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'Deadpool' como extensor de penes

Vendida como una ficción superheroica políticamente incorrecta, la película concede pequeños guiños a una diversidad sexual también falocéntrica.

01/05/16 · 7:27
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Años atrás, un aparato extensor de penes conoció la fama a través de la publicidad televisiva. Ante el escepticismo del espectador medio, se prometía que los usuarios de Jes Ex­ten­der conseguirían tener un apéndice sexual más grande. Deadpool ha sido publicitada como una alternativa políticamente incorrecta, casi queer, del timorato cine de superhéroes definido por Marvel Stu­dios. Pero difícilmente se puede considerar que el filme proponga una alternativa a la masculinidad dominante, aunque pueda proponer algunas expansiones de ésta.

Como en el caso de Jes Ex­tender, el observador distante tendrá serias dudas sobre la eficacia real del dispositivo. Y, en todo caso, la propuesta sigue centrada en lo genital. Porque se ofrece un espectáculo de hiperviolencia divertida y autocomplacencia falocéntrica. Las armas grandes y las bromas sobre pollas abundan en Dead­pool. Y su expansión posible de la masculinidad remite, en gran medida, a una expansión claramente hegemónica: la dilatación in aeternum de la adolescencia, etapa central de la vida del precariado peterpanesco. Los insistentes chistes sobre masturbaciones, las bromas crueles o las inflexiones sentimentaloides recuerdan a la edad del pavo más que a una madurez queer.

Disrupción con escapatorias

Si Capitán América: el Soldado de Invierno mostraba una notable ambigüedad política, calculada para satisfacer a democrats y libertarians, Deadpool usa estrategias parecidas. Los comentarios “gay” del personaje pueden evidenciar su bisexualidad o ser simples bromas. La referencia, en todo caso, es el amor romántico heterosexual: el antihéroe Wade Wilson se enamora de una prostituta e incluso hace entrega del correspondiente anillo de compromiso. Su historia de justicierismo es, en paralelo a la habitual pulsión vengativa, un intento de recuperar esa relación.

Como en la mayoría de narraciones cinematográficas masivas, se persigue la identificación entre audiencia y protagonista. Quizá Deadpool es un poco queer pero ama a una chica, es un asesino pero tiene buen corazón y mata mucho, pero nos podemos entretener mientras lo vemos. Esta apuesta por la identificación hace más interesante una anécdota potencialmente disruptiva. Cuando se relata la historia de la pareja, se incluye una escena en la que él parece ser penetrado analmente por ella. La situación puede ser un shock para algunos espectadores, pero el tratamiento humorístico conduce a la risita liberadora de tensiones. De una manera similar, los comentarios sobre machismo de Star Wars: el despertar de la fuerza podían entenderse como pincelada crítica, e incitar al autocuestionamiento​ del público, pero también funcionaban como un gag recurrente.

Sea como sea, integrar pinceladas de sexualidades no hegemónicas en los blockbusters puede considerarse un caldo de cultivo potencialmente fructífero. Un Holly­wood confuso explora los límites de lo aceptable y el mismo Dead­pool, en una pelea con dos chicas, no tiene muy clara la conducta a seguir: “¿Es sexista golpearte o es más sexista no golpearte?”, se pregunta. El éxito de este taquillazo relativamente low cost sugiere que, aunque el público más joven tenga vetado el acceso a las salas, una película de superhéroes también puede gozar de un éxito comercial masivo. Así que un superhombre, siempre aferrado a su pene, ya puede jugar con su ano. De momento, eso sí, seguirá sometido a otras ideas dominantes, como el amor romántico, la lógica taliónica y el uso de la violencia para resolver conflictos. La ridiculización del ‘buenismo’ de los X-Men, de su discurso del uso responsable del poder, marca los límites: una cosa es el relativismo posmoderno y otra devenir jipi. Así que, estimado público, ten sexo como quieras pero ama como debe ser, comete asesinatos selectivos y no negocies con Irán. //

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