¿Qué es lo que tiene la película 'Writing on the City' de Keywan Karimi para que su director haya sido condenado en Irán a seis años de prisión y 223 latigazos?

La semana pasada se celebró en Pamplona la décima edición del festival de cine documental Punto de Vista. El festival, desde su nombre –en claro guiño a Jean Vigo y a su concepción del cine como herramienta que nos revela un lado oculto más allá de las apariencias– se ofrece como invitación al espectador a cuestionar nuestra realidad más inmediata.
Durante sus diez años de historia se ha presentado no sólo como un espacio de proyección de nuevas películas documentales o como plataforma de nuevos talentos en el campo audiovisual sino que muchas de sus proyecciones han sido un claro guiño al cine como espacio que busca incomodar y remover conciencias.
Así, en esta edición han convivido las proyecciones de La Région Centrale de Michael Snow o La academia de las musas de José Luis Guerín con los cortos de siete adolescentes sirias que viven desplazadas en un campo de refugiados.
También se han abierto espacios para el debate al final de las películas, al gusto del vídeo fórum del Tercer Cine, y de la mano de las clases magistrales o retrospectivas de memoria audiovisual. Pamplona se ha convertido durante una semana en un espacio desde el que acceder a otros mundos y a esos otros puntos de vista.
Entre las películas que buscan, en palabras de su director, "cambiar el mundo", encontramos Writing on the City de Keywan Karimi. Dentro de esta lógica, Punto de Vista fue el lugar elegido por su director para presentar su último trabajo y primer mediometraje.
La película ya había alcanzado fama mundial antes de su estreno. El gobierno iraní, amparado en la ley islámica, había condenado a Karimi,después de un largo juicio de dos años, a 223 latigazos y seis años de prisión.
Pese a que no era la primera vez que el director pisaba la cárcel –ya había sido detenido aunque puesto a los pocos días en libertad cuando se estrenaron sus primeros cortometrajes (The Children of Depth y Broken Border)– lo desproporcionado de la sentencia le sorprendió hasta a él mismo.
Cuenta que, por lo absurdo, se rió cuando se lo comunicaron pero que pese a la seriedad de la pena, se niega a irse de su país y actualmente se encuentra recurriendo la sentencia.
¿Qué hay en estos 60 minutos de película que resulta tan peligroso para el régimen iraní? En principio, todo apunta a que nada. El documental se presenta como un viaje por la historia del grafiti en Teherán desde la Revolución de 1979 que desencadenó la caída del Shá hasta la Revolución Verde de 2008.
Sirviéndose a partes iguales de material de archivo y material rodado por Karimi, parece que lo único que hace el director es mostrar lo que está a la vista de todos, escrito en los muros de las calles.
Sin embargo, ese propio acto de escritura, de pintura en el espacio público se plantea en Karimi como una toma de posición y de posesión; los muros, dentro de la lógica del festival, nos invitan a leer más allá de las apariencias.
Desde convertirse en periódicos improvisados durante la Revolución para luchar contra la censura del Shá, a murales obscenamente inmensos que muestran las caras de los mártires de la guerra Irán-Irak, a alzarse como vitrinas que anuncian bienes de consumo a la vez que atacan a su enemigo capitalista americano, los muros de Teherán nos recuerdan los conflictos de poder, quién lo ha ostentado y qué mensaje se esconde en sus trazos.
Por eso no resulta sorprendente que una de las primeras medidas que llevara a cabo Jomeini fuera el blanqueamiento de las paredes tras su llegada al poder, en un intento de borrar la historia y convertirse en la única cabeza de una Revolución popular que terminó convertida en la dictadura de un estado islámico.
Aunque no resulta necesario viajar a Irán para comprobar la importancia de la escritura de los espacios públicos como recordatorio constante de quién tiene el poder. En Madrid, el callejero todavía nos remite a calles como la de José Antonio, la de los Caídos de la División Azul o a la plaza del Generalísimo. El que nombra crea una realidad que queda disfrazada de historia oficial si no leemos más allá de las apariencias.
Karimi, que se ha alineado con Lefebvre y los situacionistas desde el mismo título de su película, nos recuerda, con ello, lo fundamental del "derecho a la ciudad". No como espacio físico sino como lugar en el que poder inscribirse y que poder habitar.
Son palabras de Lefebvre, también, las que cierran el film cuando la imagen ya se ha fundido a negro: "la ciudad se escribe en sus paredes pero el texto nunca se completa".
Los muros funcionan como palimpsesto de las pasadas generaciones y las que están por venir, las paredes nos hablan si sabemos escuchar.
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