'Batman v Superman' puede interpretarse como una aceptación de la doctrina del mal necesario: duda inicial ante el uso de la fuerza y posterior cierre de filas en aras de la emergencia nacional.
Para distanciarse de la violencia con chascarrillos propia de Marvel Studios, los superhéroes de DC Comics llegan a las pantallas siguiendo el modelo de blockbuster solemne asociado a Christopher Nolan (El caballero oscuro). La contradicción interna del nolanismo, la distancia establecida entre unos ropajes graves y un núcleo conceptual más o menos pueril, quizá alcanzaba su cénit en Interstellar.
Trasladar este tratamiento a Batman v Superman: el amanecer de la justicia resultaba especialmente complicado, porque el nuevo filme de Zack Snyder (300) debía desplegar una nueva franquicia cinematográfica. La solemnidad teen convive con las tramas esquemáticas, las obvias excusas juntapersonajes que han sido propias de los malos cross-overs. Hay que unir a los dos protagonistas e incorporar un teaser de la futura La Liga de la Justicia. El negocio es el negocio.
Con todo, los amantes del espectáculo visual pueden encontrar momentos satisfactorios. La escena inicial vuelve a ejemplificar una fascinación morbosa de Hollywood: el imperio estadounidense sigue generando, desde uno de sus centros propagandísticos, imágenes apabullantes de su propia destrucción. La primera aparición de Batman, con aires terroríficos, supone una adecuada traslación visual de su endurecimiento.
Pero la narración se basa en trazos esquemáticos y motivaciones mínimas y cambiantes: Batman odia intensamente a Superman, por ejemplo, pero se alía con él sin que le persuadan demasiado. Por el camino, se presenta desangeladamente a la amazona Wonder Woman. Mención aparte merece un nuevo Lex Luthor que, como el Kylo Ren de la nueva Star Wars, sirve de involuntario espejo deformante de una audiencia infantilizada. Se diría que encarna la incapacidad peterpanesca de asumir responsabilidades adultas, incluida la tarea de convertirse en una mente maestra criminal.
Tenebrismo confuso
Uno de los máximos responsables de Marvel Studios, el productor Kevin Feige, se ha jactado de la ambigüedad ideológica de sus películas, interpretadas de manera opuesta por espectadores con convicciones políticas diferentes. Aunque podría ser el caso de Batman v Superman, su coctelera temática parece surgida de la acumulación desordenada más que del cálculo. En este aspecto, seguirían también el modelo nolaniano: “Lanzamos un montón de cosas contra la pared para ver si pegaban”, declaró una vez el cineasta.
En general, el tratamiento es tenebrista. Pero justificar el conflicto entre los personajes principales implica desandar parte del camino iniciado en El hombre de acero. El hijo de Krypton, convertido en asesino en el filme precedente, ahora sermonea al justiciero Batman.
Ambos héroes despiertan recelos, pero la irrupción de un monstruo superpoderoso les otorga un salvoconducto: cuestionables o no, ambos son necesarios para la supervivencia de la humanidad.
Lo curioso es que en Batman v Superman se puede intuir otra película posible, menos deshilachada. Que elaborase sus pinceladas sobre la xenofobia y los teocentrismos, que defendiese el debate parlamentario sobre el uso de la violencia. O que hiciese una parábola de la denominada guerra contra el terrorismo a través de ese monstruo que se alimenta de los ataques que recibe. Pero la doctrina del mal necesario parece asentada en un Hollywood cínico, que identifica la madurez con el embrutecimiento ético.
Con semejante planteamiento de fondo, algo alérgico a los ideales y con un espíritu crítico muy limitado, no sorprende que esta fiesta de disfraces genere abatimiento y una cierta depresión. Quizá, sin quererlo, sus responsables han introducido un caballo de Troya en el espectáculo superheroico.
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