Con motivo del 30 aniversario de Matarile Teatro, charlamos con Ana Vallés, directora de la compañía, dramaturga y actriz. Esta vez lo hacemos mediante tecnologías, en una conexión rural Braojos-Rodiño.
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LAURA CORCUERA
¿Cuál es tu valoración de estas tres décadas de trabajo?
Han pasado muchas cosas muy rápido. Soy consciente de que 30 años son muchos, de que 12 años de mantener una sala y otros 12 un festival son muchísimos. Pero ahora estoy viviendo muy en el momento actual de Matarile y todo lo pasado me parece que ha sucedido de forma vertiginosa. Y lo veo incluso con extrañeza, como también me sucede con muchos momentos de mi vida. Por otro lado, también pienso que el paisaje es parecido, que nada cambia o que "el pasado siempre vuelve y nunca termina", como decimos en El cuello de la jirafa.
De las compañías que empezasteis en los distintos territorios del Estado español durante los 80 creando eso del "teatro independiente" sois pocas las que continuáis con la actividad teatral. ¿Qué contacto mantenéis?
Prácticamente no hay ningún contacto. El contacto que ha permanecido hasta hoy es con Cambaleo, pero en realidad ese contacto viene dado a través del teatro Galán: ellos fueron la primera compañía de teatro que actuó en Galán. Después la relación se fue haciendo más intensa, Matarile fue a actuar muchas veces a La Nave de Cambaleo, en Aranjuez (Madrid). Carlos Sarrió, el director, trabajó como actor un par de veces en nuestra compañía, incluso vino a cerrar el Teatro Galán. Nos unen muchas cosas.
En El espectador soy yo dices que antes partías de una separación entre quienes habitan el escenario y el público, y que ahora te acercas más a la idea de un "nosotros".
Para mí ahora no hay separación, y no me refiero sólo a la espacial. Yo me sitúo como espectadora; cada uno de nosotros podemos ser espectadores y/o actores de lo que sucede. Y por otro lado, no creo que haya un espectador pasivo a priori. El espectador siempre tiene la posibilidad de implicarse con lo que ve, siempre tiene la posibilidad de actuar.
Pero esto realmente en teatro no es así. Cuando vamos al teatro, la convención nos dice que nos quedemos calladitas, sin movernos en la butaca, sin tocar, sin intervenir...
Está claro que existen unas convenciones, como en todo lo que hacemos en sociedad: desde andar por la calle hasta el contacto de un saludo. Pero en teatro lo que me interesa es la capacidad de involucrarse, implicar y comunicarse.
Para mí, la comunicación implica crear un espacio de intercambio. Así lo escribí para las Ponencias Perras (celebradas en el Teatro Principal de Santiago de Compostela, 3-6 de marzo de 2016): "No existe el espectador-mirón. Si me sitúo como espectadora, mi percepción de la escena no se limita al acto de mirar y escuchar (los dos sentidos públicos). No existe una escena que no implique, al mismo tiempo, los sentidos, el pensamiento, el juicio, la emoción; asociaciones, memoria, empatía. El espectador siempre se implica o, por lo menos, toma posición. Por lo tanto, actúa, tiene la posibilidad de actuar". Y, como tengo mucho morro, sigo citándome: "El teatro como una forma de dar, concebido como una ofrenda". Pero no como una transacción en la que se da para recibir algo a cambio, sino para establecer una conexión. Como si tuviera colgado el rótulo: "Esto es algo que yo quiero compartir". Un teatro que sea una puesta en común. Una aproximación. ¿En qué se concreta? No puedo decirlo; hay un componente de incertidumbre imposible de definir, algo así como una cierta extrañeza en algo que nos resulta familiar. Los mitos se van cuarteando: el mito del espectador mirón-pasivo, el mito de las gentes del teatro envueltas en humo, alcohol y nocturnidad. El mito del actor con mucho morro, el mito de la danza contemporánea en chándal, el cliché de denuncia perpetua de la escena alternativa, el teatro complaciente para espectadores complacientes, el discurso para tranquilizar conciencias".
