'Les sapeurs congolais', dandis en la miseria

Papa Wemba, el rey de la rumba africana, inauguró un movimiento contradictorio, el de los 'Sapeurs congolais'. Un modo de vida que sublima la ambición del progreso y la mejoría de vida mediante el lujo y la alta moda.

16/01/16 · 8:00
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Varias personas bailan en una fiesta de la SAPE en Congo. Foto: Blandaucongo.

Hace unos meses el Canal de TV francés Arte emitió un documental del verano de 2012 titulado Papa Wemba – Le Roi de la Sape. La oportunidad del reportaje se relacionaba con el inminente juicio en París a una de las mayores estrellas musicales africanas de las últimas cinco décadas, conocido como el 'Rey de la Rumba Africana', bajo la acusación de haber promovido la inmigración ilegal de más de 300 compatriotas congoleños con la tapadera de reclutarlos como músicos para sus espectáculos a cambio de unos 3.500 euros por persona, por lo que fue detenido en París en 2003 y pasó cuatro meses en prisión preventiva.

Tres días antes de los atentados yihadistas de París, un tribunal del norte de la capital francesa le condenó a 30 meses de prisión, entre otras penas, aunque suspendió los 26 meses restantes, lo que le permite continuar en libertad y enfrentarse a otro juicio pendiente por acusaciones similares en Bélgica.

Pero la condena a Wemba no era sólo una condena a un artista que utiliza su fama internacional para traficar con personas, era una condena a un modo de vida que él ha encarnado hasta convertirse en un dios menor para millones de congoleños.

Un modo de vida que sublima la ambición del progreso y la mejoría de vida a través del lujo, la alta moda, la consagración a la SAPE (Sociedad de Animadores y Personas Elegantes), que desde los años 70 se había convertido en una institución cultural congoleña y por extensión en toda Africa.

¿Son simples fashion victims los africanos que siguen la corriente y que de forma tan estrafalaria destacan en los suburbios de París, Bruselas o Laussane, o hay algo más detrás de tal exhibición de un lujo inalcanzable para la mayoría? La pregunta ha intrigado durante todo este año a toda clase de medios europeos por las contradicciones que presenta. Aquí tratamos de ofrecer algunas respuestas.

Que las clases populares, sobre todo negras, accedan a marcas consideradas elitistas es una actitud

La SAPE fue fundada por los soldados congoleños que sirvieron con los aliados en la II Guerra Mundial, al volver a la colonia africana, entonces bajo dominio del Rey Leopoldo III de Bélgica con capital en Leopoldville (Kinshasa), que todavía mantenía las estructuras tiránicas de su padre, el más cruel colonialista que haya soportado África, el rey Leopoldo II y su aterradora Force Publique, ejército paramilitar creado para garantizar la extracción minera de uranio y de hule por cualquier medio, que estuvo detrás de la guerra secesionista de Katanga y la defenestración y ajusticiamiento sádico en público del primer ministro y líder anti esclavista Patrice Lumumba, nada más proclamarse la independencia.

Los veteranos de guerra presumían y se destacaban entre la población nativa con sus monóculos, relojes de cadena, bastones, zapatos impolutos y trajes a la paige de París, que les daban ese aspecto de bon vivant tan francés, tan inalcanzable para los demás, y que los hacía tan especiales. Nada nuevo bajo el sol.

Destacar entre los demás a través de la moda, de paños y telas llamativas, de oro y complementos dorados de todo tipo, forma parte de la demostración de estatus desde el principio de los tiempos en África. Pero tras la II Guerra Mundial, la internacionlización del comercio y el turismo generó una interculturalidad elitista a través de las costas atlánticas de África que permearía la tradición popular.

Desde Dakar a Leopoldville, los cruceros y barcos franceses llevaban en los años 50 y 60 orquestas de músicos cubanos para animar el pasaje, que se mezclaban con músicos puntualmente reclutados en cada puerto, sobre todo percusionistas, para reforzar los espectáculos a bordo.

Surge así en los 50 y primeros 60 la rumba africana. Desde Youssou N’Dour y la primera Etoile (y luego Super Etoile) de Dakar, hasta François Luambo Makiadi, conocido mundialmente como Franco, en el gran Congo y su OK Jazz (luego rebautizada tras la independencia TPOK Jazz Tout Puissant Orchestre Kinshasa), no es infrecuente escuchar ritmos africanos latinizados y fraseados en español.

Papa Wemba era otro de los que pugnaban por destacar en la rumba africana, copada por grandes nombres con ascendencia política, sobre todo Joseph Kabaselé (amigo personal de Lumumba) y su orquesta Grand Kalle, o Tabu Ley Rochearou y su Africa 70, que como todos los artistas populares de la época en el Congo, tuvo que lidiar con el temible Mobutu Sese Seko.

