El thriller agonístico 'No respires' invierte algunas convenciones del cine de invasión doméstica: en esta ocasión, los cacos son los héroes (o antihéroes).

inforelacionada
Como en las recientes Sólo los amantes sobreviven e It follows, los responsables de No respires se inspiran en las imágenes de abandono del Detroit postindustrial para ubicar una historia de desasosiego y amenaza. En el filme, tres jóvenes planean el atraco de la casa de un excombatiente ciego, único vecino de un barrio fantasma de la localidad. El dinero que éste atesora, proveniente de la indemnización por la muerte de su hija, les proporcionaría una oportunidad para cambiar de vida.
El botín resulta especialmente atractivo para la protagonista femenina, preocupada por el desarrollo de su hermana menor: la emigración interior (hacia la utopía cotidiana, perenne, de la soleada California) se percibe como la única manera de vivir dignamente. Y el robo es la única manera de conseguirlo. Los ladrones actúan con motivaciones discutibles pero comprensibles: Rocky es la chica preocupada por su hermana; Alex ejerce de escudero romántico y de contrapeso a la temeridad de Money, el elemento más cuestionable del trío de buenos cacos. Estos antihéroes no se representan de manera idealizada, pero tampoco son sacrificados en el altar del respeto a la propiedad privada por encima de cualquier circunstancia.
Priorizar la acción y el suspense previene de sutilezas discursivas. Aun así, el planteamiento de la película supone una cierta inversión tanto del thriller de invasión doméstica, que normalmente parte de la sensación de inseguridad del propietario, como del suspense con personas discapacitadas. En esta ocasión, el enfoque va más en la línea de El sótano del miedo: la audiencia empatizará con los invasores y la víctima se convertirá en agresor. Entre otras cosas porque, como también sucedía en la obra de Wes Craven, el antagonista esconde unos secretos y deseos terribles.
Desafío de supervivencia
El director de la función es Fede Álvarez. Para su segundo largometraje, el uruguayo intenta mantener la misma intensidad presente en su remake de Posesión infernal, pero usa los resortes de la intriga violenta y abandona los salpicones de sangre fresca y gran guiñol. En esta ocasión, prevalece el espectáculo de moratones, sufrimiento y resistencia a una amenaza que no es sobrenatural. La lógica de acción y reacción, de confrontación y evasión, no da mucho espacio al tratamiento de unos personajes estereotípicos. Ni siquiera aparecen los pequeños tiempos muertos, ecos indie (y algo adolescentes) de los momentos de pausa carpenterianos, que decoraban la reciente Green room.
La vieja casa donde se sitúa la acción, un cul de sac de verjas y puertas cerradas, es el escenario de una batalla por el dinero y por la supervivencia. En un barrio abandonado de Detroit, como en el espacio exterior al que hacía referencia una frase promocional de Alien, nadie oirá tus gritos. Pero sí se oirán tus exhalaciones: los sentidos agudizados del propietario, en su doble condición de invidente y de antiguo soldado, convierten cualquier huella sensorial (como el sonido de la respiración, de los pasos dados) en una condena. Este aspecto enfatiza todavía más el desarrollo agonístico de la película.
De alguna manera, la experiencia acaba resultando inmersiva. El público puede acabar tan agotado como los personajes y probablemente ése sea un éxito de los responsables del filme. Aunque parezca que ellos libren su batalla particular, a la búsqueda del equilibrio entre la representación del sufrimiento y la creación de algo parecido a un final feliz. La aparición recurrente de un obstáculo más, de una nueva dilación del happy end que no llega, puede llegar a impacientar. Pero nadie dijo que sobrevivir fuese fácil.
comentarios
0