Quizás el teatro de Matarile fue considerado "vanguardista" porque dejaba de alguna forma de ser teatro –con sus convenciones– para mutar a la performance o arte de acción, en vuestro caso escénica...
No sé si tiene sentido ahora el término vanguardista. Hubo un tiempo en que nos decían que lo que hacíamos no era teatro. Más adelante nos englobaron en el teatro posdramático. Bueno, supongo que hay una necesidad de calificar lo que se hace. Yo siempre he insistido en que hacemos teatro, que engloba muchos lenguajes y formas de expresión. Es su riqueza, ¿no?
¿Puedes describir tu metodología y procesos de creación escénica?
No sé si puedo hablar de método como tal. Pero intentaré hablar de lo que sucede últimamente. Lo primero que hago, cuando Baltasar y yo ya tenemos claro que nos vamos a meter en un nuevo proyecto, es conformar un equipo. Necesito tener sus caras en la cabeza, pensar en ellos, para empezar a organizar mis apuntes previos en una dirección.
A partir de ahí recopilo lo que pueden ser puntos de partida, pautas o pistas: imágenes, pequeños textos, reflexiones, en ocasiones esbozos de escenas o diálogos, intenciones, apuntes sobre las formas... Alguna música concreta o la letra de una canción... Y se los voy enviando a los actores en forma de "cartas". Con ellas lo que pretendo es provocar asociaciones que nos servirán de base para las improvisaciones durante el proceso de creación.
¿Qué es para ti lo grotesco? ¿Consideras que los trabajos de Matarile son grotescos?
La exageración de un rasgo, de un gesto, de un carácter, de una debilidad, de una tendencia, de una pose. Como si nos aplicáramos una lupa. Deformante, claro. A lo segundo: sí, me gusta pensar. Pero todo son dudas. Y por eso, porque todo son dudas, a veces recurro a reírme de mí misma, al patetismo. Y también a lo grotesco, claro.
Mantienes un vínculo profundo con la danza, que tú misma calificas de "comunicación directa". ¿El resto de artes escénicas no lo son acaso?
Pueden serlo, sí. Hablaba de la danza, del cuerpo, del movimiento en contraste con el protagonismo del texto en teatro. La palabra, para mí, es una forma expresiva más; no está por delante ni por encima de los otros lenguajes. Antes hablábamos de convenciones. El lenguaje hablado es la forma convencional de comunicarnos, aunque sobre esto podríamos seguir hablando y hablando.
“No creo que la creación pueda ser colectiva. Otro mito, quizás. Creo en la colaboración”
En Cerrado por aburrimiento (2009), el montaje con el que os despedíais, no dejaste en buen lugar a la profesión teatral, al decir que "es una profesión que lo exige todo y no promete nada. Y nunca se comparte. Es un sentimiento individual". ¿No son las artes escénicas las artes del compartir por excelencia? ¿Qué hay de "el teatro es colectivo o no es"?
Las artes escénicas son de trabajo en equipo, pero esto no implica necesariamente un compartir, y los equipos tienen siempre un tiempo de duración, son inestables y efímeros. En Cerrado... me metía precisamente con ese mito del compartir. Pero, simplemente, es hacer constar un hecho, porque las implicaciones de cada uno siempre son individuales: mis intereses o mis exigencias no puedo pretender que sean los mismos que los de aquellos que trabajan conmigo en un momento dado; los momentos vitales son diferentes, los riesgos, las experiencias, las edades, las culturas, la formación. Eso es lo que enriquece, por otro lado. Y yo lo busco.
Con respecto a la cuestión de lo colectivo, no creo que la creación pueda ser colectiva. Otro mito, quizás. Creo en la colaboración. Y, por supuesto, doy por sentado que todas las personas con las que trabajo son creativas. Lo peor que me puede decir un actor es: "Yo hago lo que tú me digas". Soy consciente de que exijo mucha responsabilidad a la hora de trabajar. Pero eso no quiere decir que la creación de una obra sea colectiva.
