Filmoteca I 'Las tres noches de Eva'
Una lección de amor

'Las tres noches de Eva' es una bella rareza entre las ‘screwball comedies’, las comedias locas de los años 30 estadounidenses.

28/02/16 · 7:59
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Ya para el filósofo Stanley Cavell, que se tomó la labor extraña y cuidadosa de analizar las mejores screwball comedies en su libro Pursuits of Happiness, era un caso extraño el de esta película y no sorprende una vez vista. Muchas décadas más tarde, The Lady Eve, en España estrenada con el título de Las tres noches de Eva, permanece como una joya insuperable, escrita y dirigida por Preston Sturges.

Barbara Stanwyck encarna a Jean, una estafadora que, junto a su padre, el Coronel Harrington, y Gerald, se dedican a la estafa y al pillaje. Henry Fonda presta su rostro al joven Charles Pike, hijo de millonario y aventurero ocasional, que se verá seducido por Jean.

Sin embargo, su padre bien se ha cuidado de proteger a su inocentón retoño de cualquier trampa. En cuanto Charles descubre la naturaleza de Jean, la planta. Sucede que Jean ha convencido a su padre de que el amor es una buena razón para dejar de estafar y de que Charles podía ser algo mejor que una inversión, si no un proyecto de vida.

Jean jura vengarse y, al cabo de un tiempo, descubre que Alfred, un viejo socio de su tropa, está ahora en Bridgetown (Connecticut). Así que aparece, haciéndose pasar por Eve Sedgwick, refinada dama y aristócrata británica, logrando enamorar de nuevo a Charles para luego defraudarle, en la noche de bodas, con el relato de un listado de amantes. Un desolado Charles volverá al barco donde se conocieron. A por Jean.
Preston Sturges, como tantos otros hacedores de screwball de la época, hereda muchos elementos de la comedia pastoral shakesperiana. Tenemos a la muchacha que se hace pasar por otra para ser ella misma al final, con una diferencia crucial: no es aquí duquesa alguna o desheredada, si no una estafadora con el corazón partido que se hará pasar por una mujer de clase superior para vengarse del pretencioso heredero.

La heroína es, desde el principio, alguien que ha vivido en el otro lado de la ley. Y lo interesante de su lección de amor es lo siguiente: pretende enamorar al protagonista con una sofisticada mentira. Mentira porque el protagonista descubre que realmente no ama a Eve, al menos no al personajillo sofisticado y caprichoso que ella describe. Cuando regresa a sus brazos, en un final memorable, dirá que queda tiempo para una pretendida confesión:

–Estoy casado
–Yo también, cariño.

Sturges termina la película con otro gag más, pero este diálogo permanece como el más profundo, porque funciona a tres niveles. El primero es lo gracioso que resulta que Charles revele su mentira u ocultamiento a quien le ha estado engañando. El segundo, menos evidente, es que Charles siga siendo inocente hasta en su mentira. Y el tercero, ampliamente sofisticado, es que a Charles no le importe en absoluto ese ‘yo también’. Posiblemente porque se están volviendo a casar. Firmando, con un beso, el comienzo de una verdad posible. O, tal vez, otro viaje más en barco.

Las ironías de Sturges eran su mejor y más absoluta firmeza; en The Lady Eve, Barbara Stanwyck nos permite ser no tanto una heroína ejemplar como una heroína virtuosa.

Porque el amor es de facto una virtud insólita. Es el deseo de cambio, de reconocimiento metafísico. The Lady Eve termina con Jean, la estafadora, siendo la única a la que se pudo amar. Esa condición es lo que llena de dicha al amante... que se ha visto abocado a abandonar a esa otra mujer, Eve, con el mismo rostro.

Sturges estaba lejos de las obsesiones hitchockianas con la identidad, pero eso es porque su hombre aprende una lección a partir de su mirada: todo lo que él juzga es algo que tal vez admita por no saber.

Por eso mismo, al final, reímos maravillados y tan asombrados como el personaje de la estafadora. Los personajes han dicho la verdad, y probablemente, también, una leve y dulcísima mentira que saborearán en plenitud en los días postreros de la promesa.

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