Una nueva historia del español
La lingüística se inclina hacia los hablantes

La publicación del volumen coordinado y editado por José del Valle, 'Historia política del español. La creación de una lengua', constituye una importantísima brecha en el muro de nacionalismo españolista que han venido erigiendo los historiadores de la lengua española a lo largo de los últimos ciento y pico años.

01/07/16 · 8:00
Los plomos de Sacramonte, falsificaciones históricas con las que los moriscos de Granada, en vísperas de su inminente expulsión entre 1609 y 1614, intentaban demostrar que sus antepasados ya eran cristianos y hablaban español en el siglo I.

Probablemente no haya síntoma más elocuente de la miseria ética y educativa que arrastra nuestro país que el entusiasmo alborozado que despierta en círculos alarmantemente amplios cualquier referencia o alusión a la llamada "marca España", quimérica marca sin cosa que marcar, fatua, patética voz sorprendida en el escorzo de suplir con aspavientos de impotencia su falta de relevancia o contenido.

Y es que son dos las violencias a las que el culto de uno mismo se ve abocado: la que se ejerce hacia adentro para disciplinar lo múltiple y variopinto en simplísima unidad y la que, dirigida hacia afuera, pretende a sangre y fuego obtener la sumisión –si no la adoración– ajena.

La historia de España es rica en ejemplos de ambas violencias. Y lo verdaderamente asombroso es que sea posible elaborar el relato en términos de éxito, el éxito de un destino triunfal merecido por quienes somos y hemos sido los españoles.

Centra el protagonismo, en la primera fase de esta narración, el devenir de unos pequeños núcleos cristianos, reinos y condados cantábricos y pirenaicos que, entre los siglos VIII y XV, y mediante acuerdos, guerra, conquista y alianzas matrimoniales, se constituyen, se alían, se rompen y reconstituyen en el proceso muy intermitente y paulatino de reocupación de los territorios que habían ocupado entre 711 y 722 los ejércitos árabes y bereberes.

Ni que decir tiene, llamar "Reconquista" a este proceso supone, por parte del historiador, proyectar sobre los hechos todo tipo de anacronismos e identificaciones, en especial la de los súbditos feudales de los distintos condados y pequeños reinos cristianos en los diferentes momentos de este azaroso devenir con los habitantes de la Hispania romana.

Por ello se hace necesario reforzar el relato mitológico de la unidad política conseguida por Fernando e Isabel mediante el de la unidad lingüística de una península disciplinada por la irresistible superioridad de la lengua de Castilla.

Poco importa que la lengua de Castilla sea y haya sido la misma que la hablada en los reinos de Aragón y de León, o que sean en realidad cinco las lenguas habladas en la península aún hoy. La fijación obsesiva en la unidad suprime, cercena, amputa y silencia sin piedad cualquier indisciplina, cualquier variación o desacuerdo.

La publicación del volumen coordinado y editado por José del Valle, Historia política del español. La creación de una lengua (Aluvión, 2016), constituye una importantísima brecha en el muro de nacionalismo españolista que han venido erigiendo los historiadores de la lengua española a lo largo de los últimos ciento y pico años.

Se diría que ha sido durante este tiempo requisito imprescindible para practicar el estudio de la lengua española (o castellana, que con el propio nombre empiezan las dificultades) comulgar con un dogma tan antropológica y lingüísticamente problemático como es el de que el español es en sí, por su estructura morfosintáctica y por la selección y articulación de sus sonidos, superior y preferible a, por ejemplo, el gallego, el catalán o el euskera, así como a todas las variedades dialectales en las que, dentro y fuera de la península, vive y se manifiesta a diario como lengua.

Cultivar este dogma exorciza, como por arte de magia, lo que a cualquiera que no sea historiador de la lengua española le resulta obvio: que fue por la fuerza como se abrió paso el castellano, en la península primero y en América después, imponiendo su hegemonía y marginando y proscribiendo las lenguas otras del mismo modo en que sus hablantes hostigaron, arrinconaron y finalmente expulsaron a judíos y a moriscos.

Cuán erróneo es concebir las lenguas como si fueran estructuras autónomas y asociales que operasen al margen de los conflictos de los que forman parte

El libro de Del Valle no se presenta como una narración totalizadora y alternativa a la habitual descripción de la evolución del español, él solito y por su cuenta, desde el latín hasta hoy, sino que enfoca situaciones específicas de uso de las lenguas en sus contextos, casos de estudio que visibilizan cuán erróneo es concebir las lenguas como si fueran estructuras autónomas y asociales que operasen al margen de los conflictos de los que forman parte.

