Una entrevista al artista madrileño, nacido en 1929, para el que la pintura y el arte son una necesidad.
Luis Feito me recibe muy amablemente en su casa. Admite necesitar seguir pintando porque la pintura y el arte son una necesidad para él: “Es muy duro echar el freno al arte”. Nada más pasar habla sobre lo que quiere seguir haciendo aunque cada vez le cueste más esfuerzo. Le honra no vivir de las ruinas o los éxitos del pasado, no dedica mucho tiempo a lo que fue, lo que le importa es el presente y ver qué novedades de la nada es capaz de seguir creando.
Entro y su vida entera casi puede verse desde el suelo a las paredes. Suelos manchados de óleos, mesas llenas de papeles y utensilios, una colección de pinceles chinos de todos los tamaños colgados de una viga… Y en una pared una foto de María Callas: “Yo soy muy Callas”, admite. Fotos, premios… El único que echo en falta: el Premio Velázquez, porque los tiene todos: la medalla del mérito de las Bellas Artes, Comendador de las Artes y las Letras de Francia –la condecoración más alta de las artes francesas–, Las Bienales de París, Venecia, premios hasta de Japón…
Entrar en casa de Feito es adentrarse en un universo fascinante, en su mundo, en su propio arte. En su casa-estudio podemos ver unas fantásticas fotos del oeste americano, en concreto del Monument Valley por su admiración al lugar en sí y a las películas de John Ford. Durante 20 años solía ir allí y lo que más le molesta de la edad, es no realizar su viaje anual. Más adelante, sabremos por qué.
Continuo caminando por ese fantástico estudio y veo objetos del Himalaya, decenas de esferas de minerales de todo el mundo, reconoce que son “su perdición” ya que los minerales siempre le han interesado por su energía positiva. También veo un Buda birmano, elefantes, máscaras negras, “la discoteca”, mesas de trabajo y “mi orden desordenado”, dice el pintor.
Para dominar el arte y pintar en nombre propio, ha debido trabajar mucho. Existe en su obra un trazo natural en usted. ¿Cómo definiría su estilo?
No me gusta la palabra “estilo”, prefiero “personalidad”. El estilo explica un amaneramiento. En sesenta años de trabajo ha habido una evolución necesaria en mí. Sin ella el trabajo no sirve de nada. Cuando haces este trabajo (y digo trabajo entre comillas), porque no es trabajo, es una pasión. Yo no he trabajado en mi vida. Yo he corrido detrás de una pasión y me he dejado el pellejo entero en esa pasión. Esta pasión es una búsqueda constante de eso que tienes delante y que está siempre ahí desafiándote y es donde quieres llegar, pero no llegas nunca. Es una utopía llegar a la obra perfecta. Pero no interesa llegar, eso es muy absurdo, el camino es lo interesante. Y en el momento en el que tú lo haces sinceramente y lo haces porque tienes la necesidad de hacerlo, –porque esto no es un capricho, no es una cosa de “voy a pintar, qué bonito”–, es una necesidad fundamental en tu vida. No puedes vivir sin hacerlo. Acabas enganchado. Es una necesidad y debe ser sincera. Tiene que ser verdad. Y aunque evoluciones, hay cosas que siempre se ve que son mías, que son mi personalidad. Y no puedo hacer nada. No lo busco. Al contrario, huyo de la peste de las cosas que ya he hecho. Ya no me interesan. Lo que me interesa es lo que tengo delante de mí y lo que voy a descubrir, lo que voy a crear. La creación es una de las cosas más maravillosas que tiene el hombre. Es como dar a luz unas cosas que no existirían sin ti. Es un mundo completamente diferente y nuevo. Tú traes esas cosas a la vida, las creas y siempre digo que una pintura no tiene nada que decir: tiene que existir. Si una pintura existe ya dice todo lo que tiene que decir. Pero una pintura que tiene una historia o desarrolla una historia, no es nada interesante. Lo que a mí me interesa es que lo que hago exista, que haga algo en el espectador, le remueva, le haga pensar, le haga existir.
Dar lugar a novedades ¿verdad?
