Música en las cárceles franquistas
Cantar desde dentro del horror

Coros y orquestas poblaron las cárceles españolas en la posguerra. La música entre rejas cumplió un doble rol: liberador para los presos, propagandístico para la dictadura.

20/03/16 · 8:00
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"La celda daba a uno de los patios donde todas las tardes se reunía un grupo numeroso de presas para cantar. Ésta era también una forma de ahuyentar el hambre. Las cantoras ponían todo el entusiasmo de que eran capaces, sabían que eran escuchadas por miles de mujeres. Organizaron unos coros dirigidos por doña Justa, militante socialista y profesora de folclore español, que hacían las delicias de toda la prisión".

En 1940 Juana Doña se encontraba presa en la cárcel de mujeres de Ventas (Madrid) y desde su ventana veía los ensayos del coro, como recordaría en 1978 en el libro Desde la noche y la niebla. Mujeres en las cárceles franquistas. Unas cuarenta reclusas –entre ellas cantantes de ópera, profesoras de música, violinistas y aficionadas– lo habían formado un año antes y en mayo de 1939 ya habían actuado en la prisión, por el bautizo de tres niños nacidos allí. En el concierto interpretaron himnos nacionales, con el brazo en alto.

La música resonó con fuerza dentro de los muros de las cárceles durante los primeros años de la dictadura franquista, especialmente entre el final de la Guerra Civil y 1945. Como en el caso del coro de Ventas, la actividad musical prisionera "ejerció distintas funciones", explica a Diagonal Belén Pérez Castillo, profesora del Departamento de Musicología de la Universidad Complutense de Madrid y autora del artículo 'Redención': La función propagandística de la música en las cárceles franquistas (1939-1945), incluido en el ensayo Música y prensa. Crítica, polémica y propaganda (Difácil, 2015), coordinado por Enrique Encabo.

Frente a las terribles condiciones de las cárceles de la posguerra, la música constituyó, según esta especialista, un consuelo y una manera de reclamar lo colectivo ante la soledad de la persona expuesta a la reclusión forzosa, el hambre, la enfermedad, el maltrato y la pena de muerte.

"La música sirvió de aliento en los momentos más duros de sacas, de hambre y de miseria. También fue un instrumento de reivindicación ideológica y expresión de rebeldía"

"Sobre todo, sirvió de aliento en los momentos más duros de sacas, de hambre y de miseria. También fue instrumento de reivindicación ideológica y expresión de rebeldía, a través de actividades musicales clandestinas. Por ejemplo, las reclusas organizaban, a escondidas de la dirección, obras teatrales y cuadros de baile con los que celebraban fechas de especial significación política, como el Primero de Mayo", precisa Pérez Castillo.

Su investigación muestra que se cantaba tanto en las prisiones femeninas como en las masculinas, si bien con alguna diferencia. "En las cárceles de mujeres era muy frecuente la creación de 'cuadros artísticos', consistentes sobre todo en números de zarzuela o en coreografías sobre melodías muy conocidas del repertorio clásico. En las cárceles masculinas eran más frecuentes las bandas o pequeñas orquestas, pero siempre de formación muy heterogénea, porque se formaban con lo que hubiera", recuerda la profesora.

También considera que la expresión artística permitía a las presas dar cauce tanto a su miedo como a su orgullo: "Podían cantar arias y coros de zarzuelas, canciones regionales y populares o crear unas nuevas. Cualquier motivo era bueno para inventar canciones; incluso, aunque parezca terrible, sobre la propia pena de muerte, a la que se referían como 'la pepa'".

Al servicio del régimen

Las autoridades franquistas permitieron y fomentaron la actividad musical en las cárceles, siempre enfocándola como una vía más para la imposición ideológica y religiosa.

La realización de espectáculos y conciertos, además, contribuía a construir una imagen presentable y humanizada de las instituciones penitenciarias. "La música fue una pieza muy importante en un engranaje con el que el gobierno franquista persiguió la regeneración de los presos de acuerdo con sus ideales", resume la docente.

Se promovía especialmente la interpretación musical en actos religiosos, como forja de la nueva conciencia nacionalcatólica. "Tanto en las cárceles masculinas como en las femeninas cualquier acto finalizaba con la interpretación del himno nacional y los 'cantos nacionales' –los himnos de Falange Española, de Oriamendi y de La Legión–, unidos al saludo de brazo en alto. Todos los reclusos debían, además, contestar con los gritos de 'España Una, España Grande, España Libre, Arriba España, Franco, Franco, Franco'. Ejerciendo un llamativo sentido del humor, los reclusos solían sustituir estas palabras por otras; con ello daban escape a un incontenible ejercicio de rebeldía", indica a Diagonal.

La investigación de Pérez Castillo, aún en proceso y buscando nuevas fuentes y testimonios, dio sus primeros pasos en 2012 al preparar un artículo sobre Eduardo Rincón, un compositor encarcelado varias veces –la primera en 1939 con 14 años, la última en 1968– por su militancia comunista. "Este compromiso le impidió durante mucho tiempo consagrarse a su vocación de compositor, pero curiosamente buena parte de su formación autodidacta tuvo lugar en la cárcel de Burgos", recuerda la profesora.

Buceando en las memorias del músico, empezó a vislumbrar "el papel que tuvo la música como herramienta de alienación de los presos políticos y de coacción hacia la devoción religiosa. Rincón cuenta, por ejemplo, cómo negarse a tocar en la misa podía significar el confinamiento en las celdas de castigo". Desafiar a la autoridad con cantos prohibidos, como algún himno comunista, también era duramente reprimido.

