Una carrera musical extraordinaria, imposible de deslindar de su trayectoria personal, es el legado del músico británico Kevin Ayers, a quien le gustaba más pescar que lidiar con la industria.

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Como una historia de amor. Así describe su autor al libro ¿Por qué estamos durmiendo? (Milenio, 2015). Dedicado a la figura y a la música de Kevin Ayers, el volumen de Alberto Manzano (Barcelona, 1955) también pretende reparar la deuda con "uno de los más geniales, lúcidos y coherentes músicos del rock", como califica al creador de May I?, quizá la canción más célebre de las que grabó Ayers.
"Es una tremenda injusticia que en España no se hubiera publicado nada sobre Kevin Ayers a lo largo de una carrera de más de 40 años, muchos de ellos vividos en Mallorca, lo cual señala la vergüenza que gobierna la cultura en este país", sostiene Manzano, traductor, periodista y amigo personal del músico.
En los discos de Kevin Ayers hay mucha música y dentro de sus canciones suenan muchas canciones
En los discos de Ayers hay mucha música y dentro de sus canciones suenan muchas canciones. Británico de cuna, criado en Malasia y vecino de Deià en la madurez, su biografía y los accidentes de la misma también se escuchan en las composiciones que grabó.
Manzano reconoce que siempre se ha imaginado a Ayers como una araña tejiendo su tela de hilos. En ella, como en su vida, se encontraron la psicodelia londinense, el surrealismo, el rock excéntrico, el sufismo, la patafísica, la música caribeña, el dadá, el fuego de Jimi Hendrix, la canción de Bob Dylan, la warholiana Nico, el delirio sonoro de Syd Barrett, o sus 'hermanos' Daevid Allen y Robert Wyatt, con quienes caminaría los primeros pasos de Soft Machine hasta abandonar ese barco en pos de una carrera más personal.
El escritor Robert Graves, afincado en Mallorca, ejercería de cicerone y mentor para los jóvenes Ayers, Allen y Wyatt, cuando arribaron a la isla a mediados de los años sesenta , "con la cabeza llena de ácido, sueños hippies y la visión de la gloria artística". Ayers quedó atrapado y Baleares se convertiría en una de sus primeras residencias, aunque el vagabundeo fuese siempre una constante.
El Mediterráneo también se filtraría en su pentagrama: "La música que emanaba del mar siempre le influyó. Siempre buscó la cercanía del mar en su vida. Le inspiraba. Necesitaba la sal de la vida. Su música está empapada de sal. Kevin hacía submarinismo del alma", recuerda Manzano.
Los discos que retratan fielmente la trayectoria de Ayers son los que grabó entre 1969 y 1974, con una asombrosa paleta de sonidos que los convierten en inagotables. Sin embargo, su nombre nunca llegó a oídos del público mayoritario. Ninguna de las partes hizo esfuerzo alguno por lograrlo.
"Odiaba las entrevistas, la promoción, los largos pasillos de las discográficas. Le ponían de mal humor y le parecían una pérdida de tiempo""Tenía todo lo necesario para conseguirlo. Tuvo todas las cartas en su mano para ganar, pero se negó a seguir el juego al sistema. Tuvo que correr siempre por delante de la carrera para no entrar en ella. Odiaba las entrevistas, la promoción, los largos pasillos de las discográficas. Le ponían de mal humor y le parecían una pérdida de tiempo. Prefirió tener un público 'culto'", opina el biógrafo.
Esa voluntad huidiza, ese dar esquinazo a la oportunidad en lugar de aprovecharla, podría hacer pensar en una personalidad elitista. El autor del libro rechaza esa idea: "Le gustaban las mujeres, el vino y el sol, pero eso no le convierte en dandi. Fue un hippy de los pies a la cabeza. Le gustaba ir a pescar y comerse unas sardinas en la playa, rodeado de amigos junto a una fogata. Era un anfitrión de la dulce indolencia, un bon vivant".
¿Por qué, entonces, el libro es una historia de amor? Manzano confiesa a Diagonal que siempre ha estado enamorado de las canciones de Ayers "y especialmente de su poesía, totalmente inspiradora, libre y onírica, rebosante de un vocabulario exquisito y culto".
Para él, la lírica de Ayers se fragua en la realidad cotidiana y "se empapa de alcohol, luna, sol, soledad, amor y lluvia". Sin embargo, su música tiene poco de cotidiano, generando una contradicción que Manzano acierta a descifrar: "Siempre fue uno de los compositores más disparatados de la vanguardia del rock, un observador contemplativo dotado de una imaginación musical capaz de extraer de las fuentes de lo cotidiano un modo elegante y sutil de evitarlo. Su poesía es terriblemente escéptica. En ese sentido, la combinación de música y poesía en su obra expresa las contradicciones que afirman la vida".
"Perdió la fe en la sociedad cuando el hippismo fracasó. Era un 'outsider', no un revolucionario comunista como en un tiempo lo fuera Robert Wyatt"
Ayers nunca exhibió el compromiso político que su amigo Robert Wyatt hacía público en canciones y declaraciones. Manzano desentraña ese posicionamiento: "Necesitaba permanecer oculto. No creía en la sociedad. No tenía fe. O, es decir, la perdió cuando el hippismo fracasó. Era un outsider, no un revolucionario comunista como en un tiempo lo fuera Wyatt. Creía en la posibilidad de un cambio interior, personal, un cambio que todo el mundo tenía que trabajarse. Para Kevin, el cambio social no podía producirse sin que fuera precedido por ese cambio individual. Era ajeno a las masas".
Tras un silencio de quince años, en 2007 publicó The unfairground, grabado entre Estados Unidos y Escocia, con el apoyo de colegas de siempre y de grupos de una generación posterior como The Ladybug Transistor y Teenage Fanclub. Un disco muy meritorio que supondría su última palabra, de forma literal: lo último que se escucha es a Ayers diciendo "end" ("fin"). El 18 de febrero de 2013 se marchó mientras dormía.
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