Si sé lo que voy a hacer, no me interesa. Lo que quiero es cada día descubrir, avanzar, sacar cada día algo nuevo. Detesto el mirar hacia atrás y con eso intentar dar el pego y hacer una pintura. Si sé lo que voy a hacer no lo hago. Lo ideal es ponerse completamente virgen delante de la tela aunque no puede ser porque con sesenta años de trabajo es algo ridículo. Pero es una imagen. Tú sientes el día que te pones a trabajar, tú sientes y tienes unas ganas enormes de hacerlo por necesidad. Y sale lo que dios quiere.
Nunca se sabe lo que va a venir, es de origen desconocido incluso para usted…
Es una cuestión inmaterial, espiritual, es una necesidad del espíritu, que es lo más importante en la vida. Es lo que da sentido a tu vida.
¿Por qué lo no figurativo?
Las cosas tienen que ir para adelante. No se puede volver atrás. La cuestión eterna del arte no figurativo. No me gusta el concepto “abstracto”. La pintura hasta ahora había sido la interpretación al extremo donde había que retratar los personajes, pero llegó un momento en que los pintores interpretan una figura, un paisaje o un objeto y entonces (aunque yo he hecho figurativa. He hecho la escuela de Bellas Artes y he estudiado la naturaleza y el oficio), pero siempre pensé una cosa: si eres un pintor tienes que saber pintar, no se puede improvisar, tienes que dominarlo. Y cuando te pones a pintar, todo se olvida. Ya no tengo pensar, me sale de manera natural. Tienes que llegar a eso. Hay un momento en la pintura en que tú dices ¿Para qué voy a estilizar el objeto que casi es irreconocible como hicieron los cubistas? Yo no tengo necesidad de que existan objetos. Lo que quiero es crear mi objeto que es la pintura misma, el cuadro mismo. Siempre ha habido un equívoco. Llamaban pintura no figurativa a los pintores donde no se ve el sujeto bien o parece que no hay nada figurativo pero sin embargo el punto de partida es figurativo. En el momento en el que hay un objeto aunque casi esté disoluto a fuerza de manejarlo. Lo importante en ese momento es dar el salto en el vacío completamente: prescindir del objeto. Yo no parto de nada. El verdadero pintor no figurativo no parte de nada.
Una de las cosas más interesantes es que se parten de conceptos que interpretan, pero en su obra sólo hay números y fechas. Hay una carencia interpretativa y un abismo.
Lo más difícil es eso: manejar el color, el espacio, lo que es el oficio… Pero eso se agota en la figuración. Eso para mí no es bastante. El paso más allá de la vanguardia es dejar el objeto y la pintura pura. Nunca he tenido la menor tentación de hacer algo figurativo y cansarme. Eso lo hacen pintores sin formación que no tienen formación seria del oficio ni de la pintura y no podían evolucionar. Sin embargo cuando uno agota ciertas etapas, llega a eso.
¿Lo no figurativo fue una deriva natural?
En mi pintura no hay cortes ni saltos, lo que hay son años de trabajo. Si pudiéramos poner toda la obra, podríamos ver que no hay saltos sino evolución. Es como una imagen: tú sales de una época cualquiera y hay una subida en la que vas descubriendo cosas, hay un momento en el que llegas arriba y ya no ves más allá y entonces empiezas a descubrir cosas nuevas y a bajar y son las que te van a llevar al camino de subida de otra época. Siempre una época te lleva a la otra y esa a otra: por eso no hay cortes. Siempre vienes de algún lugar. Sin lo que has hecho atrás, no puedes evolucionar.
Tendemos es a darle una visión lingüística, pero no tiene que ser explicado el lenguaje se queda corto para cualquier afecto artístico.
Respuesta: la pintura no hay que explicarla. Ella misma se explica porque existe. Lo mismo que no se puede explicar esa botella o ese elefante. Existe. Y no hay más. Nada de eso. Fuera. Eso existe por sí mismo.
El franquismo no les prestó ninguna atención, pero por otro lado la pintura era profundamente revolucionaria.
