'El hijo de Saúl': sumergirse en Auschwitz

'El hijo de Saúl', de László Nemes, intenta reproducir el horror de los campos de exterminio nazi.

06/02/16 · 8:00
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Mediante El hijo de Saúl, el cineasta húngaro László Nemes explica una peculiar y nada tranquilizadora historia de redención.

Un preso de Ausch­witz cumple funciones de mantenimiento. El público le acaba de descubrir, dócil y deshumanizado, maniobrando durante la llegada de nuevas víctimas de las cámaras de gas, espigando entre sus pertenencias una vez han muerto. Entonces se produce un giro: después de resignarse a las humillaciones y masacres, Saúl decide enterrar el cadáver de un niño al que sabe, o imagina, hijo suyo.

Para proteger ese cuerpo de la cremación, Saúl arriesga su vida y la de quienes le rodean. Este relato de una redención fallida proyecta un fatalismo legítimo: en un entorno como el de Auschwitz no caben consuelos.

El autor del filme busca la distancia justa. La manera de reabrir (¿o zanjar?) el debate sobre la imposibilidad, o indeseabilidad, de representar el genocidio nazi. La manera aceptable, políticamente correcta y artísticamente sugerente, de proponer una experiencia inmersiva sin que las imágenes parezcan explotadoras.

Quizá por las connotaciones voyeurísticas de la cámara subjetiva, y las limitaciones que ésta comporta, se plantea una solución cercana: acercarse al punto de vista del protagonista, pero visibilizarle como elemento (casi) permanente de unos encuadres estrechos y asfixiantes.

Nemes evita la pornografía de la muerte con un despliegue de recursos estilísticos: predominan los cadáveres desenfocados, los asesinatos fuera del alcance de la mirada del espectador, la violencia sugerida a través de los sonidos. El autor colaboró con Béla Tarr (El hombre de Londres), de cuya obra puede haber vestigios enterrados bajo un enfoque más materialista y, quizá, posibilista.

Porque el último tramo del filme, que incluye tiroteos y persecuciones, puede recordar a las versiones hollywoodienses de la estética del reporterismo de guerra. Si las escenas tienen algo de espectáculo posible, éste no resulta muy complaciente y aparece recubierto de una densa capa de pesadumbre.

Vida, muerte, memoria

Difícilmente se puede cuestionar la necesidad de recordar, más aún en tiempos de auge de la extrema derecha, pero sí la manera de hacerlo. Y este dilema también aparece a través de ese empeño del protagonista en respetar los ritos funerarios de un cadáver, comprometiendo los intentos de evasión de sus compañeros.

No parece que se quiera explicar una gesta sino un sacrificio alucinado, la búsqueda infructuosa de algún gesto que trascienda el instinto de supervivencia.

Con El hijo de Saúl se pretende hacer memoria procurando que la audiencia experimente la vivencia de las víctimas. Si muchas ficciones han convertido al nazismo en una villanía pop, cómodamente consumible, este filme propone un visionado muy desagradable.

Pero su vocación inmersiva tiene algo de presuntuoso, porque no parece posible revivir una experiencia tan extrema mediante una proyección cinematográfica. Intentarlo implica hacer una promesa imposible, como las que ofrecen un dispositivo de realidad virtual o una atracción de parque temático.

El deseo sensacionalista de sumergir al público en las imágenes que contempla, sean las de un programa de telerealidad, de El renacido o El hijo de Saúl, tiene sus límites.

Pero la relativa maleabilidad del juego de perspectivas de Nemes, cuya cámara serpentea alrededor del protagonista, enriquece su apuesta. La inmersión sensorial se complementa, a través de abundantes primeros planos del rostro devastado de Saúl, con la contemplación de otras heridas.

Con el reconocimiento de un sufrimiento ajeno, que trasciende al individuo y tiende puentes hacia los abismos de la historia.

Tags relacionados: Cine
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comentarios

2

  • |
    Yo mero
    |
    24/03/2016 - 3:44pm
    Bonito comentario lleno de optimismo y generosidad
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    Álvaro de Regil
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    07/02/2016 - 12:45am
    Que me perdonen pero ya estoy hasta la coronilla de la propaganda victimadora de los judíos. Que sí bien los hechos concretos perpetrados por los nazis en el siglo pasado son ciertos, es paradógico que ahora los judíos israelis sean los verdugos de los Palestinos, les arrebaten sus tierras, les impongan un geto, los bombardeen, violen todos sus derechos humanos de forma consuetudinaria, se pasen por el forro desde hace años las resoluciones de la ONU que los obligan a rectificar en sus fechorías, y ¿quieren que nos interesemos y traguemos la porpaganda sionista? Cuando los nazisraelis se retiren de Palestina y regresen a las fronteras de 1967, los veré con respeto. Hasta entonces tienen todo mi desprecio como un puelbo miserable y genocida, tan genocida como sus propios verdugos, un desprecio que comparto con cada vez con más millones de personas con integridad moral en todo el mundo.
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