A la redención por el canto

La música en la cárcel, indica el texto de Pérez Castillo, fue incluida como una de las actividades del programa de Redención de Penas por el Trabajo, establecido por el Sistema Nacional de Prisiones en octubre de 1938. Un decreto del 23 de noviembre de 1940 reconocería como trabajadoras merecedoras de redención de penas a las personas encarceladas que realizaran tareas de índole artística. Así, los reclusos participantes en las actividades musicales podrían reducir condena siempre que ensayaran al menos cuatro horas diarias.

En 1940 existían en las cárceles 142 coros y orfeones, y 85 orquestas y rondallas

Según contempla la memoria del Patronato Central de Redención de Penas por el Trabajo, en 1940 existían en las cárceles 142 coros y orfeones, y 85 orquestas y rondallas. En marzo de 1941, el semanario Redención –publicación propagandística impulsada por el Patronato y activa hasta junio de 1978 con la finalidad de difundir la imagen de las prisiones españolas como lugares de regeneración moral, donde la autoridad sobre el preso era ejercida desde la magnanimidad y la piedad provenientes de la ética cristiana– cifraba en más de un millar "los componentes de bandas de música que funcionan en las prisiones".

Las actividades musicales desarrolladas en el marco de este programa tuvieron lugar en todas las prisiones de España. En San Miguel de los Reyes, en Valencia, la banda dio 75 conciertos en 1941, la orquesta 34 y el orfeón 200; y se crearon cinco obras de teatro, varias composiciones musicales y numerosas poesías.

Coros y orquestas

El elemento musical más destacado en las prisiones durante la posguerra fueron las agrupaciones corales. Los encargados de formar estos orfeones eran a menudo los capellanes de las cárceles, que solían acompañar las voces desde el armonio. Para disponer de este instrumento se llegó incluso a requerir la aportación económica de los reclusos.

También algunos presos profesionales de la música ejercieron la dirección de los coros. En la Cárcel Provincial de Sevilla, por ejemplo, el primer director del orfeón fue Rafael Fernández Alba, compositor sevillano que había formado parte de la Banda Obrera de la ciudad.

El repertorio más interpretado por las agrupaciones corales consistía en himnos, música religiosa con la que se adornaba la misa y cantos populares. La selección musical interpretada por estos conjuntos dio prioridad a obras de finales del siglo XIX. Los directores buscaban para los intérpretes música sencilla pero efectiva y melódica, una herramienta propagandística apropiada para sobrecoger el espíritu. Entre estos orfeones se distinguió por su competencia y dimensiones el de la prisión de Burgos, compuesto en junio de 1939 por 110 cantores y dirigido por el recluso Eugenio Orbegozo. En sus actuaciones combinaba la música de Bach o Wagner con la obra propia.

El otro gran movimiento musical en las cárceles fueron las orquestas. La mayor parte de las formaciones instrumentales creadas en las prisiones durante la posguerra se distinguió por su heterogeneidad y precariedad, debidas a la muerte de los presos o a su traslado, sistemáticamente sometidos al llamado turismo carcelario.

La variedad de los instrumentos utilizados sugiere que los componentes de estas orquestas provenían del mundo clásico, la música tradicional y los ambientes de la música ligera o el jazz. El origen de los instrumentos era también diverso: algunos eran de los presos, otros eran cedidos desde fuera y en ocasiones eran construidos por los reclusos. Las orquestas más nutridas fueron la de la Cárcel Provincial de Pamplona, con 43 instrumentistas, y la de Valencia, con 130. La de Barcelona contaba con 40 músicos.

Según recoge el trabajo de Pérez Castillo, la función de estos conjuntos musicales –tanto orfeones como orquestas– fue principalmente acompañar actos institucionales y religiosos que reafirmaban las ideas en que se sustentaba la dictadura. Las actividades musicales carcelarias cumplieron un papel como intensificadoras de la significación de festividades religiosas de especial relevancia para el gobierno franquista, como la Navidad, Semana Santa, o para las propias prisiones, como el día de la Merced.

Así, tuvieron lugar numerosas actuaciones en los intermedios de los sainetes o misterios representados por Navidad. En 1941, en la Cárcel Provincial de Madrid, su orquesta interpretó durante los intermedios de La estrella de Belén, original de un preso, varias composiciones de Mozart, Borodin y Wagner. En 1943, en la de Zaragoza, la banda ejecutó "algunas de las mejores obras de su repertorio" –según Redención– como El Amor Brujo de Falla o la Quinta Sinfonía de Beethoven en los descansos de una obra de Muñoz Seca.

Las autoridades de las prisiones, los capellanes y algunos profesionales de la música externos a los centros integraban los tribunales que examinaban a los reclusos candidatos a entrar en las agrupaciones y determinaban los beneficios penales asociados.

El olvido

Pérez Castillo asegura no haber encontrado en el desarrollo de su investigación ninguna grabación que atestigüe cómo sonaban las prisiones de la posguerra. Califica como "imponente ejemplo de dignidad y humanidad" la actividad desarrollada por esos presos y reconoce a Diagonal que lo más sorprendente para ella ha sido descubrir el vacío en las biografías de algunos de estos músicos: "Muchos silenciaron su paso por la cárcel porque fueron víctimas de una dinámica perversa, similar a la que se hizo evidente en los campos de concentración del nazismo".

"Más allá de las ventajas penales, la mayoría de ellos daba cauce, a través de su participación en estas tareas, a una necesidad espiritual"

Así, señala la especialista, "los presos que participaron en las actividades musicales promovidas por las autoridades carcelarias eran compensados con una mejora de las condiciones de vida en la prisión, algo que les reprocharon otros reclusos. Y, sin embargo, más allá de las ventajas penales, la mayoría de ellos daba cauce, a través de su participación en estas tareas, a una necesidad espiritual; incluso hay testimonios en los que resaltan la utilidad de su trabajo con un indisimulado orgullo". 

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