La puesta en común de la obra de El Bosco supone dar cuerda a la máquina, crear otras situaciones y acontecimientos. Esta exposición es la plasmación concreta de múltiples universos que coexisten, un caleidoscopio irreductible de organismos y emociones concentrado en menos de 500 metros cuadrados.

Laura Corcuera / Madrid
A lo largo de 2016 se están celebrando tres exposiciones tributo a la obra de El Bosco con motivo del quinto centenario de su muerte. La primera se realizó entre febrero y mayo en su ciudad de nacimiento y residencia permanente, en Bolduque (Holanda). La famosa tabla El carro de heno regresaba restaurada a Holanda después de 450 años en el extranjero.
Las otras dos exposiciones están teniendo lugar en Madrid. Una, organizada por Patrimonio Nacional en El Escorial, reune hasta el próximo 1 de noviembre once obras atribuidas al Bosco y a su taller. Otra, en el Museo del Prado, reune 21 pinturas, ocho dibujos, grabados, relieves, miniaturas y también cuadros de artistas coetáneos.
La exposición del Prado está considerada el mayor monográfico del artista hasta la fecha y por ella ha pasado ya casi medio millón de personas. El sorprendente éxito que ha cosechado la muestra de un artista rarito y muchas veces incomprensible ha hecho que el Museo la prorrogue hasta el 26 de septiembre, con dos fines de semana hasta la media noche.
Decido acercarme al edificio de Los Jerónimos del Prado para ver el diseño de la exposición, observar las reacciones del público y recordar en vivo obras y sueños que ya he visto y que probablemente vuelva a ver más veces en este museo de Madrid.
Una arquitectura limpia y elegante permite que las pinturas, bocetos y grabados brillen como ventanas que se abren a mundos insondables
Una arquitectura limpia y elegante permite que las pinturas, bocetos y grabados brillen como ventanas que se abren a mundos insondables. Recorro las salas llenas de gente. Somos todas hormigas curiosas en un bosque de símbolos. Somos parte del paisaje bosquiano y nuestra presencia cierra el círculo de un proceso creativo iniciado quinientos años antes.
Un coro de personas de todo el planeta se reúne ojiplático ante el tríptico archiconocido El Jardín de las Delicias. Formato religioso para unos contenidos subversivos (más allá de la intendio operis), llenos de sensibilidad y didactismo bizarro. Todas miran en la misma dirección, paradas, en una suerte de abducción extraterrestre.
Puede ser un coro que escucha el sermón abigarrado de un cura o la clase apasionante de una profesora de filosofía. Es un coro que se asoma (incrédulo o inocente) a un tratado performativo de las bellas artes. Un coro de personas ojipláticas, pegadas a la audioguía, al móvil o a una señora mayor que concoe todos los detalles de la obra del pintor más visionario de finales del siglo XV y principios del XVI.
El arte del pintor flamenco se sitúa en la transición de la Baja Edad Media al Renacimiento, en un momento de grandes tensiones ideológicas y religiosas (corrupción interna del clero, sectas heréticas y nuevas corrientes de pensamiento neoplatónico). ¡La historia se repite!
En 1967, Ernst H. Gombrich afirmó en The Earliest Description of Bosch’s Garden of Delight que El Bosco ya había sido tildado en el siglo XVI de "inventor de monstruos cómicos" (grillorum inventor, término que hace alusión a la pintura de grillos –cerdos, figuras semihumanas–, según terminología de Plinio en su Historia Natural) y hacia el siglo XIX llegó a conocerse bajo el nombre de "el humorista" (Der Lustige).
Tiene miga pensar en la ocurrencia bosquiana de poner un estilo satírico, irónico y burlesco al servicio de un discurso moral asentado en la doctrina tradicional de la Iglesia católica, con permanentes alusiones al exceso de las pasiones, al apego inútil de lo material, a la transitoriedad de la vida y la locura del ser humano que no sigue el ejemplo de Cristo. No en vano, Antonin Artaud y el movimiento surrealista supieron extraer de este acto la raíz de sus propias prácticas artísticas, filosóficas y vitales.
