Cinco personas que hacen música en el metro de Madrid cuentan sus experiencias y motivaciones para hacer sonar los andenes del subsuelo.

Madrid despierta a las seis de la mañana con la apertura del metro. Trabajadores de numerosos sectores comienzan su jornada laboral, al igual que aquellos músicos que desempeñan su labor en este espacio underground tan concurrido. "No tapar carteles informativos de las líneas, no obstaculizar el paso de los viajeros y no tocar dentro de los vagones" son las reglas a seguir por los artistas, comenta Pablo Romero, miembro de seguridad del metro.
El subterráneo de la capital resulta atractivo para quienes quieren dar a conocer sus cualidades musicales, como por ejemplo Ángel Vargas. "Para mí, el metro es un escenario más, me sirve de ensayo", comenta.
Pero también se convierte en un medio de supervivencia, como para Víctor Rodríguez: "Pago mi piso y mis estudios con lo que gano tocando el violín en Sol".
Diferentes historias y motivaciones se esconden detrás de cada músico que sitúa su espacio de ensayo o trabajo en el metro.
Quince años tocando en el metro
El tarraconense Ángel Vargas, 43 años, estudió Trabajo Social pero siempre supo que su vocación era la música. Hace quince años, tras embriagarse de los sonidos multiculturales que le ofrecían las Islas Canarias, el artista decidió plantarse en Madrid para cumplir su sueño de tocar en Las Ventas (aunque fuera en la parada de metro).
Se puso su chaleco rojo –un color que le da suerte–, montó su equipo y colocó la caja de bombones dorada que le regaló su madre con seis euros. Así despegó su carrera en el subsuelo de la capital.
Durante estos quince años ha llevado sus acordes a La latina, Atocha, Bilbao, Ópera o Plaza España. Sin embargo, hasta hace unos días, no se había atrevido a pisar Gran Vía.
El metro para él es un escenario más, ya que actualmente trabaja como productor musical. Además, ha tenido la oportunidad de sacar dos discos, uno de ellos titulado Entre coche y andén. "Un día se acercó una anciana a mí diciendo que pobrecito, que yo no tenía para comer. La gente asocia al músico del metro con la mendicidad, y no tiene por qué", dice.
El músico cuenta con numerosas canciones propias, aunque en el subterráneo prefiere tocar conocidas ya que ello le permite conectar con el público y, de vez en cuando, que éste mueva el esqueleto, llore, cante con él, e incluso, le felicite.
Su hogar es La Latina
Kamala, 40 años, cambió el teatro por la música en el metro. Hace quince años llegó a Madrid, desde Sevilla, con un amigo argentino, dispuesta a hacer sonar la guitarra acompañada por su melódica voz. De 2000 a 2005 musicalizó la parada Diego de León, pero pronto descubrió que su hogar estaba en La latina. Una vez tomó la esquina de la salida, nunca más ha osado abandonarla.
Con su mochila-silla pasea sus canciones para un público que ya la conoce. Kamala es la música de La latina. De hecho, en la pared donde se pone ya ha dejado la marca de su silla. "El otro día vino un chico que conozco desde niño a presentarme a su novia. Estaba avergonzado, pero le hizo mucha ilusión", cuenta la artista.
Los niños siempre se han visto muy atraídos por Kamala: "Les ofrecía un caramelo o una moneda de chocolate justo cuando ellos me echaban dinero, y quedaban impresionados", comenta entre risas. Afirma que el truco se terminó convirtiendo en una buena estrategia de mercado.
Kamala suele tocar en salas, pero la mayor parte de su actividad musical se desarrolla en el metro. Ella vive prácticamente de lo que los viajeros le dan. "Echo la jornada laboral aquí, vivo de esto, puedes sacar sobre 25-35 euros el día, depende del tiempo que te pongas, yo no estoy todo el día", comenta.
Cuatro meses en Sol
Víctor Rodríguez, 21 años, es violinista y lleva desde los 13 tocando en la calle. Este invierno, por primera vez, se cobijó en la estación de Sol para ponerle dulzura con su violín a la Navidad. Su temprano acercamiento a la música de calle le permitió ganar muchos adeptos. "Un músico niño impacta más, y gana mucho más dinero, me he dado cuenta al crecer, ya no es lo mismo", reconoce.
Pero la música no es su sueño, sólo su modo de vida, algo que le permite pagarse sus estudios en Nutrición y su independencia. En realidad, quiere ser culturista y lleva preparándose desde hace tres años para competir. Habla del culturismo como un deporte mal remunerado y de extrema dificultad, pero que a él le llena profundamente: "Es un deporte de 24 horas, requiere todas tus energías y gran sacrificio", explica.
Sin embargo, a día de hoy, Víctor es admirado por su música. De hecho, hay gente que se acerca para hacerse fotos con él o que le da altas cantidades de dinero. "Un músico de la orquesta de RTVE me echó 100 euros y le dije que no podía aceptarlo, pero finalmente me los dejó", recuerda anecdóticamente.
Ha crecido tocando en la calle y ahora el metro le da la bienvenida. Sin embargo, su proceso de adaptación de la calle al metro ha sido fácil: ya conoce todas las esquinas, a sus compañeros, los horarios y al público. Víctor es un chico inteligente que se ha camuflado en el espacio con virtuosismo.
Soñando con vivir de la música
Florencia, 26 años, y su familia argentina se instalaron en España hace diez años. Ella inició sus estudios en el Conservatorio de Música con la esperanza de dedicar su vida exclusivamente a ella. Pero el tiempo fue truncando su sueño y, actualmente, continúa con su trabajo de servicio al público "mientras tanto".
Sus padres se han marchado a Argentina, ella y su hermana viven todavía en Madrid, y Florencia sigue a la espera de ingresar de nuevo en el Conservatorio para hacer el superior.
Mientras espera a que la contraten para realizar actuaciones con su grupo de música brasileña ha decidido plantarse en el metro, un ratito todos los días. Cosa que parece no haberle ido mal. "Elegí el metro porque me lo recomendaron unos amigos, y necesitaba dinero. Además, en la calle no podía tocar porque se necesita licencia y ahora no salen convocatorias de pruebas para conseguirla", explica.
La música como familia
Próxima estación Cuatro Caminos, correspondencia con la música de los Andes. El peruano Juan Prado, 40 años, vino a España hace ocho con su familia, pero ésta se desintegró al poco tiempo. La música siempre ha sido su vida, y le ha sacado de todas las penurias, tanto económicas como emocionales.
Por eso, en 2010 tomó la esquina de Cuatro Caminos para hacer volar a los transeúntes con sus melodías andinas. A partir de ahí, su música empezó a armonizar estaciones como Diego de León, Plaza de España –muy concurrida por los artistas– y Avenida de América.
Además del metro, Juan Prado tiene un grupo de música andina, de meditación y relajación, ya que asegura que el metro no da el suficiente dinero como para vivir, y muestra en su mano las pocas monedas que ha conseguido a lo largo de la mañana.
Quizás no reciba grandes cantidades, pero su paz y su sonrisa consiguen tranquilizar a los estresados pasajeros por un momento. "Un día, una mujer, con ojos llorosos, me dio las gracias por estar siempre ahí", comenta. Muchos curiosos se le acercan para saber de dónde vienen esos sonidos tan lejanos.
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