El mosaico de los derrotados de la Eurocopa.
Las Eurocopas y los Mundiales desarrollan una teología propia. Se crean aspirantes a revelación, mitos de todos los colores y candidatos a llevarse el título. Una mitología que apenas se sostiene una semana, cuando la torre de naipes empieza a derrumbarse.
Entonces, todas esas previas ampulosas se archivan y los esfuerzos se destinan a redactar la historia oficial, la de los vencedores, mientras los caídos mastican su dolor puertas para adentro y se quedan sin voz.
Es el caso de Rusia, el cuerpo en el que mejor se percibe la derrota. Lleva sin levantar cabeza desde la Eurocopa de Austria y Suiza 2008, donde logró la tercera plaza. Leonid Slutski fue incapaz de responder a las expectativas. El único seleccionador pluriempleado, que dirige al CSKA y sólo cobraba por victoria, evitó mantener contacto visual con los periodistas tras la sonora goleada ante Gales.
Fue el epílogo de una aventura en la que los rusos fueron protagonistas fuera del campo. Encabezaron la espiral de violencia ultra, de sesgo neonazi, que puso en jaque al país galo. Concentraron la actualidad de una fase previa plagada de empates y victorias por la mínima, donde no perder bastaba.
Al otro lado del conflicto, en Ucrania, también reinó la tempestad. Irlanda del Norte le sacó los colores al cuadro de Mykhaylo Fomenko, pusilánime frente al orgullo de un equipo semiprofesional. "La situación política del país también influye en la selección", reconoció un preparador que podría ser sustituido por Shevchenko, el mejor jugador que ha dado el fútbol de aquel país.
El fútbol moderno tiende cada vez más a retrotraerse a las figuras del pasado para intentar disimular las desigualdades que también se hacen palpables en los torneos de selecciones.
En Rumanía buscan el VHS del Mundial de Estados Unidos 1994 para enseñar a las nuevas generaciones. La Tricolorii huyó por la puerta de atrás y enterrando al General Anghel Iordanescu, al que la federación recurrió por tercera vez.
Iordanescu ha estado presente en todos los éxitos del fútbol de su país. Guió a la selección de los Popescu y Hagi a los cuartos de la cita estadounidense. Formó parte del Steaua de Bucarest que ganó la Copa de Europa ante el FC Barcelona en 1986. Todo ello le hizo merecedor de un rango militar que también es apodo. "Me voy de vacaciones. Fue importante haber llegado hasta aquí", dijo tras la derrota ante Albania, el combinado que cayó con un mejor sabor de boca en la primera fase.
Brechas generacionales
Habrán cambiado de canal los escoceses, la única selección de Reino Unido que se quedó fuera del torneo. Clásicos en los Mundiales desde Alemania 74 hasta Italia 90, vieron con resignación el pleno del pase a octavos de Irlanda del Norte, Gales e Inglaterra.
Los pross les acompañaron en el descrédito tras una humillante caída ante Islandia, el único atisbo de romanticismo que se mantuvo firme hasta la llegada de la apisonadora francesa. El orgullo del equipo fundador de este deporte lleva huérfano desde hace varias generaciones. Ver a Wayne Rooney conducir, organizar, distribuir el juego y disparar da buena cuenta del fracaso de un equipo pirateado, sin estilo propio, para desgracia de Roy Hodgson, el técnico mejor pagado de la cita (4,5 millones de euros por temporada). Otros equipos como Austria demostraron que tener un profeta como Alaba sin compañeros no sirve de nada.
Las brechas generacionales son una constante en los fracasos. Un descarado de 18 años llamado Emre Mor violentó los cimientos de una Turquía apagada que revivió tarde ante la República Checa. En otros lares, como Suecia, se produjo algo que nunca iba a llegar: la retirada internacional de Ibrahimovic, un astro al servicio de sí mismo que volvió a fracasar con su selección, donde pide paso la generación que se proclamó campeona del Europeo Sub-21 el año pasado, liderada por el todavía celtista Guidetti, la antítesis de Zlatan, un carismático líder en conexión directa con la afición.
Y es que éste ha sido el torneo de las disculpas ante el público, oficiadas también por la selección española, más viva por su pasado reciente. Mientras que los clubes están cada vez más alejados de sus socios, la escenografía nacional sube los niveles de responsabilidad.
Sólo así se entiende el rostro empapado en lágrimas de Buffon tras la tanda de penaltis perdida por Italia ante Alemania. Todos se unen a una lista de mártires de un torneo que antes servía para descubrir nuevos valores y que se ha convertido en un panteón de viejos ilustres.
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