El arte siempre es subversivo, siempre es una revolución permanente. Siempre va delante y eso es lo más subversivo que hay. Lo normal es que las aguas queden quietas. Cuando me fui y participé en exposiciones internacionales, veía que no se ocupaban de nosotros. Incluso cuando empezó el boom de la pintura española que empieza en la Bienal del año 1958 cuando la gente se queda con la boca abierta porque la gente no pasaba al pabellón español, sólo había bodegones y paisajes. Pero de pronto la pintura ya estaba más lejos y alguien llega y dice: “¿qué sucede en España?”. Aquello fue inimaginable. Siempre tuvimos ciertas características españolas porque queramos o no, somos productos de un país, tenemos un carácter y un temperamento que sale en nuestra pintura. Nunca pintaré como un pintor francés o un inglés. Fue una cosa… estábamos muertos de hambre y nadie nos hacía caso y de pronto, nos piden exposiciones para Francia, EE UU… Todos los cuadros se vendían. La gente estaba como loca. No ha vuelto a producirse. Y lo que hacemos es integrarnos en la marcha normal de la pintura contemporánea.
Hay una exposición en el Museo Reina Sofía de Madrid que se llama “Campo Cerrado” sobre arte del franquismo donde sólo hay bodegones, retratos, etc. de calidad artística dudosa, como usted decía en la respuesta anterior. Cuando recorrí la exposición me pregunté ¿Dónde están Zóbel, Feito, Torner?
Nosotros ya existíamos. Lo cierto es que una exposición así tiene una intención claramente política. Primeramente, porque el arte siempre se ha hecho en situaciones difíciles y de lucha completamente. Siempre es un combate. Incluso en el Renacimiento, no puede ser una época más agitada donde están unos contra otros peleándose, tienen que irse de Florencia a Siena y de Siena a Roma… Más agitada que esa época… El arte no se desarrolla en la tranquilidad, ni en la calma ni en la buena conciencia. El arte siempre es un combate y una conquista permanente. El arte más importante en la historia de la humanidad se desarrolla en épocas difíciles. No se desarrolla en Suiza sino en el conflicto. Nosotros salimos de esa época. Nos tocó así. Nos podía haber tocado esta. Tampoco estamos en el gloria.
El arte es lo contrario de la ornamentación.
Puede serlo pero la creación… es más. Por ejemplo, la Capilla Sixtina pero la pintura que hace va más allá. La pintura puede decorar pero no es su fin.
El otro día viendo una película de Visconti apareció un cuadro suyo.
Visconti compró dos cuadros míos, uno para él y otro para una princesa amiga suya. Hay una serie de cuatro fragmentos, uno de ellos de Fellini y otro de Visconti, en el de Visconti hay una habitación y en particular en una escena donde se muestra mucho el cuadro. Es de la Bienal del 60, ahí yo preparé quince telas de las que sólo se expusieron diez, y las cinco que quedaron en el almacén, que no las veía nadie, también se vendieron. Fue una locura fabulosa. Yo sabía que no iba a durar, son olas que pasan, a veces estás en la cresta y otras veces en el fondo. Pero hasta ese punto llego el éxito de esa época que no ha vuelto a repetirse en la pintura española.
Igual que la música hace audible lo que no es audible y la literatura legible lo que no lo parece, parece que la pintura hace visible lo invisible. ¿Qué ve usted en su obra?
Me veo a mí. Porque soy yo el que lo he hecho y lo he sacado de lo más profundo de mi existencia a todo lo que soy. La pintura yo siempre he dicho, es un acto de amor. El artista lo hace pero no lo hace para él y quiere dárselo a los demás. Quiere que todos los demás vean lo que él ve y sientan lo que él siente. Es para dar amor. Eso de la torre de marfil es un cuento, en un desierto, no pintaría. Es en la sociedad donde pintas. El artista es como una esponja, se fija en todo. Todo eso, lo fundamental de lo que ve y siente, se le posa en el interior. Luego lo más difícil es darle una forma material y física. Eso es lo difícil. El arte no empieza. Tu obra no empieza cuando tú te pones delante de la tela y haces un garabato. Eso está siempre en ti eso que está en ti y quiere materializarse. Hacer que exista y no que sea sólo algo mental, intelectual o una idea. Y eso no sale para ti solo.
¿Tiene algún referente cultural: cinematográfico, musical, poético…?
