de Inglaterra. "¿Era posible que Frank, con sus escrúpulos y su remilgada honestidad, hubiera decidido violar la ley en la Costa del Sol, una zona tan poco profunda como el folleto de un agente inmobiliario?".

Nadie cree que Frank Prentice sea el autor de la tragedia. Nadie. Charles está convencido de que en poco tiempo logrará que su hermano cambie la confesión. Sin embargo, mientras va despejando hipótesis –que el autor aprovecha para llenar de McGuffins la trama–, va conociendo el lugar y decide quedarse allí a vivir. Las hipnóticas redes de comportamientos y personajes le acabarán arrastrando y transformarán su personalidad: de detective incansable a residente convencido en Estrella de Mar, situada a las afueras de Marbella.

A pesar de los numerosos indicios de la inocencia de Frank, su confesión es aceptada por jueces y policías para evitar un escándalo en la prensa extranjera. El abogado defensor se expresa así al respecto: "Recuerde que la condena de un expatriado británico evita la posibilidad de que se acuse a un español. El turismo es vital para Andalucía… ésta es una de las regiones más pobres de España. A nuestros inversores no les preocupan mucho los crímenes de turistas".

Se puede desprender de la novela una doble pregunta que hace eco en la realidad. De un lado, ¿resulta totalmente segura una urbanización cercada y vigilada a través de múltiples cámaras que cubren todo el espacio que la forma?

Por otra parte, ¿supone la muerte cerebral la vida en estas urbanizaciones en las que sus habitantes tienen tiempo de aburrirse a la orilla de la piscina y donde prácticamente no existe ningún tipo de vínculo comunitario entre ellos?

El autor retuerce y distorsiona esta doble pregunta situando en este enclave una organización criminal que se dedica a lucrarse construyendo urbanizaciones y orquestando en ellas crímenes de los que nadie sabe nada y que en apariencia parecen gratuitos. "En Estrella de Mar, como en cualquier lugar del futuro, los crímenes no tienen motivo alguno".

Sin embargo, acto seguido la vida en el resort se reactiva y se intensifica. La catástrofe pone en marcha relaciones sociales y programas culturales que despiertan a la gente del letargo. Una suerte de resiliencia colectiva motivada por la muerte de alguien cercano.

El contexto inmobiliario

Los personajes de la ficción, como los ayuntamientos de litoral español, se mueven estimulados por el afán de lucro. La acumulación de adefesios arquitectónicos kitsch y mansiones ostentosas ilustran el sinsentido de la acumulación ilimitada de riqueza. "La franja de la costa era una llanura indescriptible de huertas, garajes de tractores y proyectos de mansiones. Pasé por un parque acuático a medio terminar, con lagos excavados como cráteres lunares (…). Los campos de golf empezaron a multiplicarse como los síntomas de un cáncer hipertrofiado en una pradera. Los pueblos andaluces presidían los greens y las fairways, aldeas fortificadas que guardaban prados de hierba; pero en realidad, estos municipios en miniatura eran urbanizaciones construidas deliberadamente y financiadas por especuladores inmobiliarios suizos y alemanes, no casas de invierno de pastores locales, sino de publicistas de Dusseldorf y ejecutivos de televisión de Zúrich".

En 2003, cuando se publicó la traducción española de Noches de cocaína, la burbuja inmobiliaria estaba en su apogeo. En 2005 estallaba el caso Malaya. Así se refería al tema Fernández Durán: "Gran parte de la corporación ha sido metida (por el momento) entre rejas, incluida la alcaldesa (…). El Ayuntamiento ha sido disuelto. Las cifras son de vértigo, más de 30.000 viviendas concedidas al margen del planeamiento".

Más allá, el blanqueo de dinero generado por el tráfico de cocaína a través de la construcción y la residencia en los resorts marbellíes de grandes narcos de todo el mundo aparecía en noticias de diarios españoles y de tabloides británicos.

Quizá sin ninguna intención previa, Ballard logra que todo el contexto resuene en una novela en la que las apariencias de las asépticas arquitecturas de los luxury resorts son puestas en cuestión a partir de los instintos humanos primarios.

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