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Desde la prisión, contra la tiranía

En 'César debe morir', los hermanos Taviani filmaron a presos interpretando a Shakespeare.

27/03/16 · 8:00
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Escena de 'César debe morir', de los hermanos Taviani, rodada con reclusos de una cárcel italiana.

Lo cuentan las crónicas y las entrevistas. Los hermanos Paolo y Vittorio Taviani, unos referentes del cine italiano orientado a la izquierda, veteranos realizadores de obras como Padre padrone o La noche de San Lorenzo, descubrieron un proyecto teatral cuyos actores eran reclusos de una cárcel de máxima seguridad.

Tras asistir a una representación, los cineastas desarrollaron César debe morir: una metaficción fílmica sobre la preparación de un montaje del Julio César shakesperiano en la prisión de Rebibbia (Roma).

La elección del material es significativa. Julio César es una historia de lucha contra los abusos de poder. Marco Junio Bruto, un político y militar, recela de la transformación de César en dictador perpetuo, y decide asesinarlo para salvar la Roma republicana.

'César debe morir' puede leerse como un gesto de liberación a través del arte: diversos individuos se evaden de la represión penitenciaria a través de una iniciativa teatral cultural

En un terreno abstracto, César debe morir puede leerse como un gesto de liberación a través del arte: diversos individuos se evaden de la represión penitenciaria a través de una iniciativa teatral cultural. En el detalle, las cosas se complican. Porque unas estructuras de poder alternativas, las de las familias del crimen organizado, sobrevuelan la escenificación de un drama sobre jerarquía, obediencia, honor y traición.

Desde su pequeño rincón en la Italia audiovisual contemporánea, algunos resistentes siguen defendiendo ese cine europeo menos invadido por la política de los géneros cinematográficos. Otro veterano, Er­manno Olmi, encontró inspiración en la situación legal de los migrantes sin papeles para realizar Il villagio di cartone (2011).

Vampirizando lo real

Los Taviani también han partido de lo real, del limbo opresivo de la vida en prisión, para construir una propuesta híbrida: una ficción que se presenta con aspecto documental, está atento a incorporar fragmentos de realidad e incluye escenas de teatro filmado.

La propuesta es pequeña, ligera de tramoya, modesta incluso en su duración (apenas una hora y cuarto). Se tiende a la discreción en la vertiente estética –una fotografía en blanco y negro grisáceo, poco natural, recuerda sin grandes estridencias la artificiosidad de la propuesta– y a la contención discursiva.

Entre las costuras de la metaficción, en escenas puntuales, se filtra un mensaje de transformación mutua de autores e intérpretes. La mirada a este empeño colectivo se hace desde un humanismo afable y poco paternalista, que recuerda lo obvio –los presos también son personas– con alguna pincelada sentimental pero sin demasiados subrayados.

El planteamiento acaba teniendo, además, un cierto componente de trueque: los Taviani vampirizan la energía de sus actores, y éstos refuerzan su autoestima e imagen social al participar en un proyecto con prestigio.

Al final, la película encuentra buena parte de su riqueza en estos flujos cruzados de cultura y experiencia vivida. Aunque la puesta en escena esté guionizada, aunque el entorno esté doblemente controlado por realizadores y carceleros, se producen transferencias de lo experiencial. Especialmente, a través de la crudeza e intensidad de las interpretaciones no profesionales. El drama shakesperiano vertebra la película.

Pero, como en las interpretaciones de 'standards' del jazz, el brillo a veces se encuentra en los márgenes del tema principal, en sus variaciones posibles. En este caso, en los fragmentos de historias personales que enriquecen (o transforman) el núcleo dramático. Y en los dialectos que acaban de dar color a las escenas, revitalizando el texto clásico y trayéndolo de vuelta al ámbito de lo popular.

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