Pero en ese ambiente cargado, Papa tenía claro que para destacar necesitaba algo que le diferenciara de sus competidores. En 1974, cuando los estadounidenses desembarcan en Kinshasa para el legendario combate de boxeo entre Alí y Foreman que tan brillantemente se documentó en When we were kings, Wemba era tremendamente popular en su país desde 1969 con su banda de soukouss Zaiko Langa Langa.

Pero como el hombre de negocios que subyace tras todo gran músico africano, las concesiones de Mobutu al dios del dólar le hicieron avistar su oportunidad. Había un mundo enorme de oportunidades ahí fuera, más allá de entretener a los señores locales y las visitas extranjeras. Así que funda una especie de Escuela de Formación de Ídolos, una fábrica de músicos elegantes al estilo de la Fania All Stars, la Isifi Lokole, de cuyas cenizas nacerá en 1977 la formación con la que su popularidad trascenderá fronteras, Viva La Música (en castellano original).

Hasta aquí, la historia de Papa Wemba no sobrepasa lo corriente entre los grandes patriarcas de la música africana, pero como había demostrado Fela Kuti en Nigeria, cuando la música es de verdad popular en África ha de ir acompañada de un movimiento sociológico y cultural que le dé respetabilidad y ensamble sus cimientos. El nigeriano se movió hacia la política, con su República de Kalakuta.

Mientras, Wemba, cerrada esa vía en Zaire por el férreo control de Mobutu, se inspiró en lo que mejor dominaba y tenía más raíces populares (la ambición de la moda y la elegancia cosmopolita colonial) para fundar su propia comuna, Villa Molokai, en Matonge, un suburbio de la capital con un nombre inspirado en las leyendas heroicas de las guerras de Katanga.

Los jóvenes de Matonge eran invitados a participar en las continuas fiestas de la Comunidad, donde eran exhortados bajo el eslogan Ambiance (palabra clave desde los 50), sobre higiene, elegancia y moda, bajo el bombardeo de la publicidad de los promotores comerciales, como valores con los que destacarse de la pobreza habitual de las calles. Así que, distinguidos con un tipo de sombrero característico, las fiestas de Villa Molokai empezaron a ofrecer algo más que cualquier otra propuesta cultural o de diversión de Kinshasa.

Apoyado además en enormes cantantes de la orquesta que luego tendrían carrera propia, como King Kester o Koffi Olomide, Viva La Música llegó al Zaire para quedarse con su viejo sabor popular de soukouss y de rumba congoleña remozada por instrumentos electrificados, sintetizadores y con un mensaje alto y claro de Papa Wemba, convertido en 'don' absoluto: "Aunque seas africano, también puedes progresar si te vuelves sofisticado y cosmopolita, si eres aceptado siguiendo las reglas internacionales del saber estar. Si te conviertes en un sapeur".

Tras una década de internacionalización masiva de la música africana durante los 80, las sucesivas oleadas de emigración de los 90 a Europa convierten a Papa Wemba en la referencia absoluta de todos aquellos jóvenes que tratan de buscarse un mejor porvenir siguiendo ese sueño de distinción en Europa.

Los 80 y 90 han traído al mundo una glorificación de lo material, de la ambición del lujo, como forma de ganar estatus e individualización. En el verano de 1987, el jamaicano Red Dragon arrasa en las calles caribeñas de Londres con Hol’ a fresh, un himno a la higiene personal que parece escrito para los sapeurs congoleses, o de Costa de Marfil o Gabón.

En el propio Kingston, laboratorio de tendencias y moda urbana donde los haya, se inventa un par de décadas después el término "swag" para referirse a los peculiares y llamativos vestuarios de los bailarines callejeros de los guetos en el dancehall o lugar de baile al aire libre.

Del mismo modo, en las calles de Nueva York a mediados de los 80, marcas elitistas como Ralph Lauren se reinventan como icono popular al ponerse de moda en el hip hop robar y lucir con orgullo prendas Polo en las calles de Brooklyn o el Bronx. Una moda que da lugar al movimiento 'Lo Life' que con altibajos perdura hasta hoy, incluso en España.

La estética reconfigurando la ética. Que las clases populares, sobre todo negras, accedan a marcas consideradas elitistas (Ralph Lauren, Cavalli, Dolce e Gabbana, Armani) no es sólo una cuestión de moda, es sobre todo una actitud, una declaración de principios, una pretendida autoafirmación de emancipación. Un derecho siempre negado desde la concepción paternalista de la colonización contra el que los emancipados reivindican su derecho de igualdad por arriba, por el acceso al lujo y la glorificación de las marcas que representan el idolatrado confort, la seguridad económica.