Tus montajes siempre incorporan reflexiones teóricas, metateatrales, cuestionamientos existenciales y ontológicos, críticas políticas y sociales, a veces denuncias y alaridos poéticos y la aceptación de una muerte vivida. ¿La acción teatral es una acción filosófica?
Igual que todo lo que uno hace es política, en toda acción –teatral, vital– hay una actitud filosófica detrás. ¿No crees, Saltamontes? E igual que nada se crea de la nada, cada paso y cada gesto están cargados de referencias, como decimos en El cuello de la jirafa, citando a Wim Wenders, en cada plano se ve también la actitud de quien está detrás. Yo lo creo: en cine, en teatro, en la vida (cómo te diriges a mí, cómo cuidas, cómo te proteges, cómo preparas una ensalada, cómo te vistes, te enfadas, protestas, muerdes, juzgas).
Para mí, últimamente, una de las preguntas clave es "desde dónde", "dónde me sitúo para ver, juzgar, compartir...", y sobre todo "¿soy consciente del lugar en que me sitúo?".
“Toda la creación, teatral o no, está impegnada de precariedad, de una forma bestial (...) Y se ha asumido el miedo”
¿Podríamos hablar de un "teatro situado"? Algo ligado, de alguna forma, al compromiso y a la honestidad de "hablar" (con el cuerpo, la palabra...) desde donde una es, aceptando nuestros privilegios y también opresiones...
Un teatro situado, sí, me gusta la definición. Por supuesto, ligado al compromiso y a la honestidad, que me parecen indispensables, pero también asumiendo mis privilegios: ciudadana de un país europeo, de raza blanca, con profesión elegida...
Las artes escénicas, y cualquier lenguaje que "cuenta historias", tienen la capacidad de describir las relaciones de dominación y explotación que en la sociedad capitalista y del espectáculo se han vuelto invisibles y difusas. Sin embargo, salvo honrosas excepciones, la materia que genera el teatro en el Estado español contribuye a reforzar esas relaciones. ¿El teatro, como la democracia, está secuestrado?
Me parece mucho generalizar decir que el teatro está secuestrado. En un texto que escribí para Quimera titulado "Catorce Anas" decía: "Hacer teatro sigue siendo en España la mejor manera de que todo el mundo te considere interesante sin tener que prestarte ninguna atención, como si estuvieras continuamente fuera de lugar".
Creo que quizás lo que sucede es que toda la creación, teatral o no, está impregnada de precariedad, de una forma bestial. Y en muchas ocasiones, como en otros sectores, se ha asumido la cultura del miedo. En general, se nota la cultura del miedo y la cautela del "por si acaso".
Sigo citándome: "Hoy en día no sé si interesa la creación artística en otros sectores culturales; tendría que preguntar a los artistas plásticos, a los músicos. En el teatro y la danza no interesa. No es que no tengamos apoyos (eso ha pasado históricamente); parece más que nunca que se nos aguanta, sin mirarnos, a ver si vamos desapareciendo poco a poco y sin dar la lata. Se nos trata como si no nos hubiéramos enterado de que los tiros van por otro lado, que la creación está obsoleta y, nosotros, en consecuencia, estamos desfasados: la industria demanda otros productos: frescos, ligeros, juveniles, fáciles de publicitar y de clasificar. O directamente: teatro social. ¡Que se pueda contar de qué tratan!".
Un poco de historia
Ana Vallés y Baltasar Patiño fundan en 1986 en Santiago de Compostela Matarile Teatro, compañía referente de la escena contemporánea en Galicia y en el Estado español. Su valiente producción escénica (25 montajes y muchas colaboraciones con artistas como Carmen Werner o Andrés Corchero) ha venido acompañada de mucha ilusión y también de préstamos, angustias, créditos, y el recelo o desinterés de gestores culturales, concejales y directores generales.
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