Se han escrito muchos textos todos estos años preguntando a los cineastas el por qué del tono serio en las películas de superhéroes; hoy, yo escribo, por el tono solemne, moralista y sermoneador de la mayoría de sus aficionados y críticos.

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Ante el reciente estreno de Batman Vs Superman (2016) me pregunté: ¿a qué venía toda esa histeria de críticos y fans señalando a una película (tan rimbombante y extravagante como la gran mayoría que se estrenan) así?
El guionista de tebeos Mark Millar daba un presagio en su cuenta de twitter: decía que el fracaso crítico y la buena recaudación del fin de semana tal vez semejaban a ese momento de la industria de tebeo de los años noventa donde los altos salarios y el creciente automatismo creativo darían paso a la explosión de una burbuja hinchada.
La sentencia de Millar es muy problemática por muchas razones. La primera es que la película de Zack Snyder descendió en la segunda semana notablemente en taquilla, tanto que el vehículo de la estrella cómica Melissa McCarthy, The Boss, la ganó en taquilla.
La segunda es que los años noventa fueron, ciertamente, tiempos de altos salarios para muchos dibujantes de tebeos y conocido es que Todd McFarlane vendió más de dos millones de copias de su Spider-Man en 1990. Es conocido que McFarlane, popular por sus portadas del Spider-Man batió récords de ventas por Spawn, que publicó en Image, una compañía que cofundó con otros seis artistas del medio.
Pero Millar hace, claro, trampas. Las consolas y la televisión por cable cambiaron el rostro del entretenimiento durante los ochenta y los noventa y una generación que pasó de la Super Nintendo a la Nintendo 64 y la PlayStation naturalmente iba a ser poco seducida para la misma cantidad de chicos jóvenes.
Spawn ha caído en el olvido, tanto como Spider-Man, y en el presagio de Millar se mezclan al menos dos cosas: la constatación de un hecho con el juicio sumario a la calidad. Y tras eso hay una inferencia importante: que la principal razón por la cual los chicos leían tebeos de superhéroe era por su calidad o al menos propulsados por la misma.
Si esto fuera cierto, eso no explicaría porque los aficionados a los tebeos siguen manteniendo un canon férreo (y discutible) donde la única ampliación ha pasado por Neil Gaiman, Warren Ellis, Grant Morrison y el propio Millar, que son todos escritores más o menos consecuencia directa o indirecta de Frank Miller y Alan Moore y de un tipo de tebeo que amplió el nicho industrial con la etiqueta de novela gráfica.
Excepto para los aficionados que los leyeron cuando eran niños, muy probablemente el trabajo de John Byrne, Chris Claremont, Steve Englehart o Keith Giffen resulte ajeno a quien se acerque al género y todavía hoy lo hará: en gran medida seguirá siendo así porque la realidad del asunto es que ahora los superhéroes son, llevan siendo, una realidad cinematográfica y un caso (muy interesante) de cambio. Muy posiblemente los infantes del mañana recuerden los Vengadores... de Joss Whedon y no otra cosa.
Vista Batman Vs Superman sentí que se daba un fenómeno curioso, parecido al que sentí con otra película de Batman, la anterior a ésta, El caballero oscuro: la leyenda renace (2012) con la que Christopher Nolan cerró la trilogía del personaje.
El fenómeno curioso es que Millar tiene razón en un aspecto: en algo se parecen esta película a aquellos tebeos de los noventa. Es tan absurdo como aquella. Contiene una actualización tan rápida y una narración tan mal hilada como la de aquellos, con gotas de psicologismo y soluciones argumentales directamente extrañas.
Pero mal hilada debe aquí contextualizarse. Los tebeos de los años sesenta no eran piezas introspectivas tampoco, pero abrazaban con mayor sencillez y contundencia su condición de escapismo (en diversos grados y tonalidades; nada tienen que ver el melodrama de Spidey con la aventura repleta de peleas de Los Vengadores).
Batman Vs Superman me recordó, en fin, a mi infancia. A tantísimas tardes de tebeos en el quiosco, arcos (muerte y resurrección) de Superman o a tantos arcos de Batman, aparatosos y basados en sorpresas cuasi improvisadas e imágenes impactantes, como Contagio.
Esa sensación me ha convertido, curiosamente, en un defensor de la película. No hay razones (buenas, malas o regulares) para no detectar los fallos evidentes de la película como tampoco sobrevivirían aquellos cómics a una relectura atenta hoy.
Pero en ambas actividades (la relectura y la visión exigente de la película) responde el adulto que soy de un modo más elaborado que ayer: se trata de Batman, de Superman, de sentarse a ver qué nos daban esta semana.
Se han escrito muchos textos todos estos años preguntando a los cineastas el por qué del tono serio en las películas de superhéroes; hoy, yo escribo, por el tono solemne, moralista y sermoneador de la mayoría de sus aficionados y críticos.
Los niños no son críticos formados, y aunque distinguen una gran historia o una con más trucos elementales de otra un poco más coñazo, acostumbran a desarrollar para estos seriales un protocolo de lectura basado en el agradecimiento y la paciencia, incluso aprecian mejor que nadie lo que en los tebeos se llamaban grandes eventos que consistía en hacer durar por medio año algo "terrible" en el universo de superhéroes.
Es decir, son perfectamente conscientes de la función de los tebeos de superhéroes. Que es entretenerles y hacerles descansar de la escuela. El resto será, por fuerza, crítica cultural mejor o peor destilada.
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