Alrededor de la obra de teatro 'Vida de Galileo'.
Indudáblemente Bertolt Brecht es uno de los grandes genios de la literatura del siglo XX. Su amplia obra así lo atestigua. Hace unos días tuve la oportunidad de volver a comprobarlo al ver en el Teatro Valle-Inclán su obra Vida de Galileo, bajo la dirección de Ernesto Caballero.
La obra no puede dejar indiferente a nadie. Y hay que tener en cuenta el año en el que el propio Brecht escribió la obra: 1939. Un año difícil. Ese año Franco se había alzado con la victoria en la Guerra Civil tras el golpe de Estado de julio de 1936. Y ese mismo año, Adolf Hitler invadía Polonia y daba comienzo la Segunda Guerra Mundial. El fascismo avanzaba en toda Europa y la democracia, junto al movimiento obrero revolucionario, estaba herido de muerte. Algo que no era ajeno a un Brecht comprometido que había sufrido la represión y el exilio de Alemania con la llegada al poder de los nazis. El compromiso del Brecht con el marxismo era evidente. Pero lejos de la visión de un comunista de la época, estuvo más influenciado por la escuela de Karl Korsch y toda la pléyade de un marxismo no tan estricto como el estalinismo de la época.
La persecución a la cultura fue algo que Brecht vivió en primera persona, lo que le obligó a exiliarse a Dinamarca. Los nazis no dudaron en señalarle como uno de sus enemigos, y sus obras fueron quedamas en Berlín poco después de su exilio.
En la obra, Brecht presenta a un Galileo absorto por su trabajo
La obra Vida de Galileo es un canto a la investigación. Un canto a la heterodoxia de aquellos que en difíciles situaciones intentan llegar con sus investigaciones hasta sus últimas consecuencias. Y en esta obra Brecht hace un doble juego. Por una parte transmite lo que sucedía en el último tercio del siglo XVI y el primero del XVII a través de la investigación de Galileo Galilei. Una sociedad del Antiguo Régimen donde el poder de la Iglesia cercenaba cualquier avance científico. Y eso que hubo autores y personajes que intentaron dar un giro a la historia en un ambiente hostil. Ahí se sitúa la obra de Nicolás Copernico y su heliocentrismo, sólo publicada a la muerte del astrónomo, e incluida en el Índice de Libros Prohibidos tras el caso Galileo. También, entre otros, dos casos más trágicos: el de Giordano Bruno, quemado vivo el 17 de febrero de 1600 en el Campo di Fiore en Roma, o el de Miguel Servet, quemado en la hoguera por los calvinistas el 27 de octubre de 1553.
En la obra, Brecht presenta a un Galileo absorto por su trabajo, por sus avances científicos que va trasmitiendo a un selecto grupo de colaboradores. Muestra como la Iglesia se interesa por la investigación, pero cómo va siendo ésta juzgada al poner en duda algunos de los pilares de la misma en la época. Una imagen de una Iglesia cerrada y ortodoxa que no para hasta llevar a Galileo ante el tribunal de la Inquisición. Aunque sea de forma circunstancial muestra esa doble vida de la Iglesia. Pura e intransigente de cara hacia fuera y de bajas pasiones de cara hacia dentro, rompiendo de esta forma con los estrictos acuerdos emanados del Concilio de Trento. Sin embargo, esos acuerdos servirían para frenar cualquier avance social durante muchas décadas. Y en el camino muchos perecieron por opinar distinto.
Galileo fue juzgado y amenazado. Su miedo al dolor físico le llevó a retractarse ante el Tribunal que le juzgó. Pero sus investigaciones quedaron para discípulos y futuras generaciones, que afortunadamente con el paso del tiempo lo sacó del ostracismo.
La obra deja una conclusión muy clara: la ortodoxia no es amiga del avance social y ciéntifico
La obra esta excepcionalmente dirigida por Ernesto Caballero y magistralmente representada por Ramón Fontseré (Els Joglars) y su grupo. Un elenco de actores que juntan experiencia unos y nuevas dinámicas otros. Una puesta en escena magnífica en un teatro adaptado a la nueva interpretación. Un escenario central y circular que gira, lo que hace que el público que esta a su alrededor interaccione tanto con los actores, como con la obra y con el resto de espectadores. Fontseré encarna a la perfección a Galileo. Pero también a Brecht. Sabe conjugar los dos registros y convinarlos a la perfección. Una vez más este actor de Els Joglars no defrauda. Además, transmite bien el dramatismo del momento con el humor y la distensión.
Pero la obra deja una conclusión muy clara: la ortodoxia no es amiga del avance social y ciéntifico. Los heterodoxos han tenido problemas en todas la épocas cuando con sus mentes privilegiadas han intentado cambiar el curso de la historia. Le sucedió a Galileo. Pero le sucedió también a Brecht. No sabemos hasta donde habría llegado en una situación normal o en una sociedad abierta. Tras esa denuncia a lo que la Iglesia representó en el Antiguo Régimen con su implacable Inquisición que llevó a la hoguera o al olvido a grandes genios también esta la denuncia de los inquisidores fascistas de su época que le condenaron a él al exilio. Pero por encima de todo Brecht realizó una obra intemporal, porque en cualquier época histórica, existe esas inquisiciones para cercenar el avance. Y ahí radica la actualidad e importancia de la obra.
No dejen de verla si pueden
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