El atractivo de la propuesta, que durante décadas ha cautivado también a los adolescentes blancos, visto desde quien no tiene nada pero guarda íntegra la ambición de superación personal, no tanto para medirse con los europeos y estadounidenses como para destacarse entre sus iguales como alguien con personalidad, con estilo propio, como personaje único y especial, lleva siendo un metal precioso irresistible desde hace décadas tanto en África como en su diáspora por el mundo.

Pero el sueño individualista y material del lujo, aunque legítimo, es profundamente insolidario, falaz y, cuando se colectiviza, obliga a pagar un alto precio en las ilusiones de tantos. Y de ese sueño, Papa Wemba, convertido en Rey de la SAPE en Europa, al punto de conservar dos orquestas estables, una en Kinshasa como Viva La Música y otra en París (actualmente Viva Tendence), es el claroscuro ejemplo de la contradicción que encierra.

Más que los dandis desafiantes que pretenden ser, les sapeurs, considerados tradicionalmente como ladrones por los sectores más conservadores de las sociedades africanas, pueblan desde los 90 los suburbios de París, Bruselas y de las grandes ciudades francófonas europeas, con sus trajes llamativos, sus abrigos estrafalarios y carísimos, y sus complementos imposibles.

Su presencia es un contraste que chirría por inapropiado en un entorno urbano deprimido y hostil, lejos de la vitalidad y el colorido de las urbes africanas, donde las reglas de 'lo bien visto' están menos definidas. La rivalidad entre los sapeurs de París y los de Bruselas, no tanto por el territorio como por el cetro de la elegancia mundial en juego, es tan legendaria como la guerra entre los sapeurs de Kinshasa y Brazzaville. Un premio tan fatuo como caro.

Por más que Papa Wemba tenga bien estudiado su discurso oficial sobre que el modo de vida sapeur no tiene nada que ver con ladrones o delincuentes, la tozuda realidad de alienación de los africanos en los suburbios de las ciudades europeas se impone. 

Como explica otro conocido personaje congolés del "ambiente", el autodenominado Arzobispo de la SAPE en el documental emitido por el canal de TV Arte: "Un conserje o un guardia de seguridad no pasa de ganar 1.000 o 1.200 euros al mes. Así es imposible que pueda ahorrar para comprarse un abrigo de Cavalli que cuesta 6.000 u 8.000 euros". Una falsa ilusión de la que las grandes marcas del lujo europeo, no tienen escrúpulo en aprovecharse. El dinero no tiene color.

De esa frontera material por la falta de trabajos bien pagados para la inmigración africana en Europa, unido al siempre sangrante problema de la falta de "papeles", la pequeña delincuencia, el contrabando, la falsificación de marcas, e incluso la inmigración ilegal es el caldo de cultivo de la supervivencia para la mayoría.

Tenemos tendencia a perdonar a nuestros iconos culturales o musicales, sus actividades infames como personas. Aunque sean de la Pantoja. Reconocer lo contrario equivale a traicionar y renunciar a nuestros sueños. En Jamaica ocurre lo mismo con el rey del reggae dancehall Vybz Kartel, asesino convicto, que no confeso, en espera de apelación. Nos es más cómodo culpar al sistema, a Babilonia, de las contradicciones y exculpar sus responsabilidades personales.

Por encima de todo, el espectáculo debe continuar. Aunque sepamos que el neón y el oropel son falsos. De eso está hecho el show business desde los inicios de la industria de Hollywood y Broadway. Así que, ¿por qué deberíamos culpar más a los africanos y sus ensoñaciones suntuosas, cuando nosotros mismos las compartimos, cuando no alimentamos, con la publicidad y nuestras loterías?

Cara y cruz del signo de estos tiempos de dioses falsos y becerros de oro.

Las horas más bajas de un icono

Papa Wemba ha seguido con su carrera pese a saberse por las transcripciones de su juicio en París que llamaba “cerdos” a los músicos que supuestamente contrataba en Congo para sus shows en Europa, y “tontos” por dejarse pillar en situación irregular en territorio Schengen.

Aunque su detención en 2003 supuso el punto más bajo de su credibilidad tanto en Europa como en origen, Desde entonces ya no contrata artistas congoleños que no estén por sus propios medios en Europa, lo que cierra la puerta a conocer nuevos talentos locales. Sigue con sus shows, dedicando canciones en sus discos y directos, por grandes cantidades de dinero, y su cohorte de seguidores, guardaespaldas e imitadores sigue tan larga como siempre. 

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