Hay tantas cosas en cada arte que admiro… y tanta gente. Lo que más concretamente te puedo decir es en el cine porque lo considero el arte de nuestra época. Para mí los imprescindibles: John Ford, Kurosawa, Visconti y Spilberg. John Ford es el gran maestro y en España me gusta el cine de los años 30. Hay directores que me interesan mucho, por ejemplo Jose Luis Garci, el gran director español y el que más me ha hecho llorar junto con Spilberg. Son extraordinarios. En literatura… no te podría decir. Son tantos… Pero pongo en la primera fila a Cervantes. En arquitectura tengo una fascinación total: El Taj Majal. pero también descubrí en otro momento el Monument Valley, los escenarios de John Ford. Estuve allí diez días. Y desde entonces, todos los años he ido. La gente preguntaba siempre dónde iba y siempre me cuestionaban, pero ¿no va la gente al mar todos los años? Pues yo les contestaba diciendo que yo iba al oeste americano. Cuando descubro ese país y las montañas rocosas… me cambia. Le decía a mis amigos que cuando esto no marche y mi pintura no vaya, me retiro al oeste americano. Yo tengo la sensación de que ya he vivido allí en esos paisajes fabulosos. Es muy extraño. Una de las cosas que detesto de ser viejo, es la peor cosa que e hay. Pero ya no puedo hacer todos los años mi viaje al oeste americano. Eso ha sido mortal. Mi drama de la vejez. Tantas cosas que hacías y ya no puedes hacer y tienes que limitarte a muy pocas cosas. Lo único que puedo hacer es ir a la costa en verano. Y tienes que conformarte con eso. Eso es duro.
En pintura, hay gente que admiro tanto. Ir al Prado… era lo que hacíamos cuando salíamos de la escuela de Bellas Artes. Velázquez siempre es Velázquez para mí. Pero hay épocas en las que el Greco te gusta menos y luego te vuelve loco. El Españoleto que nadie lo quiere ver a mí me parece fascinante. Y es normal porque variamos de mentalidad, vamos evolucionando y viviendo cosas diferentes. En ciertos momentos lo que te gustaba ya no coincide con lo que estás viviendo y lo dejas como en reserva. Y bueno, en la actualidad, hay mucho pintor joven extraordinario que tienen muchos desafíos en una época de facilidades que quieren ganar mucho dinero, hacer exposiciones y tener fama. Eso es lo que les enseñan y sin embargo el desafío es no dejarse llevar por todo eso. Hay jóvenes a los que les interesa la pintura por la pintura, sin ningún fin. He conocido jóvenes así que tienen un camino serio, nada de cacharreros. Eso es a la pintura lo que un circo. Y eso a mí no me interesa. El problema de nuestra época es que se vive de ocurrencias: a ver quién tiene la ocurrencia más extravagante para llamar la atención y te saquen en un periódico y por tanto en un museo. Los cacharros que suplantan los espacios de la pintura, los chismes que hacen gracia a la gente y divierte pero no le hacen pensar a nadie, que no necesitan hacer ningún esfuerzo porque el arte lo tienes que conquistar, es un esfuerzo. Tienes que hacer el esfuerzo de intentar comprenderlo y así es como vas penetrando en las obras.
La gente consume arte como consume cualquier mercancía.
Todo lo que sale en la televisión y en los periódicos es lo que existe. Y si no sales, no existes.
Sólo quiero decirle la palabra “rojo”.
Ay, el rojo. Sí. No sé. No lo sé ni me interesa. Me gusta y me sirve. Lo mismo que el escritor escoge sus palabras para hacer una frase que expresa de la mejor manera lo que ellos quieren decir. A mí espontáneamente me sale el color con el que mejor puedo mostrar las cosas. A veces he trabajado con todos los colores. Al principio trabajé mucho con azul y luego ya no. Ahora no me sirve para nada. No puedo decir nada ahora con el azul. Me quedo mudo con el azul. Y me quedé en el rojo, blanco y negro. Y ahí seguimos.
Belén, hay una cosa que quiero decir para acabar la interviú. Yo siempre tengo esta duda ¿y si me he pasado la vida haciendo garabatos en una tela? Pero… yo lo he vivido bien. Pero me lo pregunto a veces ¿no serán garabatos?
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