El volumen se articula en cuatro secciones precedidas por el ensayo introductorio del editor, que justifica teóricamente los muy diversos ángulos y maneras de hacer que cada capítulo ejemplifica.

Así, la sección dedicada al español peninsular incluye, además de un ensayo de Roger Wright que reorienta radicalmente la cuestión del origen del castellano en tanto que lengua diferenciada del latín, el capítulo de Miguel Martínez dedicado a los entrecruzamientos entre las nociones de lengua, nación e imperio en los siglos XVI y XVII y el fascinante estudio por parte de Kathryn Woolard de los llamados "plomos del Sacromonte", unas falsificaciones con las que los moriscos de Granada, en vísperas de su inminente expulsión entre 1609 y 1614, intentaban demostrar que sus antepasados ya eran cristianos y hablaban español en el siglo I.

Fascinantes también, en esta misma sección dedicada al español peninsular, son los capítulos dedicados a la creación de la Real Academia en 1713 (a cargo de Alberto Medina) y al papel de ésta en la oficialización del español en el siglo XIX (Laura Villa) y el enfocado por Henrique Monteagudo en el contexto de redacción de los artículos relativos a las lenguas del Estado en la Constitución Española de 1931, claro precedente de la de 1978 y hoy, por lo tanto, de rabiosa actualidad.

La sección latinoamericana del libro dedica ocho capítulos a cuestiones como la naturaleza cambiante de las políticas lingüísticas en el Perú colonial (Paul Firbas) y los diferentes papeles que hubieron de adoptar en coyunturas cambiantes las distintas academias de la lengua que se fueron creando en los diferentes países a medida que los movimientos por la independencia lograban sus objetivos a lo largo del siglo XIX (Elvira Narvaja de Arnoux, Bárbara Cifuentes, Juan R. Valdez, Graciela Barrios y Guillermo Toscano y García).

La sección se cierra con un interesantísimo ensayo de José del Valle dedicado a las tensiones entre la tendencia panhispanista de la RAE a perpetuar las jerarquías culturales coloniales y las perspectivas de las academias americanas, para las que una inflexión nacional de la lengua articulada en términos regionales constituía una prioridad irrenunciable.

La ocasión elegida por el autor para visibilizar estas tensiones es la invitación de la academia mexicana en 1951 a la RAE, con ocasión de la celebración de un congreso de todas las academias de la lengua española.

El régimen franquista presionó a los académicos españoles para que declinasen la invitación y así no verse obligado a denegarles el permiso (México era el único país que todavía reconocía al gobierno republicano español en el exilio), lo que condicionó el decurso y el contenido de las ponencias del congreso, que se celebró igualmente sin la presencia española.

Las dos secciones que completan el volumen, dedicadas respectivamente al español en el contexto estadounidense y al español fuera de España y de las Américas, son más breves y esquemáticas, pero no menos reveladoras o sorprendentes.

Los ensayos tratan, en el primer caso, sobre consecuencias específicas de la expansión estadounidense en Arizona (Elise M. DuBord), Nuevo México (Arturo Fernández-Gibert) y Texas (Glenn A. Martínez), así como sobre la racialización oficial del español en la historia del censo de los EEUU (Jennifer Leeman). En la última sección Ivette Bürki, Mauro Fernández y Susan Castillo se ocupan respectivamente del ladino hablado por los sefardíes de Tesalónica en las décadas que precedieron a la disolución del imperio otomano, del papel social del español en Filipinas y de la muy tardía hispanización de Guinea Ecuatorial tras el fin de la guerra civil española.

El formato de antología que presenta Historia política del español se adecúa a la perfección a lo que sin duda constituye su objetivo principal: predicar con ejemplos, es decir, promover las mil maneras de activar críticamente la perspectiva glotopolítica que este libro defiende frente al predominio de un formalismo lingüístico que venía limitando la comprensión de los fenómenos históricos en la lengua española y en especial en relación con sus hablantes.

Enhorabuena, pues, al coordinador del libro, José del Valle, y al excelente elenco de coautores por este formidable acicate a la investigación lingüística del español, así como a la editorial Aluvión, que inicia su andadura con tan excelente proyecto.

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comentarios

3

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    Castro
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    05/07/2016 - 6:06pm
    No, no son 5 ni 8. Son más. El Andaluz no es Castellano.
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    YulianaVK
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    01/07/2016 - 10:49pm
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    rodrigo
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    01/07/2016 - 7:34pm
    Como comentario, añadir que las lenguas que se hablan en la península no son 5, sino 8. Al castellano, catalán, galego, euskera y portugués hay que añadir el asturleonés, aragonés y aranés (variante de occitano).
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