La puesta en común (aunque sea en un museo) de la obra de El Bosco supone dar cuerda a la máquina, crear otras situaciones y acontecimientos. Esta exposición es la plasmación concreta de múltiples universos que coexisten, un caleidoscopio irreductible de organismos y emociones concentrado en menos de 500 metros cuadrados.
La obra de El Bosco es una hermosa obscenidad refinada. Es un cómic antiguo y grotesco hecho performance en el siglo XXI
Analogías y equivalencias entre los seres que aparecen en los cuadros y quienes paseamos a su alrededor. La razón produce monstruos, dijo el aragonés Goya. Así la obra de El Bosco es una hermosa obscenidad refinada. Es un cómic antiguo y grotesco hecho performance en el siglo XXI.
Su huella en la tierra es una pincelada apretada, cuidada, precisa. El Bosco va más allá de la descripción. Su enunciación es un acto. Y enfrente, medio milenio después, la multitud encantada olvida por un momento las miserias, las crisis y las violencias cotidianas para observar la línea cambiante del horizonte (tan variable como el viento, el mercado o la imaginación).
La multitud hormiga detenida ante el trazo, la huella, el color de un paisaje onírico. Una multitud detenida ante la observación provocadora de su paisaje interior. Lanzo ya la hipótesis que da título al texto: esta exposición es una performance y El Bosco fue el primer performer visual de Europa.
Lugares extraños, árboles personaje, nubes alucinógenas, figuras post-humanas, santos muy kitsch que podrían salir hoy de una fiesta marica, peces voladores, erotismo, un manuscrito sagrado, sexualidades ad libitum, bdsm, tabúes, revelaciones, secretos, un amanecer, la luz del opúsculo, un castigo, la injusticia, una ciudad en llamas, las navetas de la hipocresía, un sueño, flores por el culo, un pato que lee, el nacimiento y la muerte. Un camino por andar. Un cielo que acariciar.
Omnia sunt comunia
El misterio circunda la obra y la vida de El Bosco. El artista miembro de la élite local centroeuropea que decidió dejar de ser Van Aken y convertirse en Hieronymus Bosch no solía firmar sus cuadros, ni fechar una producción para la que fue necesaria (según afirman las expertas) la ayuda de familiares y aprendices del taller en el que trabajó toda su vida.
Tantos misterios, juicios finales, alegorías y sabidurías ocultas han abierto la fruta de la mengrana en 2016. Después de seis años de recatalogación, el Bosch Research and Conservation Project, comité científico holandés creado ad hoc para celebrar la exposición del V centenario en el Museo Noordbrabants en Bolduque, ha retirado la atribución a Hieronymus Bosch de La extracción de la piedra de la locura, Las tentaciones de san Antonio Abad y La mesa de los pecados capitales, tres de las seis obras pertenecientes a la pinacoteca del Museo del Prado. La institución española, sin embargo, defiende la autoría de sus pinturas.
La polémica está servida en los medios de comunicación. Pero más allá de las implicaciones económicas que esto pueda acarrear, se trata de una oportunidad para reflexionar sobre la noción contemporánea de autoría (y por ende de derechos de autoría), una oportunidad para debatir sobre la creación y las autorías colectivas dentro de las artes y las ciencias, campos hoy sembrados de espíritus neoliberales, narcisos y también especuladores.
María Zambrano escribió que las grandes verdades no suelen decirse hablando. La verdad de lo que pasa en el secreto seno del tiempo, en el silencio de las vidas, y que no puede decirse. "Hay cosas que no pueden decirse", y es cierto. Pero esto que no puede decirse, es lo que se tiene que escribir, pintar o performar. Esto, quizas, El Bosco ya lo sabía.
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Complementa la exposición de El Bosco en el Prado una videoinstalación titulada Jardín Infinito, encargo del museo para la sala C del edificio de Los Jerónimos, y que utiliza detalles de El jardín de las delicias a través de 19 proyectores y 16 pistas sonoras. También se ha realizado para la ocasión el documental El Bosco, el jardín de los Sueños, dirigido por José Luis López-Linares, y un cómic del dibujante Max.
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